LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
165619 de Abril de 2015
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Llamados a vivir en comunión
157. Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que lleva a
confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”. Todos los bautizados y bautizadas
de América Latina y El Caribe “a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios”66, estamos
llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues “la evangelización es un llamado
a la participación de la comunión trinitaria”67.
158. Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para
“escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las
oraciones” (Hch 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con
el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, participación de todos en el mismo Pan de Vida y en
el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo Cuerpo (cf. 1Cor 10, 17). Ella es
fuente y culmen de la vida cristiana68, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en
comunión. En la Eucaristía se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e
hijas del Padre y hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de
comunión”69 donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la
misión evangelizadora.
159. La Iglesia, como “comunidad de amor”70, está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que es
comunión y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad
querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la
hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea”
(Jn 17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a
sí’ con la fuerza de su amor”71. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos
de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn
13, 34).
6.2 El proceso de formación de los discípulos misioneros
276. La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina
y El Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras
comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la
Iglesia. Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos.
Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
(Jn 14, 6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar
discípulos misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría Jesús invitó a todos a su
seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y
después de su muerte y resurrección los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su
Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra especial relevancia cuando
pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto
sociocultural de América Latina.
277. El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la
persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo
siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos
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