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Teismo Y Animismo

flaca12314 de Septiembre de 2012

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CORRIENTES TEISTAS Y ANIMISTAS

FENOMENOLOGIA DE LAS RELIGIONES

DIANA PATRICIA QUICENO VASQUEZ

CARLOS HOYOS

ANALISIS DE RELIGION

SEMESTRE IV

INSTITUTO BIBLICO TEOLOGICO PENTECOSTAL

PEREIRA 2012

OBJETIVOS

 Estudiaremos el origen de las religiones teístas y animistas.

 Fomentar el conocimiento de la fenomenología de las religiones, en cualquier persona, sea cual sea su credo religioso o filosófico.

 Estudiar de manera clara y sistemática los principios esenciales del teismo abarcando sus aspectos más importantes desde una perspectiva doctrinal e histórica.

TEÍSMO

En términos generales el teísmo significa la creencia en el Dios viviente, que interviene en el curso del mundo y en la vida humana. En este sentido amplio, se dan rasgos teístas en la mayoría de las religiones: en las politeístas, en cuanto que los muchos dioses intervienen en mayor o menor grado en la vida humana; en las religiones de signo panteísta o monoteista, en la medida en que preconizan una unión íntima entre el hombre y la divinidad; en las religiones monoteístas sobre todo, por relación a las cuales el teísmo adquiere su significado específico.

Un santo reflexivo ha alcanzado, a través de yoga, una conciencia de cima de la montaña que reconcilia los diferentes puntos de vista de monismo y teismo. Su estado de gracia es bendecido por Siva, quien coloca una guirnalda alrededor de su cabeza, y por Sakti, quien lo sostiene en Su falda.

TRES FORMAS DE TEISMO.

El filosófico, el religioso y el cristiano, del modo siguiente:

EL TEISMO FILOSOFICO:

Intenta legitimarse desde la razón, no desde la revelación, y estructura su doctrina en torno a contenidos básicos que adquieren diferentes matices, pero que incluyen en todo caso estos dos aspectos:

a) La creencia en un Dios personal y libre, creador y gobernador del mundo;

b) posibilidad de, supuesta tal creencia, conferir sentido a la vida mediante el seguimiento de normas éticas racionales, coherentes con las creencias religiosas. Con el tiempo, el teísmo filosófico va a adquirir un significado prioritariamente ético, debido sobre todo a la influencia de Kant.

EL TEISMO RELIGIOSO:

Presupone por lo general, aunque no siempre ni necesariamente, la revelación, y se configura por consiguiente desde la convicción de que Dios ha hablado y comunica sus dones. A partir de aquí el teísmo religioso encuentra su expresión más propia en la intensificación del sentimiento de religación a Dios y de las vivencias correspondientes de dependencia por una parte y de unión con la divinidad por otra.

TEISMO CRISTIANO.

Asume las dos anteriores en cuanto que afirma tanto que los contenidos de la verdadera religión, siendo sobrenaturales, están sin embargo en armonía con la razón, como que estos contenidos se actualizan en el hombre, muy especialmente mediante la voluntad y el sentimiento.

Pero el teísmo cristiano tiene rasgos específicos como son, en primer lugar, la conciencia del pecado y de la consiguiente necesidad de redención.

1. La mayor o menor acentuación de este aspecto señala una de las diferencias entre las dos confesiones, la católica y la protestante.

2. La confianza en la gracia como principio posibilitador de que la acción humana sea espontáneamente conforme a la voluntad de Dios.

3. La creencia en Cristo como manifestación suprema y absoluta del Padre y como principio, junto con El, de la acción del Espíritu. Con lo cual, el teísmo cristiano es esencialmente trinitario, como se verá más adelante.

El teísmo se relaciona negativamente con el ateísmo y con el agnosticismo, muy especialmente con el primero. El teísmo nace, en efecto, para salvaguardar la creencia en Dios en un momento en que la presunta autonomía de la razón parecía convertir la existencia de Dios en inútil, si no en imposible.

Bajo este aspecto la cuestión está resuelta de antemano, en el sentido de que se trata de modos de pensar, eventualmente también de obrar, incompatibles. Pero en los últimos decenios sobre todo se han puesto en juego varios puntos de vista que cuestionan una demarcación tan nítida. En primer lugar, bajo un punto de vista más bien práctico y en la línea de un pensamiento marxista se ha hecho valer que la religión en general, si no es alienante por principio, presenta al menos dimensiones que dificultan la libertad o su ejercicio. En ese sentido, si no el ateísmo como tal, al menos la crítica atea estaría parcialmente justificada.

En segundo lugar, el ateísmo estaría igualmente justificado en el sentido de que no afecta propiamente a la existencia de Dios ni tampoco a su cognoscibilidad, sino a un determinado concepto de Dios, cuestionable como cualquier otro, mucho más en este caso, puesto que todo concepto es no sólo insuficiente sino inadecuado para expresar una realidad infinita y absolutamente perfecta como es la divina.

En tercer lugar, el fenómeno del ateísmo va unido a la existencia de profundos cambios históricos, que tienen lugar sobre todo en la época moderna, y en cuya iniciación el hombre se siente protagonista de todo un nuevo modo de pensar, sentir y obrar, sin que le sea consciente la profunda finitud en que está inmerso constitutivamente, y cuya percepción es correlativa a la apertura a lo transcendente como tal. Si el hombre no se siente finito y limitado, difícilmente se hará eco de la presencia de lo infinito.

El fenómeno del ateísmo tiene que ver también, por otra parte, con etapas que colectividades enteras viven expuestas a una realidad que les resulta enteramente opaca, si no absurda, nada transparente por tanto para el acceso a lo divino; o bien el ateísmo resulta más bien de estados de ánimo individuales que dificultan al máximo la percepción de cualquier realidad que exceda el ámbito de los intereses materiales.

En definitiva, son aspectos que no sólo explican que se dé el ateísmo, al margen de que éste tiene además este o aquel carácter específico, sino que en la misma medida hace ver la endeblez de la construcción teísta, sobre todo bajo el punto de vista estrictamente conceptual. De ahí que sobre todo en este siglo se haya desarrollado un anti teísmo más o menos intenso, en cuanto que la afirmación inequívoca y hasta contundente de Dios puede ir acompañada —de hecho lo está en muchas ocasiones—de un modo de actuar que es en realidad negador de Dios, en tanto que por el contrario, una actitud atea puede entrañar de hecho un implícito reconocimiento de Dios, en cuanto que acepta la vigencia de realidades absolutas de signo positivo, y sobre todo en cuanto que su comportamiento ético se atiene a normas que remiten de por sí a un fundamento incondicionado.

El teísmo, que en sus orígenes fue un intento de salvar lo esencial, ha terminado siendo problemático por un exceso de conceptualización. Sus puntos frágiles han quedado una y otra vez de manifiesto no sólo por la persistencia del ateísmo, al que no ha podido contrarrestar, sino por la reiterada aparición de otro fenómeno muy típico de la época moderna, el agnosticismo.

Entendido como la doctrina según la cual lo que transciende el ámbito de la experiencia no es cognoscible, el agnosticismo no es aceptable para el teísmo y ha sido rechazado por él una y otra vez, tanto más cuanto que el teísmo se ha caracterizado desde el comienzo como una corriente que hace valer el concepto en el lenguaje sobre lo divino.

Pero por otra parte el agnosticismo representa una dimensión de la forma como el hombre moderno se relaciona con el misterio. Se ha tomado conciencia, en efecto, de que todas las conceptualizaciones, tanto las racionales como las estrictamente teológicas, se revelan como inadecuadas en contraste y en relación con la realidad transcendente que pretenden expresar. Ello no significa que se recaiga necesariamente en el relativismo, sino que el lenguaje se imponga la tarea de revisar críticamente sus posibilidades de forma que, previa conciencia de sus limitaciones, a través de él se transparente el misterio. Fr. Luis de León fue sin duda en su época un ejemplo de lo que puede ser ese tipo de lenguaje.

Tanto el anti teísmo como el agnosticismo ponen de manifiesto, por distintas vías, la insuficiencia de un teísmo conceptual, sea filosófico' o teológico, y la exigencia de un teísmo que haga patente la presencia de Dios vivo, de un teísmo trinitario por tanto. La razón de que sea así es que si el teísmo significa la creencia en un Dios personal que se hace presente, no de cualquier manera, sino tal como es en sí en el mundo y sobre todo en el hombre, será preciso entender esa presencia en el grado de la máxima intensidad, es decir como absoluta comunicación de Dios mismo, que no toma al hombre como simple lugar de su manifestación sino que lo dignifica infinitamente mediante el despliegue en él de su propia vida, que es Padre, Hijo y Espíritu.

La polémica radical contra el teísmo, bata el punto de haberse llegado a constituir una especie de antiteísmo militante, tendría así como sentido la búsqueda de un teísmo auténtico, aunque ello no siempre ocurra de manera consciente. En todo caso esto no debiera inducir a pensar que las motivaciones del teísmo inicial se diluyen hasta perder toda vigencia.

Si

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