Las tesis del cientificismo ateo
beto_cejaTesis30 de Septiembre de 2013
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Predicador del Papa: La respuesta cristiana al cientificismo ateo
Primera predicción de Adviento
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 4 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la primera predicación de Adviento que pronunció este viernes el padre Raniero Cantalamessa OFM cap, predicador de la Casa Pontificia, ante Benedicto XVI y la Curia Romana para ofrecer "La respuesta cristiana al cientificismo ateo".
Primera predicación de Adviento
"CUANDO CONTEMPLO TUS CIELOS, LA LUNA Y LAS ESTRELLAS,
¿QUÉ ES EL HOMBRE?" (Sal 8, 4-5)
La respuesta cristiana al cientificismo ateo
1. Las tesis del cientificismo ateo
Las tres meditaciones de este Adviento 2010 quieren ser una pequeña contribución a la necesidad de la Iglesia que ha llevado al Santo Padre Benedicto XVI a instituir el "Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización" y a elegir como tema de la próxima Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos el tema "Nova evangelizatio ad cristianam fidem tradendam - La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana".
La intención es la de señalar algunos nudos u obstáculos de fondo que hacen a muchos países de antigua tradición cristiana "refractarios" ante el mensaje evangélico, como dice el Santo Padre en el Motu Proprio con el que ha instituido el nuevo Consejo [1]. Los nudos o desafíos que pretendo tomar en consideración y a los que quisiera intentar dar una respuesta de fe son el cientificismo, el secularismo y el racionalismo. El apóstol Pablo los llamaría "los sofismas y toda clase de altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios" (Cf. 2 Corintios 10,4).
En esta primera meditación examinamos el cientificismo. Para comprender qué se entiende con este término podemos partir de la descripción que hizo de él Juan Pablo II: "Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente filosófica no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber ético y estético"[2].
Podemos resumir así las tesis principales de esta corriente de pensamiento:
Primera tesis. La ciencia, y en particular la cosmología, la física y la biología, son la única forma objetiva y seria de conocimiento de la realidad. "Las sociedades modernas, escribió Monod, se han construido sobre la ciencia. Le deben su riqueza, su poder, y la certeza de que riquezas y poder aún mayores serán accesibles un mañana al hombre, si él lo desea [...]. Provistas de todo poder, dotadas de todas las riquezas que la ciencia les ofrece, nuestras sociedades intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores, ya minados en su base por esta misma ciencia"[3].
Segunda tesis. Esta forma de conocimiento es incompatible con la fe que se basa en presupuestos que no son ni demostrables ni falsables. En esta línea, el ateo militante R. Dawkins nos empuja incluso a definir "analfabetos" a esos científicos que se profesan creyentes, olvidando cuántos científicos muy famosos se han declarado y siguen declarándose creyentes.
Tercera tesis. La ciencia ha demostrado la falsedad, o al menos la no necesidad de la hipótesis de Dios. Es la afirmación a la que dieron amplio relieve los medios de comunicación de todo el mundo en los meses pasados, a causa de una afirmación del astrofísico inglés Stephen Hawking. Este, contrariamente a cuanto había escrito anteriormente, en su último libro The Grand Design, El Gran Diseño, sostiene que los conocimientos logrados por la física hacen ya inútil creer en una divinidad creadora del universo: "la creación espontánea es la razón por la que existe algo".
Cuarta tesis: La casi totalidad, o al menos la gran mayoría de los científicos son ateos. Esta es la afirmación del ateísmo científico militante que tiene en Richard Dawkins, autor del libro God's Delusion, El espejismo de Dios, su más activo propagador.
Todas estas tesis se revelan falsas, no en virtud de un razonamiento a priori o en virtud de argumentos teológicos y de fe, sino del análisis mismo de los resultados de la ciencia y de las opiniones de muchos entre los científicos más ilustres del pasado y del presente. Un científico del calibre de Max Planck, fundador de la teoría cuántica, dice, de la ciencia, lo que Agustín, Tomás de Aquino, Pascal, Kierkegaard y otros habían afirmado de la razón: "La ciencia nos lleva a un punto más allá del cual no puede guiarnos"[4].
Yo no insisto en la confutación de las tesis enunciadas, que ya ha sido hecha, con mayor competencia, por científicos y filósofos de la ciencia. Cito, por ejemplo, la crítica puntual de Roberto Timossi, en el libro L'illusione dell'ateismo. Perché la scienza non nega Dio, (La ilusión del ateísmo. Por qué la ciencia no niega a Dios, n.d.r.) que publica la presentación del cardenal Angelo Bagnasco (Edizioni San Paolo2009). Me limito a una observación elemental. En la semana en la que los medios de comunicación difundieron la afirmación recordada, según el cual la ciencia ha hecho inútil la hipótesis de un creador, me encontré con la necesidad, en la homilía dominical, de explicar a cristianos muy sencillos, en una pequeña ciudad del Reatino, donde está el error de fondo de los científicos ateos y por qué no deberían dejarse impresionar por el impacto suscitado por esa afirmación. Lo hice con un ejemplo que quizás pueda ser útil repetir también aquí en un contexto tan distinto.
Hay pájaros nocturnos, como el búho y la lechuza, cuyos ojos están hechos para ver de noche en la oscuridad, no de día. La luz del sol les cegaría. Estos pájaros lo saben todo y se mueven a sus anchas en el mundo nocturno, pero no saben nada del mundo diurno. Adoptemos por un momento el género de las fábulas, donde los animales hablan entre sí. Supongamos que un águila haga amistad con una familia de lechuzas, y les hable del sol: de cómo lo ilumina todo, de cómo sin él, todo caería en la oscuridad y en hielo, cómo su propio mundo nocturno no existiría sin el sol. Qué respondería la lechuza, sino: "¡Tu cuentas mentiras! Nunca hemos visto vuestro sol. Nos movemos muy bien y nos procuramos alimento sin él; vuestro sol es una hipótesis inútil y por tanto no existe".
Es exactamente lo que hace el científico ateo cuando dice: "Dios no existe". Juzga un mundo que no conoce, aplica sus leyes a un objeto que está fuera de su alcance. Para ver a Dios es necesario abrir un ojo distinto, es necesario aventurarse fuera de la noche. En este sentido, es aún válida la antigua afirmación del salmista: "El necio dice: Dios no existe".
2. No a lo científico, sí a la ciencia
El rechazo del cientificismo no nos debe naturalmente inducir al rechazo de la ciencia o a la desconfianza hacia ella, como el rechazo del racionalismo no nos lleva al rechazo de la razón. Actuar de otra forma sería un mal a la fe, más aún que a la ciencia. La historia nos ha enseñado dolorosamente a dónde lleva semejante actitud.
De una postura abierta y constructiva hacia la ciencia nos dio un ejemplo luminoso el nuevo beato John Henry Newman. Nueve años después de la publicación de la obra de Darwin sobre la evolución de las especies, cuando no pocos espíritus alrededor suyo se mostraban turbados y perplejos, él les tranquilizaba, expresando un juicio que anticipaba el actual de la Iglesia sobre la no incompatibilidad de esta teoría con la fe bíblica. Vale la pena volver a escuchar los pasajes centrales de su carta al canónigo J. Walker que conservan aún gran parte de su validez:
"Esta [la teoría de Darwin] no me da miedo [...] No me parece hilar lógicamente que se niegue la creación por el hecho de que el Creador hace millones de años impusiera leyes a la materia. No negamos ni circunscribimos al Creador por el hecho de que haya creado la acción autónoma que dio origen al intelecto humano, dotado casi de un talento creativo; mucho menos por tanto negamos o circunscribimos su poder, si consideramos que Él asignada a la materia leyes tales para plasmar y construir mediante su ciega instrumentalidad el mundo tal y como lo vemos, a través de eras innumerables [...]. La teoría del señor Darwin no necesariamente debe ser atea, sea cierta o no; puede sencillamente estar sugiriendo una idea más amplia de Divina Presciencia y Capacidad.... A primera vista no veo como ‘la evolución casual de seres orgánicos' sea incoherente con el designio divino - Es casual para nosotros, no para Dios"[5].
Su gran fe permitía a Newman mirar con gran serenidad los descubrimientos científicos presentes o futuros. "Cuando un diluvio de hechos, comprobados o presuntos, se nos echa encima, mientras infinitos otros ya empiezan a delinearse, todos los creyentes, católicos o no, se sienten invitados a examinar qué significado tienen tales hechos"[6]. Él veía en estos descubrimientos "una relación indirecta con las opiniones religiosas". Un ejemplo de esta relación, creo yo, es precisamente el hecho de que en los mismos años en que Darwin elaboraba la teoría de la evolución de las especies, él, independientemente, enunciaba su doctrina del "desarrollo de la doctrina cristiana". Señalando la analogía, en este punto, entre el orden natural y físico y el moral, escribía: "De la misma forma que el Creador descansó el séptimo día después de la obra realizada, y sin embargo 'aún
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