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Señor Porque No Puedo Cambiar


Enviado por   •  9 de Octubre de 2014  •  1.532 Palabras (7 Páginas)  •  222 Visitas

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SEÑOR PORQUE NO PUEDO CAMBIAR ? La necesidad de tener una mente renovada

¿Alguna vez prometió solemnemente abandonar un mal hábito, para caer de nuevo al poco tiempo en el mismo? Los sentimientos de culpa pueden llevarle a prometer a no actuar de la misma manera otra vez. Usted decide hacer lo correcto, pero el día siguiente el ciclo se repite al ceder a las mismas tentaciones. La derrota le deja preguntándose: ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué no puedo vencer esto? La desesperación por el fracaso repetitivo le produce resignación y confusión. Usted quiere saber: Señor, ¿por qué no puedo cambiar?

Todos hemos querido honrar a Dios, pero hemos vuelto a los viejos hábitos pecaminosos casi de inmediato. ¿No se supone que la vida cristiana es más liberadora y victoriosa que esto? Después de todo, la Biblia dice. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5.17). ¿Por qué, entonces, el pecado habitual se apodera de nosotros? ¿No se supone que Cristo cambia todo esto? Si somos nuevas criaturas, ¿por qué seguimos actuando mal? Al igual que un buque encallado, nos sentimos como si estuviéramos totalmente atascados.

Entonces, ¿cómo podemos quedar libres de las conductas pecaminosas? Primero, tenemos que examinar cómo se produce el cambio en la vida cristiana. La salvación es una obra instantánea de Dios, que sucede en el momento que recibimos al Señor Jesús como Salvador. Pero a partir de ese momento, uno entra en un proceso continuo de transformación llamado santificación. El propósito del Señor es moldearnos a la imagen de Cristo, pero este proceso requiere de nuestra cooperación. Eso es lo que quiere decir la Biblia cuando expresa: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2.12). Si descuidamos esta responsabilidad, nos encontraremos luchando con los mismos problemas una y otra vez. Pero si nos sometemos al Espíritu Santo, Él ejercerá su influencia en cada aspecto de nuestras vidas. Los viejos hábitos pecaminosos se disiparán, y serán reemplazados por una nueva conducta agradable a Dios.

El camino a la transformación. Convertirnos en las personas que Dios quiso que fuéramos al crearnos, es un proceso de adentro hacia fuera. Ya que nuestros pensamientos gobiernan nuestras emociones, decisiones, acciones, actitudes y palabras, cualquier transformación duradera debe comenzar con la mente. Si lo único que queremos es modificar nuestra conducta, nunca experimentaremos la victoria a largo plazo. Lo que necesitamos es una nueva manera de pensar.

Esto puede lograrse solamente por lo que la Biblia llama la renovación del entendimiento (Ro 12.2). No es una transformación repentina, sino un proceso que dura toda la vida. En el momento de la salvación, el Señor no borra todos nuestros patrones negativos y pecaminosos de pensamiento, así como no elimina automáticamente nuestras imperfecciones físicas. Si usted tenía una cicatriz en su brazo antes de recibir a Cristo, lo más probable es que todavía la seguirá teniendo.

Somos un reflejo de todo lo que hemos estado pensando durante años. Desde el principio, se nos enseñó a responder a las situaciones de cierta manera, con un patrón de respuesta particular, y esto tiene que ver con cada aspecto de nuestras vidas. En algunos casos, podemos ver cómo las expresiones de las personas revelan la manera como se han desarrollado sus mentes a lo largo de su vida, grabando en sus rostros su continua preocupación, dolor y sentimientos de culpa. Mírese en el espejo. ¿Ve usted el gozo de Cristo en sus ojos? ¿O delata su aspecto los efectos destructivos del pecado? La buena noticia es que, no importa cuáles hayan sido sus pensamientos en el pasado, Dios puede enseñarle a pensar de manera diferente. Él le da su Espíritu para guiarle mediante un proceso que produce una restauración real y un cambio permanente.

Dónde nacen los pensamientos. Entonces, ¿qué es lo que desencadena los patrones negativos de pensamiento? El Señor nos ha dado sentidos físicos para que podamos interactuar unos con otros y con nuestro mundo. La capacidad de ver, oír, tocar, saborear y oler, es un regalo maravilloso de Dios que afecta el desarrollo de nuestros pensamientos y lo que pensamos. Sin embargo, debido a que continuamente estamos siendo influenciados por el mundo que está a nuestro alrededor, a veces no utilizamos esa capacidad de manera que honre a Dios. Experimentamos la vista, sonidos, olores, sabores o sentimientos que nos dan un placer momentáneo, y comenzamos a pensar: “¿Qué más podría haber?” Y así comienza la espiral descendente; nuestros sentidos desencadenan pensamientos que provocan patrones destructivos de conducta.

Santiago 1.14, 15 dice: “Cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es

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