Cuento. No se pueden cambiar las cosas
lola144Tarea19 de Octubre de 2016
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No se pueden cambiar las cosas
Todo pasa de repente, vives la vida al máximo o no, y de la nada, en un momento inesperado todo se acaba, ya no hay tiempo de arrepentirse y de hacer algo para arreglarlo, solo queda aceptarlo y vivir con ello.
Mi nombre es Miranda Díaz y me sucedió algo muy impactante a la corta edad de 14 años. Yo vivía en Nuevo México, en una granja grande, me encantaba vivir ahí, era un lugar muy tranquilo y pacífico, con aires suaves como la seda y con su delicioso aroma a campo.
Lo último que paso y que recuerdo, antes de aparecer en este cuarto blanco, fue en la mañana. El camino de mi casa hacia la escuela es largo, todas las mañanas salíamos a las 5:30 am, aunque sonara aburrido salir temprano y cruzar un largo camino, era mi parte favorita de la semana, ya que podía escuchar a los pájaros y a las gallinas cantar, despertándome con su ruido las ganas de vivir y sonreír, también podía ver al sol salir, dejando un impresionante panorama anaranjado, observar las calles, las casas de madera, las construcciones, y la belleza de las demás granjas y ranchos.
Esa mañana salimos más temprano, ya que el tren pasaba a las 5:40 am y además mi papa llevaría a mi cerdito, Pino, al veterinario. La troca iba muy despacio, manejábamos a paso de bicicleta, los días pasados mis papás habían llevado la troca a arreglar, pero al parecer no había quedado muy bien. Cuando estábamos a punto de pasar por los rieles, vimos que el tren se acercaba, pero mi papá sin importar decidió avanzar para no esperar todo el tiempo que tarda el tren en pasar, a la mitad de los rieles el carro se quedó parado, mi papá y yo nos quedamos en pánico, el tren estaba a unos 50 segundos de nosotros, él se desabrocho el cinturón y se salió rápidamente del carro, abrió con bastante desesperación mi puerta para sacarme, pero yo no quería dejar a mi cerdito morir, aferrada me volteé a la cajuela e intente sacarlo de su jaula, estaba muy atorado y no lo lograba, yo solo escuchaba a mi papá gritarme al mismo tiempo que me jalaba con todas sus fuerzas para sacarme del carro.
Todo sucedió tan rápido, no sentí realmente dolor, solo se oscureció todo y empecé a sentir frío, con una sensación de miedo. Enfrente de mí aparecieron recuerdos, como si hubiera una pantalla o una proyección, pero simplemente aparecía ahí, el sonido lo escuchaba dentro de mí, no habían bocinas ni audífonos.
Cuando me concentré y vi la proyección, me vi a mi recién nacida, una bebe rosada, demasiado hinchada y pequeña, enfrente de mí podía ver a mis papas. Mi mamá, una señora joven, con cabello castaño y rizado, sus ojos verdes con un huevo estrellado color café en el centro, su sonrisa hermosa, su piel que sin una gota de maquillaje se veía suave y clara. Y a un lado estaba mi papá, un hombre alto y fuerte, con su barba especial y única, la que solía hacerme cosquillas y rasparme cuando me besaba, y finalmente con su sombrero vaquero, el mismo que llevaba esa mañana. Los dos sonreían, jamás había visto y apreciado esa felicidad tan inmensa, que se veía desde su forma de mirarme, como su forma de acariciarme y hacerme cariños. Después apareció mi abuelo, jamás lo había visto, solo recordaba fotos de él, estaba bastante arrugado, pero se notaba que sus arrugas provenían de tanto sonreír, él me miraba y parecía que recordaba de esa manera a su hijo. Se acercó a mí y al odio me susurro –“Crecerás como el campo”- y luego me dio un beso en la frente, desde su boca pegándose a mi piel se vio que me daba todo su amor con tan solo sus viejos labios.
Mi abuelo falleció cuando cumplí un año de edad, a los 90 años, vivió tanto por su fortaleza y sus ganas de vivir, yo nunca me imaginé lo lindo que era, no entendía por qué mi papá a veces lloraba al ver sus imágenes en el álbum de fotos. Mi papá era demasiado inteligente y supongo que todo lo que aprendió se lo enseñó él, así como todo lo que yo sé, lo aprendí de mi padre.
Pasaron bastantes recuerdos, entre ellos estaba como aprendí a manejar la bicicleta, la primera vez que probé la nieve de chocolate, cuando me dio varicela, la vez que me gane a mi cerdo en una feria, el día en que tome café para sentirme grande, la navidad en que pusimos el árbol todos juntos, y el que considero más importante, cuando mi papá me invitó a trabajar con él en la granja. Recuerdo que fue un día antes de entrar a la escuela por primera vez, yo estaba jugando con mis muñecas de trapo en la sala, ese era mi lugar favorito, había demasiado espacio para jugar y moverme, las paredes tenían estampados de cuadros rojos y blancos que llamaban mucho mi atención y el suelo era de madera, así que podía resbalarme y patinar cuando corría. El caso es que esa vez mi papá bajó, se despidió de mi mama abrazándola y cargándola, luego le dio un beso muy largo, yo me empezó a reír y mi papá corrió hacia mí, al correr me agarro de los brazos y me elevo hasta arriba como un avión, después me bajó y me pregunto si quería ir con él al trabajo, y creo que para una niña de 5 años esa era la pregunta más emocionante que podías escuchar, y más de tu papa.
Salimos de la casa y me agarro mi pequeña mano, caminábamos y yo observaba el campo, era gigante, se podían ver los colores verde y amarillo reluciendo con los rayos del sol haciendo mover los pastos como si bailaran con la música del viento, a esa edad me di cuenta que era hermoso. Llegamos a donde estaban todos los animales, salude a todos los vecinos y trabajadores de mi papá, todos eran muy simpáticos y me trataban muy bien, me hacían sentir parte de ellos. Mi papá me había puesto a recoger los huevos de las gallinas y mientras lo hacía, podía observar con tanta admiración a mi padre trabajar, él trabajaba siempre con una sonrisa y se notaba lo mucho que le gustaba hacerlo. Cuando terminamos de trabajar mi papá me sentó en una vieja cerca donde había una vista impresionante, nos quedamos callados un rato, simplemente observando y admirando la vista, hasta que mi papá me voltio a ver y dijo –“Crecerás como el campo”- lo mismo que me dijo mi abuelo al nacer, esa frase me hacía sentir bien y muy orgullosa.
Pasaron más recuerdos, como cuando entre a primaria, mi primera pijamada, la vez que entré a ballet, cuando en año nuevo lanzamos luminarias al cielo, el día en que construí con mi papá una casa del árbol, la vez que me rompí una pierna jugando voley, entre muchos lindos, graciosos, únicos y a veces tristes recuerdos.
Después de pasar tantos momentos tan emocionantes, llego el año más difícil. Cuando tenía 11 años sucedieron varios problemas que me afectaron mucho y llegaron a lastimarme emocionalmente. Llegaron tiempos de mal clima y se secaron todas nuestras cosechas, gracias a eso se perdió demasiado dinero, ya que no teníamos nada que vender, y era difícil alimentar a los animales como darles un buen cuidado, entonces mi papá tuvo que vender algunos para ganar dinero. No teníamos mucho gracias a la perdida y mis papás discutían demasiado ante eso, siempre que se peleaban yo subía a mi pequeño cuarto y abrazaba a mi cerdo hasta quedarme dormida en la cama.
Lo que si me afecto mucho, fue cuando mi papá pensó vender la granja , esos días me sentía tan deprimida que no hacia tareas y no trabajaba en clase, tampoco comía a ninguna hora, lo único que hacía era dormir, ya que no tenía ganas de hacer nada. Mis papás se preocupaban mucho por mí y de alguna forma, eso me hacía feliz, me gustaba que lo hicieran, porque eso de una extraña manera los volvía más unidos. Sinceramente deje de sufrir y en vez de eso me puse a ayudar de todas las formas que pude, vendí todos mis juguetes antiguos, me puse a hacer rifas, regale mis ahorros, lave carros e hice eventos con ayuda de mis papás para ganar dinero y no llegar a vender la granja.
Sinceramente fue un milagro que meses después llegaran los mejores climas, tan buenos fueron que le produjeron más efectivas cosechas y de una calidad mejor que la de los años anteriores, todo salía de maravilla, a mi papá le fue tan bien que arreglamos la casa y la granja, logro comprar más animales y hasta se mejoraron las ventas de los supermercados.
Pasaron bastantes recuerdos más, hasta que se mostró mi edad actual, y después apareció mi accidente. Se sintió horrible, sentí toda la culpa cayendo encima de mí y tirándome hasta lo más profundo del suelo, por no pensar de manera correcta y querer salvar a un animal que de todas maneras estaba muriendo de enfermedad, acabe causando un accidente trágico. La verdad yo no sabía qué hacía en ese cuarto blanco, ¿Estaría muerta? ¿Me quedaría aquí toda la vida? Pero en eso se respondió todo por sí solo. Unos minutos después de que se terminaran los recuerdos, todos se apagó, se sintió un vacío y de la nada abrí los ojos, al principio no podía ver , pero luego se fue aclarando la vista. Ya no estaba en el cuarto blanco y vacío, ahora estaba en una camilla acostada en un cuarto de hospital, llena de tubos y con vendas en todas partes que apenas me dejaban respirar. Mi mamá estaba dormida en una silla que estaba a unos cuantos centímetros de mí, cuando observaba el cuarto, veía todo lleno de regalos, habían además flores marchitada, que se notaban a ver estado ahí bastante tiempo atrás, pero también podía ver otras nuevas y frescas, recién llegadas de la florería. Mi mamá se despertó por los ruidos que hacia la máquina que estaba a lado mío, me vio despierta y ante eso hizo un gesto de felicidad, en el que podía mostrar una diferencia entre su cara hinchada y sus ojeras. Ella salió de la habitación corriendo, jamás la había visto correr tan velozmente, unos segundos después llegaron deprisa unas enfermeras, así como dos doctores a revisarme y a hacerme muchas cosas que por el cansancio me hicieron dormir.
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