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La muerte de Cristo en la Cruz


Enviado por   •  14 de Abril de 2017  •  Ensayos  •  1.892 Palabras (8 Páginas)  •  241 Visitas

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La muerte de Cristo en la cruz

Por         Fernando Serrano Rueda

INTRODUCCIÓN

Hablar de la crucifixión de Cristo es acercarnos al corazón mismo de nuestra fe. El cristianismo comenzó a difundirse por el mundo a partir de la predicación de Jesucristo, muerto, resucitado y glorificado. Los apóstoles comenzaron a develar el mensaje de salvación a partir del misterio pascual. Diría Pablo: Cuando fui a ustedes no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y este crucificado (1Co 2:1-2).

Hoy, Cristo crucificado sigue siendo escándalo para los judíos, locura para los gentiles (cf. 1Co 1:23). Para muchos resulta incompatible la imagen de un Dios-Amor que permite la muerte de su Hijo en el más cruel de los tormentos. Así, el momento del cual brota nuestra redención, para otros es motivo de confusión.

Para el pueblo creyente, la cruz es motivo de una profunda devoción. Pero, igualmente, buscamos indagar en nuestra fe. ¿Por qué así, y no de otra manera, Dios nos rescata de las consecuencias del pecado? Es por ello que en el presente trabajo se ofrece una síntesis de las explicaciones fundamentales que nos lleven a la comprensión de este gran Misterio.

LA CRUZ EN EL DESIGNIO AMOROSO DE SALVACIÓN

¿Por qué Cristo murió en la cruz? Porque así lo ha querido el Padre. Es la primera clave para comprender este Misterio. No es un accidente ni un hecho fortuito. Es parte del querer de Dios. Así lo ha expresado a lo largo de la Historia, a través de los profetas, y especialmente, de su Hijo, quien en diversas ocasiones anuncia su muerte, afín de que los discípulos la descubran como parte del Plan divino. Y si Dios es amor, su voluntad también lo es.

El primer indicio de que esto es así es la obediencia que el Hijo muestra ante esta voluntad. Jesús sabe que el Padre es bueno y que todo ocurre para bien de los que le aman (cf. Rom 8:28). Jesús confía en el Padre y comprende que así le ha parecido bien (cf. Lc 10:21). Por eso es que se somete a su designio de forma libre: Abbá, Padre, todo te es posible; aparta de mí este cáliz, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú (Mc 14:36). Jesús es obediente hasta la muerte en cruz (cf. Flp 2:8) porque ama al Padre con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas (cf. Mc 12:30), e igualmente experimenta el ser el Hijo amado (cf. Lc 3:22). Y tiene la absoluta certeza que del Padre sólo se pueden esperar cosas buenas (cf. Mt 7:7-11)

Ahora bien, esta voluntad tiene una intención: salvar a la humanidad. Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo no para condenar sino para salvar (Jn 3:16). Nuestro Dios es un Dios que salva (Sal 69:20-21). Cuando se contempla esta realidad, la cruz es una manifestación del amor que se entrega hasta el extremo (cf. Jn 13:1). De la misma manera, no se entiende el Misterio si únicamente nos quedamos en el dolor y la impotencia del sepulcro. El plan divino se concreta en la victoria de la vida sobre la muerte. Cristo entrega totalmente su vida para volverla a recuperar (cf. Jn 10:18).

Los primeros cristianos vieron en la muerte de Jesús la realización de la obra de Dios, descubrieron su sentido teológico: era necesario que se cumpliera la Escritura y que el Cristo padeciera (cf. Lc 24:2627.44-48). Pero, al mismo tiempo, no lo separan de su sentido soteriológico: la sangre derramada por nuestros pecados (cf. 1Co 15:3) ha establecido una nueva Alianza (cf. Mc 14:24). Dios nos ha reconciliado con él en Cristo y por Cristo (cf. 2Co 5:18-21). San Pablo lo expresa de manera personalísima: Me amó y se entregó por mí (cf. Gal 2:20).

La muerte de Cristo como Redención

Redimir es la acción de liberar a una persona de una obligación, un dolor o una situación penosa. Antiguamente, si alguien era esclavo o prisionero, se podía pagar una cierta cantidad por su rescate. Es por ello que los primeros cristianos hablan frecuentemente de “redención” y “rescate” para explicarse el sacrificio de Cristo en la cruz.

Este término nos recuerda la dramática situación de la humanidad antes de tal entrega. Jesús es enfático en afirmar: todo el que comete pecado es un esclavo (Jn 8:34). Y, puesto que todos pecamos (cf. Rom 3:23; 1Jn 1:8), sólo Cristo podía sacarnos de la esclavitud y lo hizo con su sangre (cf. 1Pe 1:18-19), para rescatarnos a todos (cf. 2Tm 2:6) y así alcanzar la libertad (Gal 5:1).

La muerte de Cristo como Expiación

Otra figura que expresa esta realidad es la del Sumo Sacerdote, que ofrecía sacrificios como expiación por los pecados de Israel. Es un sentido más cultual, de purificación. En el pasado, el pueblo judío experimentó la esclavitud en Egipto, pero también la promesa de redención/rescate de parte de Dios (cf. Ex 6:6-7). Cumplida su promesa, el Sumo Sacerdote le rendía culto por medio de ofrendas de sangre a nombre de todo el pueblo.

Especialmente en la Carta a los Hebreos, es donde encontramos más desarrollada esta imagen. Jesucristo no sólo es Sumo, sino Eterno Sacerdote (cf. 7:17), sentado a la diestra del trono  de la majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre (8:1-2), mediador de una Alianza mejor (cf. 8:6).

En la cruz, Jesús ofrece un sacrificio verdadero, puesto que los rituales anteriores sólo prefiguraban éste (cf. 8:8-9); integral, puesto que Cristo se entrega por completo; expiando los pecados y haciéndonos propicio a Dios, es decir, obteniéndonos su benevolencia; eficaz, dada su obediencia y perfección, pues no se ofrece más que una sola vez (9:25) y para siempre; que por medio del Espíritu Santo la víctima se presenta sin mancha ante Dios (9:14) para conseguirnos la liberación definitiva (cf. Hb 9:12). El sacrificio de Jesús en la cruz no sólo es perfecto, sino que perfecciona, con el poder de transfigurarnos (cf. Ef 3:21), pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo (1Co 15:22).

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