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Tradiciones Religiosas


Enviado por   •  20 de Junio de 2014  •  14.577 Palabras (59 Páginas)  •  330 Visitas

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INTRODUCCIÓN:

¿HEMOS ESTADO HACIENDO LAS COSAS SEGÚN EL LIBRO

REALMENTE?

La vida no examinada no vale la pena ser vivida.

–Sócrates

¡Nosotros hacemos todo según la Palabra de Dios! ¡El Nuevo Testamento es nuestra guía

de fe y práctica! ¡Vivimos... y morimos... por este Libro!

Las palabras tronaban de la boca del pastor Farías en su sermón del domingo a la

mañana. El Sr. Wilfredo Sinibaldo, un miembro de la iglesia del pastor Farías, las había

escuchado decenas de veces antes. Pero esta vez era diferente. Vestido con su traje azul,

sentado rígidamente en el último banco con su esposa, Trifosa Sinibaldo, Wilfredo

contemplaba el techo mientras el pastor hablaba y hablaba acerca de “hacer todo según el

Libro sagrado”.

Una hora antes de empezar su sermón el pastor, Wilfredo había tenido una fuerte pelea

con Trifosa. Esto era frecuente cuando Wilfredo, Trifosa y sus tres hijas, Felicia, Gertrudis

y Zanobia, se preparaban para ir a la iglesia los domingos a la mañana.

Su mente empezó a revivir el evento...

“¡Trifosaaa! ¿Por qué no están listas las niñas? ¡Siempre llegamos tarde! ¿Por qué

nunca las puedes alistar a tiempo?”, espetó Wilfredo.

La respuesta de Trifosa era típica. “¡Si alguna vez se te ocurriera ayudarme, esto no

sucedería siempre! ¿Por qué no empiezas por darme una mano en esta casa?”. La

discusión fue de un lado a otro hasta que Wilfredo se volvió contra las niñas: “¡Zanobia

Sinibaldo!... ¿Por qué no puedes respetarnos lo suficiente como para estar lista a

tiempo?... Felicia, ¿cuántas veces debo decirte que apagues tu Play Station antes de las

9?”. A menudo una o más de las tres niñas se ponía a llorar a medida que aumentaban las

recriminaciones.

Vestidos con su mejor ropa de domingo, la familia Sinibaldo se dirigió a la iglesia a una

velocidad suicida. (Wilfredo odiaba llegar tarde y había recibido tres multas por exceso de

velocidad el año pasado, ¡todas el domingo a la mañana!)

Mientras se acercaban a toda velocidad al edificio de la iglesia, el silencio en el coche

era ensordecedor. Wilfredo estaba furioso. Trifosa estaba de mal humor. Con las cabezas

gachas, las tres niñas Sinibaldo intentaban preparar sus mentes para algo que detestaban:

¡soportar otra aburrida hora de escuela dominical!

Cuando llegaron al estacionamiento de la iglesia, Wilfredo y Trifosa bajaron del coche

elegantemente, luciendo grandes sonrisas. Tomados del brazo, saludaron a otros miembros

de la iglesia, riéndose y haciendo de cuenta que todo estaba bien. Felicia, Gertrudis y

Zanobia siguieron a sus padres con sus cabezas erguidas.

Estos eran los recuerdos frescos pero dolorosos que recorrían la mente de Wilfredo

aquel domingo a la mañana mientras el pastor Farías seguía con su sermón. Absorto en sus

críticas, Wilfredo empezó a hacerse algunas preguntas penetrantes: “¿Por qué estoy todo emperifollado dando la apariencia de ser un buen cristiano cuando actué como un pagano

sólo una hora atrás?... Me pregunto ¿cuántas otras familias han tenido la misma penosa

experiencia esta mañana? Sin embargo, lucimos todos bien perfumados y arreglados en la

presencia de Dios”.

Este tipo de preguntas nunca antes habían entrado en la conciencia de Wilfredo.

Mientras echaba una ojeada a la esposa y los hijos del pastor Farías, sentados

primorosamente en el primer banco, Wilfredo fantaseó: “Me pregunto si el pastor Farías le

gritó a su esposa y a sus hijos esta mañana... Hmmmm...”

La mente de Wilfredo seguía discurriendo en este sentido mientras veía al pastor

golpear el púlpito y levantar la Biblia con su mano derecha. Su fogoso discurso continuaba

así: “¡Nosotros en la Primera Iglesia de la Comunidad Bíblica del Nuevo Testamento

hacemos todo según este libro! ¡TODO! ¡Esta es la Palabra de Dios, y no podemos

desviarnos de ella... ni un solo milímetro!”.

Mientras los gritos salían de los labios del pastor Farías, Wilfredo tuvo repentinamente

un pensamiento que nunca antes se le había ocurrido: “Yo no recuerdo haber leído en la

Biblia que los cristianos deben arreglarse para ir a la iglesia. ¿Es esto algo según el

Libro?”.

Este solitario pensamiento desató un torrente de otras preguntas punzantes. Mientras

decenas de personas sentadas rígidamente en sus bancos cubrían su horizonte, la mente de

Wilfredo se veía inundada por estas preguntas. Preguntas que se supone que ningún

cristiano debe hacerse. Por ejemplo:

“¿Será estar sentado en un banco sin almohadón, viendo las nucas

...

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