Perseverancia En La Fe
GabrielaCh4 de Noviembre de 2013
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Llamados a perseverar
A lo largo de su ministerio, el Señor Jesucristo vio cómo multitudes le seguían. Pero también observó cómo «muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él» (Jn. 6:66). éstos eran el grano de semilla que, sembrado en pedregales, brotó pronto prometedoramente, pero «cuando salió el sol se quemó» porque apenas tenía raíces (Mt. 13:5-6). La experiencia ha mostrado que una de las virtudes más difíciles de mantener es la perseverancia, especialmente en el discipulado cristiano. Muchos creyentes son capaces de auténticas proezas en un momento dado; pero carecen de la energía suficiente para perseverar. En unos juegos olímpicos espirituales pueden ganar la prueba de los cuatrocientos metros, pero no una maratón. O quedarán postrados a mitad de la carrera o renunciarán a acabarla y la abandonarán. Pero esta defección es inadmisible en la carrera cristiana, pues sólo «el que persevera hasta el fin será salvo» (Mt. 10:22). Esta perseverancia, si nos atenemos al verbo original (Proskateréo) en el Nuevo Testamento significa no sólo continuidad, sino firmeza; es ocuparse de modo incansable en algo, ser fielmente adicto. El tema es de gran actualidad, pues lamentablemente en muchas iglesias es preocupante el número de miembros que se alejan de ella o que, sin llegar a abandonarla, viven una vida espiritual raquítica e infructuosa. Abrumados por dudas, por problemas o simplemente por indiferencia, más que «correr la carrera que les es propuesta» (Heb. 12:1) parecen arrastrarse pesadamente por los caminos del Señor. Como consecuencia, su testimonio tiene muy poco de atractivo para que personas de su entorno no creyentes se interesen por el Evangelio. En el campo de la experiencia cristiana se destacan cuatro áreas en las que debe ejercitarse la perseverancia: el credo, la oración, la comunión eclesial y el servicio.
Perseverancia en la fe
Los tiempos actuales no son muy propicios a la fe. El creyente ha de hacer frente a corrientes de pensamiento profundamente antagónicas al credo cristiano. Desde los días del Renacimiento hasta hoy han ido ganando terreno el humanismo y el racionalismo. El hombre es «la medida de todas las cosas», idea que se ha acrecido con los avances científicos y tecnológicos. Y es el hombre quien, guiado por su razón y por la luz de las ciencias naturales, ha de definir la verdad con todos sus contenidos (doctrinales o éticos) . Para los defensores más radicales de esta filosofía, toda creencia religiosa es una rémora para el progreso. Desde la existencia de Dios hasta la resurrección de Jesucristo, todo es negado o puesto en tela de juicio. De ahí la proliferación de ateos y agnósticos, muchos de los cuales ridiculizan las doctrinas esenciales del cristianismo y presionan por todos los medios a la sociedad para imponer sus opiniones. Si a esto se añaden las dudas que, independientemente del entorno, suelen asaltar al creyente, o las inconsistencias que éste descubre en su propia vida y en la de otros cristianos, se comprenderá que necesita una elevada dosis de conocimiento y poder espiritual para perseverar en la fe. También el problema de la injusticia y el sufrimiento le turba con frecuencia. Su teología no cuadra con la experiencia humana, y entonces piensa que en la providencia de Dios algo no funciona. O la sabiduría, el poder, el amor y las promesas de Dios no son tan maravillosos como se pensaba o la teodicea es un misterio indescifrable. Cualquiera de las dos opciones tiene efectos debilitantes sobre la fe. éste fue el problema de Juan el Bautista. No podía entender que, si Jesús era el Mesías prometido, instaurador del reino de Dios, permitiera injusticias como la de su encarcelamiento. Hasta tal punto la oscuridad en este punto turbaba su fe que envió a dos de sus discípulos con un mensaje angustioso, una pregunta que le corroía el alma: «¿Eres tú el que había
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