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LA VIDA COMO VALOR SUPREMO


Enviado por   •  30 de Septiembre de 2014  •  4.133 Palabras (17 Páginas)  •  768 Visitas

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La Vida como Valor Supremo

1) ¿Por qué decimos que la vida es un valor supremo?

2) ¿Por qué te parece que la vida, es un don, un derecho y una tarea?¿Que implica cada una de estas afirmaciones?

3) ¿Qué dice el Antiguo Testamento sobre la vida humana?

4) ¿Qué dice el Nuevo Testamento sobre la vida?

5) ¿En qué sentido Jesús es vida para los cristianos?

6) Enumera atentados por eliminación, degradación y manipulación de la vida

7) ¿Qué posturas y actitudes concretas debemos tener ante los atentados contrarios a los de la vida

8) Señala en que momentos y circunstancias se elimina, manipula o degrada la vida humana

9) ¿Qué opina la Iglesia Católica con respecto a los distintos atentados que se realizan por eliminación o degradación

10) ¿Qué aspectos positivos y alentadores tiene la vida?

11) ¿Por qué decimos que vale la pena vivir defendiendo y amando la vida?

12) Nombrar dos motivos de agradecimiento por la vida

La vida como valor supremo

1. La vida es don sagrado de Dios y ningún otro principio, consigna o interés está por encima de ella. La creación entera ha sido puesta a disposición de la vida del hombre, pero condicionada a su preservación. La vida es el valor supremo que permite nuestra relación personal con Dios y es el fundamento de todos los demás s valores, para que alcancemos aquello que Él tenía planeado desde la eternidad y para lo que nos creó. Además de valorar la vida, el cristiano la respeta, la creación entera está en función del hombre y la mujer.

Además, es indudable la idea de que el haber sido creado a imagen y semejanza de Dios es un bien permanente del hombre, garantía que protege la vida humana, convirtiéndola en sagrada e inviolable.

2. La vida es algo que el individuo recibe sin que él haga nada ni la merezca. Por eso la vida es un don. La Sagrada Escritura pone bien de manifiesto que el autor de la vida es el propio Dios, que inspiró en el rostro del hombre un soplo de vida (cfr. Gén. 2, 7); de ahí que solamente Dios sea dueño de la vida y de la muerte (cfr. Dt. 32, 39).

Este es el primer derecho, porque sin él no puede haber derecho, religión y convivencia entre los hombres. Un hecho biológico nos hace pensar sobre este milagro de naturaleza, en la obra de Dios. El ser que nace es producto de esta obra. Además, es la síntesis de un largo proceso en que la vida ha permanecido como Obra de generación en generación hasta cada uno de nosotros. Matar a una persona equivale a destruir ese esfuerzo titánico y violar el orden maravilloso de Dios.

El hombre no es dueño de su ser. Desde fuera nadie puede determinar el destino de este ser. Pero desde dentro sí que se determina, alcanzando la bienaventuranza o la perdición definitivas. El hombre sólo puede colaborar a su salvación actuando, y sólo puede actuar mediante su cuerpo, que es parte de él mismo. El daño al cuerpo, o daño a la vida, es un atentado a la plenitud que podría conseguir el hombre en ese "hacerse", que es lo que da sentido a su existencia.

El hombre no es dueño absoluto de su cuerpo, o de su vida. Ni se ha dado el cuerpo a sí mismo, ni lo ha recibido de Dios para tratarlo como se le antoje. El cuerpo es una realidad de una complejidad y precisión extraordinarias, capaz de acoger y servir a un alma espiritual, y requiere unas atenciones y una utilización adecuadas a lo que se podría llamar su "alta tecnología".

Dios nos ha dado la vida para que realicemos una tarea de la que resulta nuestra propia perfección y felicidad, y que influye también en la de los demás. Es el tiempo que el hombre tiene para sembrar para la eternidad: "es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, pues llega la noche cuando nadie puede trabajar" (Jn. 9, 4). Para esto hay que usar el cuerpo al menos con la misma experiencia, cuidado y dedicación con que el investigador utiliza sus instrumentos de precisión. Quitarse la vida se explica sólo por la locura, en cualquiera de sus formas, o, en un caso extremo, por una protesta blasfema contra Dios.

Si el dueño supremo de la vida es Dios y el hombre es sólo administrador de ella, de forma que no puede quitársela (ni aun perjudicarla si no hay un motivo suficientemente grave), con menos razón pueden interferir en ella los otros hombres.

3. En el Antiguo Testamento la vida de los hombres es vista como un bien que Dios les da, y sobre el cual tiene un completo dominio. El libro del Deuteronomio poda la vida en relación con la alianza. La palabra y los mandamientos ponen a la comunidad ante la elección entre la vida y la muerte. Permaneciendo ligada a la fidelidad a la alianza, la vida es tarea, no solo don. El hombre viviente es portador de un proyecto divino.

El libro del Génesis muestra que después del primer pecado el mal prolifera. Uno de los principales rostros del mal es el homicidio. Caín mata a Abel y los cainistas se matan entre ellos. El asesinato de Abel pone a la luz la violencia entre hermanos: un hermano quita la vida a un hermano; a uno que es igual a él, hijo del mismo padre divino. Dios aparece en todo momento como protector de la vida. Nadie puede tomarse la justicia por sí mismo ni disponer de la vida del prójimo.

Después del diluvio, Yavé renueva la alianza con Noé, y el respeto de la vida es uno de los untos capitales de la alianza. Teniendo en cuenta las condiciones en que han quedado tras el pecado, los hombres pueden disponer de los animales. Pero su poder tiene límites: deben respetar la sangre y deben respetar la imagen de Dios: “De vuestra sangre, de vuestra vida, yo pediré cuentas; pediré cuentas a todo ser vivo y pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, a da uno por su hermano.”

La alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre:

«Y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre [...] Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre» (Gn 9, 5-6).

El Antiguo Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf Lv 17, 14). La validez de esta enseñanza es para todos los

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