Teologia De La Revolucion
eliasbolivari22 de Marzo de 2013
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TEOLOGIA DE LA REVOLUCION
INTRODUCCIÓN
Cada vez somos más conscientes de la naturaleza dinámica de la sociedad actual. La
técnica, por su parte, acelera la evolución de la sociedad engendrando una mentalidad
funcional y profana, que exige imperativamente la aparición de instituciones nuevas y
más maleables. Se trata de una evolución histórica a la que nadie podrá sustraerse y que
va a romper las instituciones tradicionales.
Dada la maleabilidad de nuestra sociedad dinámica, debería sernos posible captar los
progresos graduales que aseguran una mayor justicia y bienestar a las clases inferiores
de la sociedad. Pero hasta el presente ha ocurrido todo lo contrario: los principales
beneficiados han sido aquellos que disponen de un formidable poder económico y
político y están dispuestos a emplear cualquier medio para conservarlo. Pero quienes se
han dado cuenta de que su sufrimiento no es inevitable se han abierto a la esperanza de
una vida mejor. Esperanza insatisfecha, pues el desarrollo económico, la
industrialización, la extensión del urbanismo, la explosión demográfica, etc.,
constituyen una serie de problemas imposibles de solucionar por las estructuras
tradicionales de una sociedad estable.
En los países en vías de desarrollo el progreso técnico, al multiplicar las ocasiones de
enriquecimiento para una minoría, ha contribuido a aumentar la miseria e inseguridad
de los pobres. En el torbellino de la evolución social las masas han descubierto que la
sociedad les ha privado de una personalidad confinándolas a un estado de alienación. En
estas circunstancias la participación en la lucha por la construcción de una sociedad
nueva constituye el medio de adquirir la personalidad que las masas necesitan.
El mundo se divide en países ricos y en países pobres. Asistimos a un enfrentamiento
sin precedentes entre los beneficiarios del statu quo y aquellos cuyo único deseo es
modificarlo. El mismo enfrentamiento se perfila a nivel de cada país. La revolución
social parece ser, por tanto, el principal problema que nuestra generación tiene que
solucionar.
La concentración del poder económico y político en un pequeño número de personas
conducirá a reivindicaciones revolucionarias de un gran número de personas deseosas
de participar en el control de ese poder. En todo el mundo la juventud incuba
pensamientos revolucionarios con los que hará falta contar cada vez más en los
próximos años. Aquellos que tienen la responsabilidad del bienestar y futuro del hombre
deberán tomar las decisiones sobre los grandes problemas actuales en un contexto de
revolución. Y si queremos salvaguardar los valores más preciosos de nuestra herencia
cultural, moral y religiosa -contribuyendo así a modelar el futuro- no podemos ignorar
ni zafarnos del combate revolucionario. Fuera de esta lucha no hay actitud responsable.
Para la mayoría de nosotros, será ésta una tarea difícil, pues ni la formación ni la
experiencia nos han preparado para este combate. Además somos demasiado solidarios
del statu quo y difícilmente podemos comprender una revolución que se le oponga, y
todavía menos tener la libertad de participar en ella. Todo nos induce a pensar que la
revolución es un fenómeno extraordinariamente ambiguo, pues al mismo tiempo que
expresa una pasión por la justicia -en su voluntad de liberación de los oprimidosconduce a
nuevas formas de injusticia. Si ciertos movimientos logran despertar a las
masas y les invitan a participar en el control del poder público, inciden a menudo en un
fanatismo destructor y terminan por privar a las masas de su libertad. Es claro que una
modificación del orden social implica una redistribución de responsabilidades, pero
¿quién podrá predecir el uso que se hará de este poder en una situación revolucionaria?
En fin, el signo tan prometedor del joven revolucionario que se compromete
generosamente por el bien de sus compatriotas, ¿no se expone a exagerar lo bien
fundado de su causa, aumentando las injusticias que combate e ignorando ciertos
aspectos de la realidad que hace falta tener en cuenta para que la revolución pueda
alcanzar su fin? Si, con todo, la revolución ha de ser nuestra suerte, tendremos que encontrar
nuevas
categorías políticas y sociales, y concebir de otro modo las relaciones de lo fijo y lo
mudable. Por no hacerlo así, las ideologías conservadoras no pueden comprender el
problema y todavía menos hallar soluciones. Al pensamiento liberal, que se propone
modificar una sociedad en la que percibe los signos de un progreso constante, le cogería
por sorpresa un levantamiento revolucionario. Sólo el marxismo trata de comprender la
revolución como un factor esencial para la creación de una sociedad más estable y más
justa; pero, cuando -dueño del poder- modifica las estructuras de la sociedad y crea
nuevas instituciones, la ideología que impulsaba la revolución impide toda respuesta
constructiva a los problemas estructurales que necesitan ser resueltos.
La religión ha dado, tradicionalmente, un carácter sagrado a las instituciones temporales
contribuyendo así a apartarlas de los ataques revolucionarios. El cristianismo occidental
ha estado estrechamente asimilado al orden establecido tendiendo a confundirse con él.
La gran tentación de Iglesia ante la revolución es convertirse en el centro de reunión de
todos los que temen el cambio. Sin embargo, el proceso de secularización ha
relativizada la autoridad de la Iglesia y la defensa del statu quo ha sido transferida a
movimientos e ideologías profanas quedando la Iglesia libre para volver a ser una fuerza
revolucionaria. Es más: cuando pequeños grupos de cristianos se comprometen en una
lucha revolucionaria, descubren en la herencia de la Iglesia elementos que antes
ignoraban y que ahora les fortifican en su reflexión y en su acción.
PARA UNA TEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN
Fundamentación bíblica
1) Dios es creador y soberano de toda realidad, tanto natural como social. Las
realidades temporales existen para servir al hombre y, por tanto, pueden y deben ser
utilizadas v modificadas para conseguir este fin. Una fuerte perspectiva escatológica
subraya en toda la biblia el dinamismo de Dios y pone en evidencia el hecho de que su
acción en la historia se dirige hacia un fin. Se puede decir que la actitud bíblica respectoal
mundo -desacralizando todas las instituciones y poniendo en duda la inmutabilidad de
las formas de existencia humana- ha hecho posible e inevitable la revolución moderna.
2) En el mesianismo bíblico se da un carácter revolucionario. Para el AT, en efecto, el
reinado de Dios sobre Israel y sobre las naciones se encuentra siempre amenazado. Su
acción redentora implica un juicio y, por tanto, un nuevo comienzo. A la dispersión de
las naciones en Babel sucede la vocación de Abraham, instrumento de restauración. Los
más sensibles en Israel a la acción de Dios, saben que Dios destruye para construir (Jr 1,
10) y que abate el poder del opresor para establecer su justicia (1 Sam 2, 1-11; Sal 9; 72;
146). El Mesías, que surge como brote de una raíz aparentemente seca, ocupa el lugar
central en este proceso de revolución. Es Isaías, principalmente, quien pone el acento
sobre el papel de revolucionario político del Mesías; tema que reaparecerá en el
Magnificat (Lc 1, 50-53). En la vida, muerte y resurrección de Jesús el tema mesiánico
de la destrucción y restauración toma un sentido nuevo.
3) La acción divina tiene un carácter histórico y dinámico.. Israel encuentra a Dios y
aprende a conocerlo en los conflictos políticos, crisis sociales y culturales. En el proceso
dinámico de la encarnación, Dios instituye de una vez para siempre la relación que le
liga al hombre. Dios obra en el mundo para transformarlo. Cristo por su venida y el
Espíritu por su acción liberan energías nuevas y perturbadoras que afectan el curso de la
historia. La influencia creciente de Cristo barre las viejas estabilidades y hace progresar
el combate por la humanización. Sin embargo, aparecen nuevas amenazas y los poderes
que se oponen a Cristo se fortifican y se manifiestan. Para los que se han comprometido
con la obra de Dios no hay posibilidad de vuelta atrás; no pueden refugiarse en su
antigua actitud, retirándose del campo de batalla en el que se juega el destino del
hombre.
Concepción agustiniana de la revolución social
Agustín, contemporáneo de la caída del Imperio romano, se plantea en el De Civitate
Dei problemas semejantes a los nuestros. Tomando como punto de partida el dogma
trinitario, que trasciende la naturaleza y la historia pero, sin embargo, es activo y
captable en la naturaleza y la historia, le es posible dar cuenta de un modo nuevo "del
ser y del movimiento en el universo". Agustín creía en una soberanía de Dios que
obraba en
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