Religiones No Cristianas
carozgr25 de Abril de 2013
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RELIGIONES NO CRISTIANAS
Hace justo un año, en agosto del 2000, la Congregación para la Doctrina de la Fe hacía pública la Declaración Dominus Iesus, acerca de la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia. Esta doctrina, que refuerza la necesidad de la acción misionera de la Iglesia, no significa un menosprecio hacia otras religiones. La Declaración recordaba que estas doctrinas «no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres». A continuación se ofrece un panorama de las principales formas de creencia no cristiana.
VALOR SALVÍFICO DE LAS RELIGIONES (José Morales)
HEBRAÍSMO (Javier Mora-Figueroa)
HINDUÍSMO (José Ramón Pérez-Arangüena)
BUDISMO (Manuel Guerra Gómez)
ISLAMISMO (Miguel Ángel Torres-Dulce)
NUEVOS MOVIMIENTOS (Julio de la Vega-Hazas)
ANIMISMO (Jesús Azcárate)
El Cristianismo y las religiones
La Iglesia mantiene una actitud positiva hacia las tradiciones no cristianas
Por José MORALES
• Las religiones de la humanidad han saltado en poco tiempo al centro de la atención cultural y teológica. Lo muestra con claridad el gran número de libros descriptivos que, dedicados a las diferentes tradiciones religiosas de la tierra, se han publicado a lo largo de los últimos años. Abundan mucho menos, sin embargo, las obras que tratan ordenadamente de las relaciones que existen o deben existir entre Cristianismo y las demás religiones, tanto en un plano de reflexión teológica general como en aspectos concretos que pueden ser tan importantes como el diálogo interreligioso y las misiones.
Los cristianos necesitan en la hora actual enriquecer su información acerca de las otras religiones. Credos y tradiciones religiosas aparecen ahora con gran frecuencia y por motivos diversos en los medios de opinión pública y en la conversación general. Estas noticias y comentarios necesitan superar muchas veces el nivel de la simple información, y convertirse en una fuente de conocimiento y de verdadera cultura religiosa.
Las religiones son un asunto de gran actualidad en la Iglesia. Lo muestran entre otras cosas, la Jornada por la paz, promovida por Juan Pablo II y celebrada en Asís en 1986, la Encíclica sobre las misiones (1990), el viaje del Papa al Sinaí y El Cairo, seguido de su peregrinación a Tierra Santa, en febrero y marzo del 2000, y de su reciente visita a Damasco, en mayo del presente año. En esta ocasión entró por primera vez un Papa en un templo musulmán.
DOCTRINA CATÓLICA
Todo indica que el Cristianismo habrá de ocuparse intensamente de las religiones en los próximos años y decenios.
Pero el interés de la Iglesia por las religiones no cristianas y especialmente por la salvación de los paganos no es un hecho reciente. Existe desde la época patrística y se intensifica durante los siglos medievales. La labor misional es la respuesta práctica a la cuestión vital de la salvación eterna de los infieles, mientras que a nivel teológico se elaboran doctrinas que permitan incluir a los paganos no evangelizados dentro de la única salvación lograda por Jesucristo. Se encuentran entre ellas las doctrinas del bautismo de deseo o in voto, de la fe implícita, de la obediencia a la conciencia recta, etc.
A diferencia de las posturas protestantes tradicionales, el magisterio y la teología de la Iglesia católica han mantenido una actitud crecientemente positiva no sólo hacia las posibilidades de salvación en el paganismo, sino también hacia el valor espiritual de las tradiciones religiosas no cristianas, salvadas siempre las oportunas distancias derivadas de la naturaleza definitiva y plena de la Revelación en Jesucristo.
La posición católica se formula con nitidez en la Encíclica Evangelii Praecones (2 de junio de 1951), de Pío XII, donde se dice que la “Iglesia católica no despreció las creencias de los paganos ni las rechazó, sino que más bien las libró de todo error e impureza, y las consumó y perfeccionó con la sabiduría cristiana”. Estas palabras recogen la conocida idea cristiana de que así como la gracia no destruye la naturaleza, tampoco la revelación propuesta por la Iglesia busca eliminar la religión pagana, sino elevarla, purificarla y perfeccionarla. Consideraciones análogas, formuladas con menor precisión, se encontraban ya en la carta Maximum Illud (1919), de Benedicto XV, y en la Encíclica Rerum Ecclesiae (1926), de Pío XI.
Estos pensamientos –en un marco diferente pero con presupuestos semejantes– reaparecen en la Declaración conciliar Nostra Aetate (28. 10. 65) con la siguiente formulación: “La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepen en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres” (n. 2).
TEÓLOGOS
La teología (cristiana) de las religiones se ha establecido como disciplina y campo de investigación y docencia intraeclesiales a lo largo del siglo XX. Es básicamente una reflexión que desea responder a las cuestiones que la diversidad religiosa plantea a la doctrina católica.
La Declaración Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II, ha marcado un cierto punto de inflexión, que no es, sin embargo, de carácter absoluto, porque las posiciones posconciliares de numerosos teólogos habían aparecido ya antes de los años sesenta.
Las propuestas teológicas más citadas acerca del cristianismo y las religiones se contienen en monografías de H de Lubac, J. Danièlou, Y. Congar, K. Rahner, H.R. Schlette, y J. Ratzinger.
Los años posconciliares han visto una extensa producción de tratados, monografías y ensayos teológicos acerca del tema. Dentro del campo católico, han alcanzado más difusión los trabajos de M. Seckler, V. Boublik, M. Guerra, G. D’Costa, J. Dupuis, H. Waldenfels, L. Elders, J.A. Dinoia, P. Rossano, y L. Scheffczyk.
Entre los autores protestantes más significativos deben ser mencionados H. Kraemer, P. Tillich, G. Lindbeck, J. Hick, y A. Plantinga.
Estos autores defienden muy variados puntos de vista y resulta imposible distribuirlos según una tipología rigurosa. Las fronteras confesionales no son significativas, y los grupos de autores que defienden posturas más o menos semejantes en torno a las cuestiones de la salvación y la verdad, suelen cruzar la línea divisoria entre católicos y protestantes.
CRISTO, ÚNICO SALVADOR
Es conveniente mantener en cualquier caso que las afirmaciones de la Iglesia acerca de la universalidad de la salvación obrada por Dios en Jesucristo representan desde luego una condición sine qua non para una teología de las religiones, elaborada desde el punto de vista cristiano, y para un verdadero diálogo interreligioso. Juan Pablo II lo ha formulado de la manera siguiente: “el hombre– todo hombre sin excepción alguna– ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre –cada hombre sin excepción alguna– se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello”.
Esta doctrina ha sido reiterada innumerables veces en parecidos términos, sin que las convicciones que contienen hayan impedido la comunicación con hombres y mujeres de otros credos. El Papa ha vuelto a afirmar recientemente: “Cristo, Salvador universal, es el único Salvador. San Pedro lo afirma claramente: ‘no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que debamos salvarnos’ (Hch 4, 12). Al mismo tiempo es proclamado también único mediador entre Dios y los hombres, como enseña la primera carta de san Pablo a Timoteo (1 Tim. 2, 5-6)... Así pues, no se pueden admitir, además de Cristo, otras fuentes o caminos autónomos de salvación. Por consiguiente, en las grandes religiones, que la iglesia considera con respeto y estima en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, los cristianos reconocen la presencia de elementos salvíficos, pero que actúan en dependencia de la gracia de Cristo... También en relación con las religiones, actúa misteriosamente Cristo Salvador, que en esta obra asocia a su Iglesia”.
Estos textos y otros parecidos sientan con nitidez la doctrina de Cristo, único Salvador a través del misterio de la Iglesia, pero guardan un respetuoso silencio respecto al modo en que la eficacia salvadora de Jesús alcanza a todos los hombres. Se estima una misteriosa operación divina, que debe ser mucho más adorada que escrutada con los instrumentos de la razón humana, lo cual recomienda a la teología un tono de sobriedad intelectual en presencia de lo misterioso.
Esta convicción cristiana no es incompatible con el sincero respeto hacia las demás religiones, que no puede faltar entre los bautizados. Un teólogo cristiano no descalifica a priori otra religión, pero procura mostrar que está seguro de la propia y que mantiene e incluso afianza su identidad cristiana en el diálogo interreligioso. Sólo los cristianos que afirman con nitidez la singularidad y universalidad de Jesucristo como Salvador de la humanidad pueden desempeñar un adecuado y coherente papel en ese diálogo, y aprender de los demás. Esta actitud afirmativa de la propia creencia no es fruto en el cristianismo de una simple tendencia universalista. Deriva, sobre todo, de una convicción religiosa enraizada en la fe y avalada por la razón
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