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Tradiciones Religiosas

jorgescalante2720 de Junio de 2014

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INTRODUCCIÓN:

¿HEMOS ESTADO HACIENDO LAS COSAS SEGÚN EL LIBRO

REALMENTE?

La vida no examinada no vale la pena ser vivida.

–Sócrates

¡Nosotros hacemos todo según la Palabra de Dios! ¡El Nuevo Testamento es nuestra guía

de fe y práctica! ¡Vivimos... y morimos... por este Libro!

Las palabras tronaban de la boca del pastor Farías en su sermón del domingo a la

mañana. El Sr. Wilfredo Sinibaldo, un miembro de la iglesia del pastor Farías, las había

escuchado decenas de veces antes. Pero esta vez era diferente. Vestido con su traje azul,

sentado rígidamente en el último banco con su esposa, Trifosa Sinibaldo, Wilfredo

contemplaba el techo mientras el pastor hablaba y hablaba acerca de “hacer todo según el

Libro sagrado”.

Una hora antes de empezar su sermón el pastor, Wilfredo había tenido una fuerte pelea

con Trifosa. Esto era frecuente cuando Wilfredo, Trifosa y sus tres hijas, Felicia, Gertrudis

y Zanobia, se preparaban para ir a la iglesia los domingos a la mañana.

Su mente empezó a revivir el evento...

“¡Trifosaaa! ¿Por qué no están listas las niñas? ¡Siempre llegamos tarde! ¿Por qué

nunca las puedes alistar a tiempo?”, espetó Wilfredo.

La respuesta de Trifosa era típica. “¡Si alguna vez se te ocurriera ayudarme, esto no

sucedería siempre! ¿Por qué no empiezas por darme una mano en esta casa?”. La

discusión fue de un lado a otro hasta que Wilfredo se volvió contra las niñas: “¡Zanobia

Sinibaldo!... ¿Por qué no puedes respetarnos lo suficiente como para estar lista a

tiempo?... Felicia, ¿cuántas veces debo decirte que apagues tu Play Station antes de las

9?”. A menudo una o más de las tres niñas se ponía a llorar a medida que aumentaban las

recriminaciones.

Vestidos con su mejor ropa de domingo, la familia Sinibaldo se dirigió a la iglesia a una

velocidad suicida. (Wilfredo odiaba llegar tarde y había recibido tres multas por exceso de

velocidad el año pasado, ¡todas el domingo a la mañana!)

Mientras se acercaban a toda velocidad al edificio de la iglesia, el silencio en el coche

era ensordecedor. Wilfredo estaba furioso. Trifosa estaba de mal humor. Con las cabezas

gachas, las tres niñas Sinibaldo intentaban preparar sus mentes para algo que detestaban:

¡soportar otra aburrida hora de escuela dominical!

Cuando llegaron al estacionamiento de la iglesia, Wilfredo y Trifosa bajaron del coche

elegantemente, luciendo grandes sonrisas. Tomados del brazo, saludaron a otros miembros

de la iglesia, riéndose y haciendo de cuenta que todo estaba bien. Felicia, Gertrudis y

Zanobia siguieron a sus padres con sus cabezas erguidas.

Estos eran los recuerdos frescos pero dolorosos que recorrían la mente de Wilfredo

aquel domingo a la mañana mientras el pastor Farías seguía con su sermón. Absorto en sus

críticas, Wilfredo empezó a hacerse algunas preguntas penetrantes: “¿Por qué estoy todo emperifollado dando la apariencia de ser un buen cristiano cuando actué como un pagano

sólo una hora atrás?... Me pregunto ¿cuántas otras familias han tenido la misma penosa

experiencia esta mañana? Sin embargo, lucimos todos bien perfumados y arreglados en la

presencia de Dios”.

Este tipo de preguntas nunca antes habían entrado en la conciencia de Wilfredo.

Mientras echaba una ojeada a la esposa y los hijos del pastor Farías, sentados

primorosamente en el primer banco, Wilfredo fantaseó: “Me pregunto si el pastor Farías le

gritó a su esposa y a sus hijos esta mañana... Hmmmm...”

La mente de Wilfredo seguía discurriendo en este sentido mientras veía al pastor

golpear el púlpito y levantar la Biblia con su mano derecha. Su fogoso discurso continuaba

así: “¡Nosotros en la Primera Iglesia de la Comunidad Bíblica del Nuevo Testamento

hacemos todo según este libro! ¡TODO! ¡Esta es la Palabra de Dios, y no podemos

desviarnos de ella... ni un solo milímetro!”.

Mientras los gritos salían de los labios del pastor Farías, Wilfredo tuvo repentinamente

un pensamiento que nunca antes se le había ocurrido: “Yo no recuerdo haber leído en la

Biblia que los cristianos deben arreglarse para ir a la iglesia. ¿Es esto algo según el

Libro?”.

Este solitario pensamiento desató un torrente de otras preguntas punzantes. Mientras

decenas de personas sentadas rígidamente en sus bancos cubrían su horizonte, la mente de

Wilfredo se veía inundada por estas preguntas. Preguntas que se supone que ningún

cristiano debe hacerse. Por ejemplo:

“¿Será estar sentado en un banco sin almohadón, viendo las nucas de cinco filas de

asientos durante cuarenta y cinco minutos, hacer las cosas según el Libro? ¿Por qué

gastamos toda esta plata para mantener este edificio, cuando estamos aquí solamente unas

pocas horas dos veces a la semana? ¿Por qué la mitad de la congregación apenas puede

permanecer despierta cuando predica el pastor Farías? ¿Por qué odian mis hijas la

escuela dominical? ¿Por qué pasamos por este mismo previsible y aburrido ritual cada

domingo a la mañana? ¿Por qué voy a la iglesia cuando me muero de aburrimiento y no

me aporta nada espiritualmente? ¿Por qué me pongo esta corbata incómoda cada domingo

a la mañana cuando todo lo que parece lograr es cortar la circulación de la sangre a mi

cerebro?”.

Wilfredo luchaba en su interior mientras las preguntas seguían entrando en su mente. Le

parecía impuro y sacrílego pensar en estas cosas. Sin embargo, algo estaba pasando dentro

de él que le obligó a dudar de toda su experiencia eclesiástica. Estos pensamientos habían

estado latentes en su subconsciente durante años. Hoy habían aflorado.

Es interesante que las preguntas que Wilfredo tenía ese día son preguntas que

prácticamente nunca entran en el pensamiento consciente de la mayoría de los cristianos.

Esos pliegues simplemente no aparecen en nuestros cerebros. Sin embargo, lo que

realmente había pasado era que los ojos de Winchester se habían abiertos.

Por asombroso que pueda parecer, casi todo lo que se hace en nuestras iglesias

contemporáneas no tiene base bíblica. Mientras los pastores rugen desde sus púlpitos

diciendo que son “bíblicos” y siguen la “pura Palabra de Dios”, sus palabras los traicionan.

Es alarmante que muy poco de lo que se observa hoy en el cristianismo contemporáneo se

relaciona con algo que se encuentre en la iglesia del primer siglo.

Preguntas que nunca se nos ocurre preguntar

Sócrates (470-399 a.C.) es considerado por algunos historiadores como el padre de la

filosofía. Nacido y criado en Atenas, acostumbraba recorrer la ciudad haciendo preguntas y

analizando asuntos implacablemente.1

Sócrates cuestionaba audazmente las creencias

populares de su tiempo. Él pensaba libremente sobre asuntos que los demás atenienses

consideraban que estaban cerrados a la discusión.

Su hábito de acosar a las personas con preguntas penetrantes y acorralarlas en diálogos

críticos acerca de las costumbres que aceptaban terminó por llevarlo a la muerte. Su

incesante cuestionamiento de tradiciones fuertemente arraigadas hizo que los líderes

atenienses lo acusaran de “corromper a la juventud”. Como resultado, le quitaron la vida.

Los demás atenienses recibieron un mensaje claro: ¡Todos los que cuestionen las

costumbres establecidas correrán el mismo destino!2

Sócrates no fue el único filósofo en sufrir fuertes represalias por su anticonformismo:

Aristóteles fue exiliado, Spinoza fue excomulgado y Bruno fue quemado vivo, sin

mencionar a los miles de cristianos que fueron torturados y martirizados por la iglesia

institucional porque osaron cuestionar sus enseñanzas.

3

Como cristianos, nuestros líderes nos enseñan a creer ciertas ideas y comportarnos de

ciertas maneras. Sí, tenemos la Biblia. Pero estamos condicionados a leerla con la lente que

nos entrega la tradición cristiana a la cual pertenecemos. Se nos enseña a obedecer a nuestra

denominación (o movimiento) y jamás cuestionar lo que enseña.

(En este momento, todos los corazones rebeldes están aplaudiendo y están tramando

usar los párrafos anteriores para causar estragos en sus iglesias. Si usted es una de estas

personas, querido corazón rebelde, está muy lejos de entenderme. No estoy de su lado. Mi

consejo: deje su iglesia calladamente, rehusando causar divisiones, o quédese en paz con

ella. Hay una enorme diferencia entre la rebelión y asumir una postura a favor de la

verdad.)

A decir verdad, aparentemente los cristianos nunca nos preguntamos por qué hacemos

lo que hacemos. En cambio, seguimos cumpliendo alegremente nuestras tradiciones

religiosas, sin preguntarnos de dónde surgieron. La mayoría de los cristianos que dicen

defender la integridad de la Palabra de Dios nunca

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