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San Juan Crisóstomo

AdrianCJ23 de Enero de 2012

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XII: Homilía acerca de las palabras del apóstol: Teniendo un mismo espíritu de fe,

como está escrito (2Co 4,13); y acerca de las palabras Creí por lo cual he hablado (Ps 115,10); y acerca de la limosna.

(Parece que las tres Homilías que siguen fueron predicadas en Antioquia, como se deduciría de las alusiones a los monjes que habitan las montañas, cosa que no se veía en Constantinopla).

Los MÁS EMINENTES médicos, cuando ven que una llaga necesita del hierro, proceden a cortarla; pero no lo hacen despiadadamente y sin compasión, sino que se conduelen y al mismo tiempo se alegan, no menos que quienes sufren la operación: se conduelen por el dolor que al cortar producen, pero se alegran por la salud que al enfermo proporcionan. Pues lo mismo hizo Pablo, el excelente médico de las almas. Como los de Corinto necesitaran una reprensión un tanto áspera, se alegró y juntamente se entristeció. Se entristeció por el dolor que les causaba, pero se alegró por el bien que les producía. Y significando ambas cosas, decía: Por lo cual, aunque os contristé con mi carta, no me pesa; y aunque estaba pesaroso'.. . ¿Por qué estaba pesaroso? ¿Por qué ya no lo está? Estaba pesaroso por haberos reprendido un tanto acremente. Ya no lo estoy porque corregí el pacado. Y para que veas ser esta la causa, oye lo que sigue: Porque veo que con aquella carta, aunque por algún tiempo os contristé, pero ahora me gozo, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia. Como si dijera: si os entristecí, la molestia fue brevísima; la utilidad, en cambio, ha sido permanente.

Permitidme que ahora use yo de las mismas palabras ante vuestra caridad. Si con mi primera amonestación os entristecí, no me pesa, aunque es verdad que me había pesado; porque veo que aquella admonición y consejo, aunque os entristeció momentáneamente, sin embargo, me ha acarreado un gozo mayor: no porque os hayáis entristecido, sino porque os entristecisteis para penitencia. El hecho mismo de haberos entristecido según Dios ¡cuánta prontitud de ánimo ha excitado en vosotros! ¡Ahora nuestra reunión está mucho más concurrida, más alegre está nuestro conjunto, más abundante es el coro de nuestros hermanos! ¡Esta alegría y presteza, fruto son de aquella tristeza! Por consiguiente, tanto cuanto entonces me dolí, ahora me alegro al contemplar nuestra viña espiritual colmada de frutos.

Si en los convites profanos procura al comensal cierto honor y alegría la abundancia de compañeros, cuánto más conviene que suceda lo mismo en estos espirituales banquetes.

Y eso que en aquellos convites la multitud de convidados hace que haya un mayor consumo de manjares y que el gasto sea mayor; mientras que acá, por el contrario, en vez de que la multitud de comensales agote las mesas, más bien produce abundancia. Pues si allá ios gastos a pesar de todo producen alegría ¿cuánto mayor la producirán acá las entradas? Porque tal es la naturaleza de las cosas espirituales: cuanto mayor es el número a que se distribuyen, tanto más se acrecientan.

Y pues contemplo la mesa llena de comensales, espero que también la gracia del Espíritu Santo inspirará nuestro pensamiento. Porque la gracia, cuanto más numerosos ve que son los comensales, más copiosos manjares suele poner delante.

Y no porque el número escaso le cause fastidio, sino porque anhela la salvación de muchos. Tal fue la razón de que a Pablo, cuando iba recorriendo las otras ciudades, Cristo le ordenara detenerse en Corinto, en una visión en que le dijo: ¡No temas! ¡habla y no calles! ¡porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso!? Si el Pastor anduvo errante por montes y bosques y sitios impenetrables en busca de una ovejita ¿cómo podrá suceder que no ponga mayor cuidado cuando hay que sacar de la desidia y del error a muchas ovejas? Pero que tampoco desprecie a las menos numerosas, oye cómo El mismo lo dice: No es voluntad de mi Padre que perezca ni uno solo de estos pequeñuelos?" Como si dijera: ni el escaso número ni la bajeza vuestra lo lleva a despreciar vuestra salvación.

Siendo así que tan gran cuidado tiene de los pequeños y pocos, como de los muchos, pues todos están dependiendo de su favor y gracia ¡ea! vengamos con el discurso a las palabras de Pablo que hoy se nos han leído: Sabemos, dice, que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace... 4 Pero vayamos al comienzo mismo de la sentencia desde sus principios. Los que andan en busca de las fuentes, cuando encuentran un sitio húmedo y con agua, no examinan únicamente ahí el suelo, sino que siguiendo aquella humedad y pequeña corriente inquieren más adentro el manantial, hasta que llegan al brote mismo y comienzo de los raudales. ¡Hagámoslo así nosotros!.

Pues hemos encontrado la fuente espiritual que brota de la sabiduría de Pablo, siguiendo tras estas palabras, como quien sigue la vena de una corriente, lleguemos hasta el brote primero y nacimiento de la misma sentencia. ¿Cuál es el venero?: Teniendo el mismo espíritu de fe,, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé; también nosotros creemos y por esto hablamos. 1 ¿Qué dices? ¿Si no creyeras no hablaras y permanecerías callado? ¡Sí! dice. Porque sin la fe no puedo ni abrir la boca; y, a pesar de estar dotado de razón, quedo mudo si la fe no me enseña a hablar.

Como la planta, si se la destituye de su raíz, no produce fruto, así sin el fundamento de la fe no brota el discurso de la enseñanza. Por lo cual en otra parte dice: Porque con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud ¿Qué hay que pueda compararse ni preferirse a este árbol, del que no solamente los ramos sino también la raíz producen frutos; ésta de justicia y aquéllos de salvación? Pues tal es el motivo de que Pablo dijera: Creemos y por esto hablamos. Así como los miembros ya temblorosos y débiles a causa de la ancianidad, apoyados en un báculo seguro, no se deslizan ni caen al suelo, así la fe, al modo de un seguro báculo -el más seguro de todos- sustentando nuestra alma traída y llevada de una parte a otra por sus débiles raciocinios, y restaurándola con sus fuerzas, la fortalece en gran manera y no la deja caer, sino que le corrige con la excelencia de su virtud la fragilidad de su pensamiento y le quita la oscuridad, y la ilumina cuando se encuentra sentada como en una habitación tenebrosa, en medio del tumulto de sus ideas.

De aquí nace que quienes carecen de la fe no se encuentran en mejor condición que los que pasan su vida entre tinieblas. Pues como éstos dan contra las paredes y contra los objetos que por delante topan y caen en las fosas y se despeñan en los precipicios por no tener el uso de los ojos para nada, puesto que nada los ilumina; así cuantos carecen de la fe, andan chocando entre sí unos con otros, y contra las mismas paredes, y finalmente de pronto se despeñan en algún mortal precipicio.

Testigos me son los que se jactan de su ciencia profana, y se contentan de su larga barba y manto raído y bastón. Tras de largas y repetidas disertaciones, no alcanzan a ver ni siquiera las piedras que tienen delante de los ojos; porque si conocieran que son piedras jamás las creyeran dioses. Además se acometen unos a otros y se entrechocan hasta derribarse en el abismo pleno y profundísimo de la impiedad; y todo por haberse entregado en absoluto a sus propios raciocinios.

Pablo lo significó cuando dijo: Se entontecieron en sus razonamientos viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron neciosJ Y declarando luego cuan ciegos andaban y cuan necios eran, añade: Trocaron la gloria del Dios incorruptible, por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles. La fe disipa totalmente semejantes tinieblas en el alma que se hace digna de recibirla. Y a la manera que una nave agitada por los vientos que arrecian e inundada por las olas que la asaltan, sólo la mantiene firme el ancla descolgada, de manera que parece como si en mitad del piélago enraizara, así la mente humana, agitada de diversos pensamientos extraños, con la llegada de la fe se afirma más seguramente que con una ancla, y se libra cuando estaba a punto de naufragar; de manera que la fe la conduce, como a un puerto tranquilo, a la firmeza de la conciencia.

Y también esto lo significó Pablo cuando dijo: Por esto Dios constituyó apóstoles para la perfección consumada de los santos, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, y ya no seamos párvulos que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina?* ¿Observas la excelentísima hazaña de la fe, que a la manera de una ancla segurísima libra del oleaje y de las fluctuaciones; como escribe el mismo Pablo a los hebreos, cuando les dice: La cual tenemos como segura y firme áncora de nuestra alma y que penetra hasta el interior del velo?$ Y para que cuando oyes áncora no vayas a pensar que habrás de ser llevado hacia abajo, te declara que se trata de un nuevo género de ancla que no hunde sino eleva la mente a lo alto y la introduce al interior del velo del santuario, llevándola como de la mano. En este sitio, llamó Pablo velo al cielo. ¿Por qué? Porque así como el velo separaba la parte interior y Santo de los Santos del Santuario de la exterior del tabernáculo, así este cielo que vemos es como un velo colocado intermedio entre las creatu-ras, que separa lo exterior, del tabernáculo; o sea este mundo visible, del Santo de los Santos; es decir, de las cosas de allá arriba a donde fue por delante y penetró por nosotros Cristo.

De modo

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