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Los Terribles Viejos De Dios


Enviado por   •  10 de Abril de 2014  •  2.532 Palabras (11 Páginas)  •  274 Visitas

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LOS TERRIBLES VIEJOS DE DIOS

Cuando tenía 17 años tenía la fabulosa sensación de poder hacerlo “casi” todo y digo casi porque sabía que no podría derribar un edificio con mis puños ni sobrevivir de una caída libre desde un avión en vuelo. Pero también sentía que podía hacer cosas extraordinarias como pelear contra 5 ó 6 hombres adultos y salir victorioso, de pasar 3 noches de juerga y sentirme como si nada, de poseer inmunidad al frío extremo o a los golpes, y de mil cosas mas.

Posiblemente usted también tuvo esa sensación cuando adolescente, posiblemente se sintió como “superman” , un hombre o una mujer de acero.

Sin embargo al correr de los años, no es que ahora tenga muchos ni pocos, a mis 32 años comienzo a sentir algunos ligeros estragos de mis descuidos de la adolescencia, las rodillas comienzan a dolerme con el frío junto con algunos huesos que sufrieron fracturas en mi mano y costilla, triglicéridos altos debido a comer carnes rojas en demasía y muchas otras cosas mas.

En esta etapa adulta de mi vida comienzo a tener un ligero sentimiento de angustia por el futuro, por la salud que goce o sufra cuando sea un viejo.

Cuando era un delgado y jovial puberto de 17, 18 años, veía a los ancianos, me gustaba ver como caminaban, como si fueran arrastrando una bola de acero con un grillete anclado a cada uno de sus tobillos, como si estuvieran hechos de madera vieja, apolillada, y si se movieren rápido aquella porosa madera se fuera a partir en varios pedazos.

Me daba risa cuando en algunas ocasiones mi abuela y yo caminábamos. Si íbamos a un lugar cercano, la hacía tomar la ruta mas larga como travesura, solo para ver que hacía.

Me causaba gran risa como se cansaba y dentro de mí pensaba “que exagerada es la vieja, si yo ni me cansé”.

Hoy, apenas con 15 años mas de vida comienzo a comprender el porque mi anciana abuela se fatigaba.

A pesar que siempre he sido medianamente deportista, he corrido algunas carreras importantes, practicado atletismo, kick-boxing y algunos otros deportes, el cuerpo ya no me responde igual que a los 17, algo está sucediendo en mi cuerpo que ha comenzado a adoptar una postura un poco mas letárgica que antes, necesito mas horas de sueño para reponer mis fuerzas y no puedo levantarme de un salto al despertarme como cuando tenía 17. Hoy, necesito unos cuantos minutos después de despertar para poder levantarme.

Sin embargo, en todos estos cambios que a mis 32 años he comenzado a experimentar, todos estos cambios que causan cierto pesar, también ha despertado en mi una parte de mi cuerpo que siempre había tenido, sentido y usado en pocas ocasiones, aquel órgano que pareciera los adolescentes aborrecen y del cual se olvidan que existe se llama Cerebro.

Es como si mi cuerpo hubiera hecho un trueque con la vida, un intercambio con Dios y le hubiera dicho: “te daré gradualmente conforme pasen los años la rapidez, fuerza y agilidad pero a cambio dame el Don de la Sabiduría”

Sabiduría.

La Sabiduría. Aquél don que Dios provee a los hombres y que puede construir grandes cosas. El arma de los viejos ante la carencia de las tropas artilladas y fuertes de su juventud.

El don de tres estrellas que convierte a un soldado en General.

Cuando era adolescente gozaba juntarme y hablar con los de mi edad, con mas chicos para impresionarlos con mis grandes hazañas de conquistas sentimentales, peleas, parrandas y logros deportivos.

Era aburrido simplemente pensar en conversar con un viejo por mas de una hora y cuando eso tenía que suceder, mi mente viajaba hacia otro lado en donde hubiera fiestas, diversión y chicas mientras aquél pobre viejo compartía sus anécdotas, vivencias y sabiduría a mis ausentes oídos los cuales fingían ser buenos receptores por que tenían una alianza con mi cabeza, la cual estaba altamente entrenada para que cada pocos minutos hiciera un movimiento ligero hacia adelante y hacia atrás como asintiendo positivamente. Y con eso aquellos viejos que gastaban su poca saliva en platicar conmigo se creían escuchados y satisfechos por que yo asentía con la cabeza como si fuera el mejor de los escuchas.

¿Qué es lo que me ha arrojado al abismo de la escritura para redactar este pequeño libro?. Lo siguiente:

Recuerdo a mi madre desde que yo tenía aproximadamente 3 años de vida. Mujer audaz, amable, querida por todos los que la conocían, protectora de los desprotegidos y desafiante de los abusivos, de espíritu indomable, agresivo y libre.

Antes que ella se convirtiera al cristianismo fue educada como la gran mayoría de las personas en México, bajo el bautismo Católico, sin embargo ella inclinó mas su rostro hacia El Señor. Lo recuerdo bien por que casi nunca me hablaba de santitos y vírgenes, siempre me contaba las cosas de Jesús, la creación de Dios, y muchas historias que se le pueden contar a los niños para comenzar a inducirlos a la Fé.

Divorciada y con un hijo de 3 años sacó fuerza de donde no había para mantener a un niño en las mejores escuelas de paga, vestirlo y alimentarlo de la mejor manera posible.

Invencible, la mujer de acero sacada de los cómics y hecha mamá, como tantas mujeres.

Sin embargo, a sus 62 años cierto día comencé a observarla detenidamente, como pocas veces. Algo extraño pasaba en su rostro; el cual ya presentaba algunos pliegues que anteriormente no tenía, también su voz fuerte y clara comenzó a escucharse un poco quebrada, como si estuviera lejos.

También observé que yo había crecido de estatura ya que ella se veía mas pequeña que de costumbre. No, yo seguía midiendo mis 1.75; ella había reducido su tamaño. Extrañamente sus pasos comenzaron a volverse u poco mas cortos y se movía con ligera lentitud, como aquellos viejos con los que platicaba en mi adolescencia.

Cierto día comenzó con una severa tos que la sorprendió como un ladrón que quiere primero matar a su víctima de manera silenciosa antes de robarle lo que pueda poseer. Le faltaba el aire como si alguien estuviera estrangulándola y se ahogaba con facilidad cuando platicaba.

Comenzamos a ir a algunos doctores especialistas en pulmones y vías respiratorias para que le curara. Me pidió que la acompañara en distintas ocasiones al médico y a que le hicieran los análisis que el doctor le solicitaba, lo cual me extrañó mucho. Ella siempre había hecho sus cosas sola, no necesitaba que nadie la acompañara ni la llevara, tenía la ligera sospecha y el gran miedo de que

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