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San Agustin De Sales

wwhy13 de Octubre de 2012

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Al terminar el brillante examen que sostuvo el preboste Francisco de Sales, candidato a Episcopado, el Papa Clemente Vlll, a quisa de felicitación, le dirigió estas palabras del libro de los Proverbios: “Hijo mío, bebe el agua de tu cisterna, la que brota de en medio de tu pozo. Que se desborden por fuera tus arroyos y envíen corrientes de agua por las plazas” (Proverbios, 5, l5-l6).

Este deseo venía a ser una predicación. “He tocado -----confiesa el Santo Doctor----- muchos puntos de teología con cuidadosa simplicidad, pero sin espíritu de contienda, proponiendo buenamente no lo que he aprendido en las disputas sino lo que la atención en el servicio de las almas y la experiencia de 24 años de santa predicación me han hecho buscar como lo más conveniente para la gloria del Evangelio y de la Iglesia” (Tratado del Amor de Dios, Prefacio).

Esto equivale a decir con suficiente claridad que la Teología de San Francisco de Sales no se presentará a la manera de un estudio ordenado y sistemático que conviene a un manual o a una Suma, sino más bien esparcida a lo largo de tratados inspirados por las circunstancias de tiempos y de personas, o por las necesidades inmediatas de las almas.

Se ha reunido bajo el título de Controversias toda una serie de Meditaciones,y de edictos, lo que ahora se llamarían “tractos” o cartelones, que San Francisco de Sales, verdadero precursor de los métodos contemporáneos, hacía distribuir en las casas o pegar en los muros, durante su misión en el Chablais, pensando en los protestantes a quienes los prejuicios o el respeto humano les impedirían el acudir a oír sus predicaciones.

Su objeto es demostrar que “se equivocan todos los que permanecen separados de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana”. Apoyándose en la Sagrada Escritura, exclusiva autoridad para los protestantes, el autor establece primeramente la autoridad de la iglesia, “la verdadera Esposa”, sociedad visible, universar, infalible, imperecedera. Luego señala los puntos en los que la regla de fe es violada por la Reforma: el libre examen da lugar a “interpretaciones tan diversas cuantas cabezas hay en el mundo”; la unidad de la Fe no puede ser salvaguardada sino gracias a la enseñanza de la Iglesia proveniente de los Santos Padres, de los Concilios, y garantizada por el primado del Papa, sucesor de San Pedro: “La Iglesia no puede estar siempre reunida en un Concilio general, y ni un solo Concilio general hubo durante los tres primeros siglos. Luego, en las dificultades que sobrevienen diariamente, ¿a quién dirigirse, de dónde tomar la ley más segura, la regla más cierta, sino del Jefe General y Vicario de Jesucristo? Ahora bien, todo esto no se ha verificado solamente en San Pedro, sino en sus sucesores; porque permaneciendo la causa, permanece el efecto. La Iglesia necesita de un confirmador infalible al que se pueda dirigir, de un fundamento que las puertas del infierno no puedan trastornar, y que su Pastor no pueda conducir al error a sus hijos. Así es que los sucesores de San pedro tienen estos mismos privilegios que no son de la persona sino de la dignidad y del cargo público”. En fin, el apologista opone a las prácticas protestantes que han alterado hasta la forma de los Sacramentos y abolido los dogmas del puergatorio y de los sufragios por los muertos, la creencia y los ritos de la Iglesia católica conformes con la tradición secular y apostólica.

“La defensa del estandarte de la Santa Cruz” es una refutación del libelo del ministro La Faye contra el culto de la Cruz. Después de una distinción entre los diferentes grados o formas de culto: latría, dulía, hiperdulía, San Francisco de Sales muestra, por el testimonio de las Escrituras y la doctrina de los Padres (más de cuatrocientos textos), la legitimidad de los honores rendidos a la Cruz; luego recuerda los milagros de su conservación y de su Invención, los beneficios concedidos a sus devotos contrastando con las maldiciones que han herido a sus profanadores; subraya el uso del siglo de la Cruz como profesión de fe y como modo de bendición; en fin, precisa que aunque la adoración perfecta y absoluta está reservada a la Divinidad, conviene una adoración relativa “a las pertenencias de Jesucristo”, y especialmente a la Cruz, instrumento de la Redención. En cuanto a la crítica insolente que La Faye creyó deber hacer de este Tratado, San Francisco de Sales le hace justicia: “Jamás han querido mis amigos que yo me tome ni siquiera la pena de tratar de replicar: a tal grado les parecería indigna cualquier respuesta. Han creído que mi libro proporcionaba suficiente defensa contra los que lo atacaban, sin que tenga yo que agregarle absolutamente nada”.

“La Introducción a la vida devota” no fue en su origen sino un pequeño ramillete de avisos prácticos, o “memoranda”, dirigidos por el Santo obispo a una de sus parientas Madame de Charmoisy. Pero más allá de esta primera “Filotea” (amiga de Dios), el Santo obispo tenía en mente otras almas, igualmente deseosas de progresar en la vida cristiana: “Es un error -----decía él----- y aun una herejía, el querer desterrar la vida devota de la Compañia de los soldados, del taller de los artesanos, de la corte de los príncipes, del quehacer de las gentes casadas”. Varios arreglos de estas primitivas notas dieron, pues, nacimiento a la pequeña obra maestra cuyo designio es honrar y poner al alcance de todos la devoción: “La verdadera devoción es la facilidad de hacer diligentes y bien las acciones en servicio de Dios”. Pero no son nada más los actos precisamente culturales los que deben estar animados por la devoción: todas las acciones, cualesquiera que sean, realizadas por un alma cristiana, pueden estar inspiradas por el amor divino y valer como un servicio de Dios: “La verdadera y viva devoción, oh Filotea, presupone el amor de Dios; pero en sí misma no es sino un verdadero amor de Dios. En cuanto el amor divino embellece nuestra alma, se llama Gracia, que nos hace agradables a suDivina Majestad; en cuanto nos da la fuerza para obrar bien, se llama Caridad; pero cuando ha llegado hasta el grado de perfección en el cual, no contento con llevarnos a obrar bien, nos hace obrar cuidadosa, frecuente y prontamente, entonces se llama devoción”.

El libro comprende cinco partes: después de un preámbulo sobre la existencia de la devoción, la exposoción de las “ayudas y de los medios” de adquirirla, la oración y los Sacramentos; luego el “cuerpo” de la devoción constituido por la práctica de las virtudes; en seguida el estar en guardia contra las tentaciones que la obstaculizan; en fin, el “retiro” para la periódica renovación de las resoluciones. Todo está marcado por un conocimiento profundo del corazón humano y lleno de consejos juiciosos y medidos, en un estilo sencillo y claro, con un dejo de gracia que le quita a la devoció sus aspectos otrorad austeros si no es que chocantes: cualidades universalmente apreciadas, que explican la prodigiosa difusión del libro: “En el claustro se relegaba la vida interior y espiritual, y era tenida por demasiado incivil para aparecer en la corte y en el mundo. Francisco de Sales fue escogido para ir a sacarla de su retiro” (Bossuet). “Desde su introducción a la Vida Devota, Francisco de Sales se convirtió en el abanderado de la escuela francesa de espiritualidad católica” (Mons. Calvet). “La Introducción a la vida devota ha sido también la introducción a la lengua francesa” (Víctor Berard). Gran humanista, San Francisco de Sales fundó en Annecy la Academia florimontana que precedió con treina años a la Academia francesa, y de la que formó parte Claudio Fabre de Vaugelas, el célebre gramático francés.

No han faltado espíritus escrupulosos que se escandalizan de su “manga ancha” y de lo atrevido de su lenguaje, cuando habla, por ejemple, de la legitimidad de las deversiones o de la honestidad del l numpcial. El autor mismo enjuicia esas críticas: “El dicho libro ha recibido en general una benévola acogida; sin embargo, no le ha faltado una ruda censura de algunos. Me reprecharé ¿el decirle a Filotea que el baile es una acción indiferente en sí misma? * Yo quisiera que hicieran ellos el favor de considerar que esta proposición está tomada de la común y verdadera doctrina de los más sabios y santos teólogos, puesto que he escrito para las gentes que viven en medio del mundo y las cortes y, en fin, que enseguida subrayo el extremo peligro que trae consigo las danzas” (Tratado del Amor de Dios, Prefacio) “El mal no está en hacerlo, sino en aficionarse a él” (Vida Devota l, 23). “pienso haber dicho todo lo que quería decir, y hacer entender sin decirlo lo que yo no quería decir” (Vida Devota, l, 39)

El “Tratado del Amor de Dios” fue escrito teniendo en mente a Santa Juana de Chantal y a las primeras Visitandinas: “Cuando puedo tener un rato libre, escribo una vida admirable de una santa de la cual no habéis oído hablar”. En el prefacio de la obra el autor mismo expone su designio: “Me he propuesto representar simplemente y sinceramente, sin arte y aun sin retoque, ha historia del nacimiento, del progreso, de la decadencia, de la operación de las propiedades, ventajas y excelencias del Amor divino”.

El preámbulo es un estudio psicológico de la voluntad humana que ordena a todas las potencias y pasiones del alma, sin exceptuar el amor. En desquite, el amor se impone a la voluntad como una tendencia irresistible y exige que le presente ella un objeto a su medida, de cierta manera infinito. Es entonces cuando, bajo la presión del amor, la voluntad se ve obligada a desdeñar las obras perecederas para orientarse hacia Dios.

Los atractivos divinos nos solicitan, y especialmente los “amorosos

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