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Teoría de San Agustín sobre el Estado


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2012  •  1.071 Palabras (5 Páginas)  •  1.104 Visitas

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1.3.-Teoría de San Agustín sobre el Estado

La filosofía y la teología cristianas formulan sus concepciones en torno a los principios evangélicos y aunque es profesamente no se preocupan por desentrañar y explicar la esencia del Estado, sus enseñanzas tuvieron marcada repercusión y notorio influencia en el pensamiento jurídico-político medieval. Fundándose en la existencia del alma, que preconiza una vida ultraterrena, a las comunidades estatales reales, o temporales las consideran como organizaciones efímeras que se atribuyó a la Iglesia. Esta supeditación se basaba en la diversidad jerárquica de los intereses y valores humanos y colectivos a que el poder espiritual y los poderes temporales debían servir, pues en tanto que éstos debían atender al hombre y a los pueblos en su bienestar temporal, aquél velaba por su destino post-vitam, que es la existencia eterna en el mundo de Dios como objetivo definitivo de la humanidad. De ahí que la precariedad y perención de los intereses humanos en este mundo y la eternidad del alma de los hombres más allá de él, fuese el primordial fundamento para proclamar la superioridad de la autoridad y organización eclesiásticas respecto de los poderes temporales. Estas concepciones, debatidas en el terreno de las ideas mediante tesis contrarias que no nos corresponde estudiar en la presente obra, provocaron en la realidad histórica inversas convulsiones entre los estados y la Iglesia y a las que tampoco haremos referencia.

Sin embargo, el pensamiento cristiano, principalmente al través de la patrística y la escolástica., atribuyo al Estado una finalidad espiritual mediata, consistente en preparar el destino ultraterrenal de los hombres reunidos en sociedad mediante la realización, en el orden temporal, de los valores que conducen a ese destino, como el bien común y la justicia bajo la tónica de los principios evangélicos.

El más destacado representante de la patrística es sin duda alguna San Agustín, el famoso obispo de Hipona y uno de los pilares ideológicos más sólidos de la Iglesia Católica. En su magistral obra, Civitas Dei – la ciudad de Dios- escrita en el siglo V de la era Cristiana y compuesta de veintidós libros, formula uno de los estudios teológicos más profundos de que ha tenido conocimiento la humanidad, combatido, con los principios del Evangelio, no sólo las organizaciones políticas de su época, sobre todo la del Imperio romano que en Occidente y en ese siglo experimentaba su desquiciamiento por los embates de los pueblos germánicos, sino las teorías filosóficas en boga fundadas en las creencias religiosas paganas. Para San agustín los estados temporales son producto de la voluntad de los hombres, de suyo viciada por el pecado, y su finalidad es procurar la felicidad perecedera en este mundo dentro de un marco hedonista que sus gobiernos suelen proteger y fomentar. Frente a esas “ciudades terrestres”, el insigne teólogo formula su concepción de un tipo ideal de “Estado celeste”, la Ciudad de Dios, que en la vida ultraterrenal estaría formada por los elegidos, o sea, por los que hubieren practicado las enseñanzas y postulados de cristo. Para él, la “ciudad del diablo” – la temporal- esta fundada sobre el odio y la voluptuosidad humana; en cambio, la ciudad de Dios sobre el amor.

”Para los que pertenecen a la segunda este mundo no es sino mesón despreciable, pues la verdadera vida, esto es, la felicidad, empieza después de la muerte; para los ciudadanos de la primera, este mundo es el único verdadero, y en él cifran todo el amor de que son capaces; pero para los tales comenzará, después de la muerte, la segunda muerte”. ”Mientras están en la tierra las dos ciudades pueden cambiarse los ciudadanos: un habitante de la ciudad celestial puede pasar, por apostasía, a la ciudad terrenal, y un esclavo de la ciudad terrestre puede trasladarse, por conversión, a la ciudad celestial. Después de la muerte el destino de cada cual está marcado y no es posible trueque alguno. Esto, con palabras diferentes, es el esquema ideal de la obra agustina. Como toda obra genuinamente cristiana, se muestra revolucionaria. A la ”virtus”antigua, ideal del hombre de aquellos tiempos, sustituye la ”caritas”; al mito de la conquista, del pillaje en grande y del saqueo legal, que es el mito nacional de Roma, la renunciación de los bienes terrestres y la conquista del Paraíso; la historia de Roma, que parecía un poema de glorias, aparece como secuela de vergüenzas; la vida del siglo, que para los paganos es todo, no es para los cristianos sino paciente preparación para la vida eterna. Las viejas distinciones son suprimidas; a ambas ciudades pertenecen mezclados, romanos, bárbaros, griegos y africanos, vivos y muertos. La antigua civilización está fundada sobre separaciones de castas y de razas: la civilización nueva, cristiana, no conoce más que justos y no justos, elegidos, réprobos, siervos de cristo y siervos de Satán. Los viejos valores están invertidos: la ciudad de Dios es el epitafio infamante del cruel cadáver grecolatino y la partida de nacimiento de la Cristianidad. No al azar, la obra de Agustín fue la lectura preferida de Carlomagno, el fundador del Sacro Imperio Romano.”

Carlomagno, fue el rey de los francos que a finales del siglo VIII unificó gran parte de las tierras de Europa occidental. En el año 800 se proclamó emperador e intentó ser el heredero de los antiguos emperadores romanos. Desde su llegada al poder Carlomagno comenzó una rápida expansión por toda Europa. Carlomagno, elaboró leyes y organizó la administración. Carlomagno fijó su residencia en Aquisgrán. Su imperio estaba dividido en dos tipos de territorios: los condados y las marcas.

• Los condados estaban bajo la administración de los condes y solían corresponder al territorio dominado por una ciudad. El emperador designaba directamente a los condes y estos se ocupaban de recaudar los impuestos, de la seguridad y de administrar justicia.

• Las marcas eran territorios situados en las fronteras más conflictivas del imperio y tenían una función defensiva. Al frente de cada marca había un marqués.

• • Ducados: podían designar un título de prestigio que aludiese a una categoría de mando elevada, sencillamente a un marqués, o a algún territorio autónomo o externo al imperio.

Unos funcionarios, los missi dominici, vigilaban a los condes, marqueses y obispos para evitar que su poder escapase al control del emperador y cumplieran con sus obligaciones .

La administración carolingia fue el germen del feudalismo.

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