Las Cruzadas
estevez0423 de Junio de 2015
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La cruzadas
Las cruzadas fueron unas expediciones militares llevadas a cabo por ejércitos cristianos que tenían por objeto tomar el control de Tierra Santa (Jerusalén). En total fueron 8 las campañas militares libradas en casi 200 años, siendo la primera de ellas en 1095 y la última en 1291.
Instigados por la autoridad eclesiástica y la ferviente religiosidad que imperaba en la Baja Edad Media en Europa, además de por los intereses expansionistas de la nobleza feudal de la época, las cruzadas estaban dirigidas fundamentalmente a combatir a los musulmanes e infieles en general.
Justo antes de la gestación de la primera cruzada, el Imperio Turco se encontraba en plena expansión, conquistando gran parte de Asia menor y posteriormente la ciudad santa de Jerusalén. Por parte de los reinos cristianos de Occidente se temía una invasión de sus tierras por parte de los turcos, y a palacio llegaban rumores de numerosas torturas cometidas contra los peregrinos que acudían a Tierra Santa. El Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla, también veía peligrar su hegemonía en Europa Oriental.
Así es como el Papa Urbano II hace un llamamiento a los cristianos para liberar Jerusalén y se organiza la primera cruzada. Hacia Tierra Santa parte un ejército formado fundamentalmente por caballeros franceses, ingleses y germanos.
Finalmente, Jerusalén cayó en manos de los cruzados en 1099, sin embargo la amenaza de una posible reconquista de los estados musulmanes estaba aún patente, lo que dio origen a nuevas cruzadas.
Tras 200 años de batallas se puede considerar que militarmente las cruzadas fueron un fracaso, ya que no se consiguió definitivamente el objetivo que se les había asignado, la conquista de Tierra Santa, sin embargo sí que fue un negocio bastante goloso para diversos comerciantes que establecieron sus bases en el mediterráneo oriental.
Etimología
Las cruzadas no fueron referidas como tales por sus participantes. Los cruzados originales eran conocidos por varios términos, incluyendo fideles Sancti Petri o milites Christi. Ellos vieron a sí mismos como la realización de un iter, un viaje, o un peregrinatio, una peregrinación, aunque peregrinos fueron generalmente prohibidos de llevar armas. La palabra "cruzada" aparece por primera vez en el L'Histoire des Croisades escritos por A. de Clermont y publicado en 1638 - En 1750, las diversas formas de la palabra "cruzada" se habían establecido en Inglés, francés y alemán.
El Diccionario Inglés de Oxford registra su primer uso en Inglés como algo que ocurre en 1757 por William Shenstone.
Al igual que los peregrinos, cada cruzado juró un voto, que se cumple en alcanzar con éxito Jerusalén, y se les concedió un paño cruz para ser cosido en su ropa. Este "tomar la cruz", el punto crucial, con el tiempo llegó a ser asociado con la totalidad del recorrido, la palabra "cruzada".
Origen
El Origen de las Cruzadas remonta directamente a la condición moral y política de la Cristiandad Occidental en el siglo XI. En aquel tiempo Europa estaba dividida en muchos estados cuyos soberanos estaban absortos en tediosas y fútiles disputas territoriales mientras el emperador, en teoría la cabeza temporal de la Cristiandad, gastaba su energía en disputas sobre Investiduras.
Solo los papas habían mantenido una justa noción de unidad cristiana; Ellos veían a que grado los intereses de Europa eran amenazados por el imperio Bizantino y por las tribus mahometanas, y solo ellos tenían una política extranjera cuyas tradiciones se formaron bajo León IX y Gregorio VII.
La reforma efectuada en la Iglesia y el papado bajo la influencia de los monjes de Cluny había aumentado el prestigio del romano pontífice ante todas las naciones cristianas; por tanto nadie sino el papa podía inaugurar el movimiento internacional que culminó en las Cruzadas.
Pero a pesar de su eminente autoridad nunca habría podido el papa persuadir a los pueblos occidentales de armarse para la conquista de la Tierra Santa de no haber sido por que las relaciones inmemoriales entre Siria y Occidente favorecieron su plan. Los europeos escucharon la voz de Urbano II porque sus propias inclinaciones y tradiciones históricas los impulsaban hacia el Santo Sepulcro.
Desde fines del siglo V no había habido ninguna ruptura en su comunicación con Oriente. Desde el primer período cristiano colonias de sirios habían introducido las ideas religiosas, arte, y cultura de Oriente en las grandes ciudades de Galia y de Italia. Los cristianos occidentales a su vez viajaron en grandes cantidades a Siria, Palestina, y Egipto, sea para visitar los Lugares Santos o para seguir la vida ascética de los monjes de la Tebaida o del Sinaí.
Aun existe el itinerario de un peregrinaje de Burdeos a Jerusalén, que data de 333; en 385 San Jerónimo y Santa Paula fundaron los primeros monasterios latinos en Belén. Ni siquiera la invasión bárbara pareció desalentar el ardor por las peregrinaciones a Oriente.
El Itinerario de Santa Silvia (Etheria) muestra la organización de esas expediciones, que eran dirigidas por clérigos y escoltadas por tropas armadas.
En el año 600, San Gregorio el Grande hizo erigir un hospicio en Jerusalén para el alojamiento de los peregrinos, envió sus designios a los monjes del Monte Sinaí ("Vita Gregorii" in "Acta SS.", marzo 1I, 132), y, aunque la condición deplorable de la Cristiandad Oriental después de la invasión árabe hizo esta comunicación más difícil, de ninguna manera ceso.
Ya desde el siglo VIII anglosajones sufrieron las más grandes dificultades para visitar Jerusalén. El viaje de San Willibaldo, obispo de Eichstädt, tomó siete años (722-29) y proporciona una idea de las variadas y severas tribulaciones a las que los peregrinos eran sometidos (Itiner. Latina, 1, 241-283).
Después de su conquista de Occidente, los Carolingias trataron de mejorar la condición de los latinos establecidos en Oriente; en 762 Pipino el Breve entró en negociaciones con el Califa de Bagdad. En Roma el 30 de noviembre de 800, el mismo día en el que León III invocó el arbitraje de Carlomagno, embajadores de Haroun al-Raschid entregaron al rey de los Francos las llaves del Santo Sepulcro, el estandarte de Jerusalén, y unas preciosas reliquias (Einhard, "Annales", ad un. 800, in "Mon. Germ.
Hist.: Script.", I, 187); esto fue un reconocimiento del protectorado franco sobre los cristianos de Jerusalén. Que se edificaron iglesias y monasterios pagados por Carlomagno es certificado por una especie de censo de los monasterios de Jerusalén de 808 ("Commemoratio de Casis Dei" in "Itiner. Hieros.", I, 209). In 870, al momento del peregrinaje de Bernardo el monje (Itiner. Hierosol., I, 314), esas instituciones eran todavía muy prósperas, y se ha demostrado con abundancia que se enviaban limosnas periódicamente de Occidente a Tierra Santa.
En el siglo X justo cuando el orden político y social de Europa estaba más perturbado, caballeros, obispos, y abades, actuando por devoción y gusto de la aventura, estaban acostumbrados a visitar Jerusalén y orar en el Santo Sepulcro sin ser vejados por los mahometanos. De repente, en 1009, Hakem, el Califa fatimí de Egipto, en un ataque de locura ordenó la destrucción del Santo Sepulcro y de todos los establecimientos cristianos en Jerusalén.
Por años después de esto los cristianos fueron cruelmente perseguidos. (Ver la relación de un testigo ocular, Iahja de Antioquía, en la "Epopée byzantine" de Schlumberger, II, 442.) En 1027 el protectorado Franco fue derrocado y reemplazado por el de los emperadores bizantinos, a cuya diplomacia se debió la reconstrucción del Santo Sepulcro.
Incluso se cercó el barrio cristiano con un muro, y unos comerciantes Amalfi, vasallos de los emperadores griegos, construyeron hospicios para peregrinos en Jerusalén, ej. el Hospital de San Juan, cuna de la Orden de los Hospitalarios.
En vez de disminuir, el entusiasmo de los cristianos occidentales por el peregrinaje a Jerusalén pareció más bien aumentar durante el siglo XI.
No solos príncipes, obispos, y caballeros, sino aun hombres y mujeres de las más humildes clases emprendieron la jornada santa (Radulphus Glaber, IV, vi). Ejércitos enteros de peregrinos cruzaron Europa, y en el valle del Danubio se establecieron hospicios donde podían completar sus provisiones.
En 1026 Ricardo Abad de Saint-Vannes, condujo 700 peregrinos a Palestina con gasto de Ricardo II, duque de Normandía. En 1065 más de 12,000 alemanes que cruzaron Europa bajo el mando de Günther, obispo de Bamberg, en su camino a Palestina tuvieron que buscar refugio en una fortaleza en ruinas, donde se defendieron contra una banda de beduinos (Lambert de Hersfeld, en "Mon. Germ. Hist.: Script.", V, 168).
Así es evidente que a fines del siglo XI la ruta de Palestina le era bastante familiar a los cristianos occidentales que tenían al Santo Sepulcro como a la reliquia más venerada y estaban listos a afrontar cualquier peligro para visitarlo. El recuerdo del protectorado de Carlomagno aun vivía, y un rastro de él se encuentra en la leyenda medieval del viaje de este emperador a Palestina (Gaston Paris in "Romania", 1880, pág. 23).
El ascenso de los turcos seleúcidas, sin embargo, comprometió la seguridad de los peregrinos e incluso amenazó la independencia del imperio bizantino y de toda la Cristiandad. En 1070 Jerusalén fue
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