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Temor De Dios


Enviado por   •  29 de Julio de 2014  •  2.184 Palabras (9 Páginas)  •  288 Visitas

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Prof. Fabio Humberto Giraldo Jiménez

Director Instituto de Estudios Políticos Universidad de Antioquia

El temor a Dios

En alguna parte de sus escrituras, que hoy no recuerdo con exactitud, dijo Dostoievski que si Dios no existiera todo estaría permitido. Contiene esta sentencia la idea de que el temor a Dios es la más primigenia contención de todos los desafueros humanos puesto que existe un poder absolutamente superior e inefable que puede sobre la vida, la muerte, el conocimiento y por tanto sobre el destino, con más fuerza que todas nuestras potencias humanas juntas. Se afirma allí que todo lo que las leyes humanas no detienen, hinca sus rodillas y se paraliza frente al poder de Dios y que ese temor es la base de la más elemental y mínima moralidad individual y social. Intuyo que, además, lo dijo apercibido de que no poca gente vive en la frontera de la maldad, la ilegalidad, la ambición desmadrada y el delito. Nada de nuevo hay en el contenido de la frase. Ya en la tragedia de Antígona, de Sófocles, y en toda la historia del iusnaturalismo en su versión teológica, se invoca la última instancia de la autoridad y la eternidad de la ley de Dios, frente a la veleidad y provisionalidad de la autoridad y de las leyes humanas. Lo novedoso en el aforismo del eterno y universal escritor ruso es su lapidaria y patética belleza, que además puede entenderse como un manifiesto de antropología pesimista o de realismo crudo.

Este recuerdo ha llegado hasta mi pluma en versión contemporánea de PC, porque existe un personaje típico de la sociedad actual que tiene todas las características del que es capaz de eludir el temor a Dios, no enfrentándolo directamente sino mediante esguinces, gambeteos, vueltas, trapisondeos, triquiñuelas, malabarismos, trapicheos, corvetas, evasivas, regateos, arterías o rodeos. Se trata de aquel que es un poco político, un poco ilegal, un poco violento, un poco traqueto, un poco malandro, un poco ladrón, un poco mentiroso, un poco corrupto, un poco negociante, un poco marrullero, un poco alocado, rebelde y díscolo, un poco cortesano, un poco trepador, un poco intrigante, un poco decente, un poco sociable, un poco caritativo, un poco buen pa dre, un poco buen cónyuge, siempre buen hijo, regularmente apegado a las normas de urbanidad más conspicuas, como las de Carreño y, sobre todo, con gran religiosidad. No sobra decir que de las proporciones que de estas características posea un individuo depende

su personalidad moral y legal y que en este sentido el paradigma del maloso es el que reúne altas dosis de político corrupto, negociante de la miseria y de la ignorancia, rico e influyente, traquetero de mercancías ilícitas, violento, pero siempre con una intensa dosis de religiosidad; pero tampoco sobra decir que establecer su verdadera personalidad es muy difícil porque tiene además gran maestría en estrategias del disimulo. Y es por ello que considero que no es deleznable cavilar más en el significado de esa frase tomada aquí al vuelo, porque un asunto es el primigenio temor a Dios y otro muy distinto su uso y administración, que ya no son ocupaciones de Dios sino de las religiones y de las iglesias, que en su intermediación terminan desdibujando el original; éstas convierten ese temor primigenio del que hablara Dostoievski, en catecismos de mínimas y máximas obligaciones para las cuales proveen premios y castigos. En esa especie de tránsito aparentemente natural entre el primero y los otros, el temor a Dios se muda en miedo ya no sólo al castigo de Dios sino a la retaliación de los hombres revestidos del poder divino adscrito a las iglesias; ya no sólo al castigo del infierno administrado por esa especie de espejo maligno y espurio de Dios que es Satanás, sino también al castigo de la cárcel y de la violencia gobernado en fiducia satánica por sus terrenales representantes. Administrado por las burocracias eclesiales y abrigado religiosamente con toda la liturgia y la parafernalia, ese temor se ha convertido en miedo al castigo sobre almas y cuerpos. Por ello hay complementariedad entre, por una parte, las prohibiciones contenidas en el mito bíblico de las Tablas de Moisés en las que se graban los siete pecados capitales cuyo contenido rubrica el primer y más elemental código penal, que es a su vez la prehistoria de los actuales y, por otra parte, los castigos descritos con minuciosa perversión por Dante en la “Divina Comedia”. A cada prohibición le corresponde un castigo matemática y económicamente calculado según la levedad y gravedad del pecado.

En contrapartida, se dispensan indulgencias y perdones también dosificados y tasados a discreción con la filigrana y la técnica propias del sistema bancario, lo cual no es más que la expresión de la administración del temor a Dios con el mismo modelo de la fiducia y el fideicomiso. En esta transfiguración del temor a Dios ya no hay enfrentamiento directo con él, si no con sus administradores. Este es un verdadero proceso de privatización de ese temor muy parecido al de la privatización del temor al Estado. Dios ha sido

gambeteado: si él es incorruptible no lo son sus representantes y si el Estado es insobornable no lo son sus gobernantes. Para ilustrar literariamente, remito a otro pasaje del libro quinto de Los hermanos Káramasov en el que “El Gran Inquisidor” descubre que Jesús ha llegado furtivamente a la tierra y después detenerlo y someterlo a un largo interrogatorio, termina considerándolo como un peligro para la seguridad de la ya milenaria, burocratizada y enriquecida iglesia que fundara su discípulo Pablo pero de la cual Jesús -hombre Dios- es el origen. Y lo condena.

Esta hipócrita moral de acumular poder y riquezas administrando el precio que adquiere el miedo al castigo y tasando el precio de las indulgencias y perdones en el bazar eclesiástico, fue lo que Maquiavelo puso de manifiesto en sus libros al reconocer a la religión y a las iglesias como utensilios de poder. Por ello el escribano florentino resulta ser el más iconoclasta de los pensadores políticos; descubrió, en efecto, que la moral y la religión, primigeniamente basadas en el temor a Dios, son usados en la política para sostener o para derrumbar un poder. Después de Maquiavelo, el temor a Dios perdió la virginal ingenuidad de la fe y pasó a ser una técnica basada en la eficiencia: lo que es eficiente es bueno y políticamente correcto y lo que es ineficiente es malo y políticamente incorrecto. De ser asunto de la moral pasó a ser ingeniería política. Y el temor a Dios dejó de ser un principio para convertirse en medio y en instrumento.

Hobbes elevaría de categoría epistemológica

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