A Mediados Del Siglo XX: La Convulsión Política Y Subdesarrollo Económico
9807235322625 de Marzo de 2014
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EL MEDIO SIGLO XX
Desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta los comienzos del gobierno militar de Rojas Pinilla podría abarcar este periodo denominado «el medio siglo». Desde el gobierno de Alberto Lleras Camargo (1946) hasta el golpe militar contra Laureano Gómez (1953) se definiría una de las etapas más convulsionadas e importantes de la historia colombiana del siglo XX. El momento más álgido de la «violencia», el único golpe militar del presente siglo, los primeros «planes de desarrollo» auspiciados por agencias internacionales, los gérmenes del movimiento guerrillero contemporáneo, la abstención electoral del Partido Liberal en dos elecciones consecutivas, el intento de una reforma constitucional de carácter corporativista y cuatro intentos de gobiernos compartidos por los dos partidos tradicionales, son hechos históricos particulares que caracterizan a Colombia al doblar el siglo XX y definen con asombrosa determinación el proceso seguido por el país durante la segunda mitad de esta centuria.
La importancia histórica del «medio siglo XX» proviene precisamente de allí, es decir, de que prepara las condiciones inmediatas del FRENTE NACIONAL, no solamente por las necesidades subjetivas que crea, sino por las circunstancias objetivas que desarrolla, ante las cuales los dirigentes que controlan el curso del país en ese momento responden con un extraordinario sentido de defensa propia y de visión realista frente a la situación política nacional e internacional.
1948: UN HITO HISTÓRICO
Nunca se sabrá quien asesinó a Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 en pleno centro de Bogotá. Las masas enfurecidas se organizaron espontáneamente y buscaron por toda la ciudad a Laureano Gómez a quien culpaban del crimen. Después enfilaron su ataque contra el Palacio de Nariño acusando al Presidente Ospina Pérez de haberlo mandado matar. No se hizo esperar la respuesta del gobierno sindicando al «comunismo internacional» de un acto de alta provocación destinado a desatar la insurrección y tomarse el poder. El veredicto de las masas quedó inconcluso porque fracasaron en su búsqueda y porque no tuvieron ni la organización ni la dirección suficientes para lograr su cometido. El gobierno, por su parte, rompió relaciones con la Unión Soviética, expulsó a sus diplomáticos, ilegalizó el Partido Comunista y tejió toda clase de fábulas para implicar al estudiante Fidel Castro que, por ese entonces, no pertenecía a ningún partido revolucionario pero que recorría América Latina en una campaña antiimperialista contra la dominación norteamericana sobre el continente.
Cuenta Fidel Castro que Gaitán les había prometido a los estudiantes organizadores de aquella reunión latinoamericana, especie de anti-Conferencia Panamericana paralela a la que se celebraba por esos días en Bogotá y a la cual asistía como jefe de la delegación norteamericana el General Marshall, el mismo del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, pronunciar el discurso inaugural y, con ese fin, los habla citado en su oficina para las dos de la tarde de esa misma fecha del 9 de abril. Gaitán había sido vetado por el Jefe del Partido Conservador, Laureano Gómez, para representar a Colombia en la Conferencia. Temía el gobierno y se horrorizaba Laureano ante la perspectiva de que Gaitán la emprendiera contra Estados Unidos en plena reunión continental. Excluido de la representación oficial del país, Gaitán aceptó la invitación de la conferencia estudiantil antiimperialista y les prometió apoyo económico. Cuando Castro y sus amigos descendían hacía la carrera séptima esperando la hora de la audiencia, ya las masas bogotanas habían empezado a recorrer las calles del centro de la capital enfurecidas por el crimen de su caudillo.
En el momento de su muerte, Gaitán era el jefe indiscutido del Partido Liberal. Había llegado a esa jefatura, parte por la claudicación de los demás dirigentes liberales, parte por la extraordinaria ascendencia que habla adquirido sobre el pueblo. Derrotada electoralmente su candidatura presidencial en 1946, convirtió en victoria política dentro de su partido la votación minoritaria que había logrado después de que los demás connotados representantes de la cúpula liberal hicieron mutis por el foro ante la pérdida del poder. Profundas contradicciones de concepción política, de programa ideológico, de estilo partidario se habían desarrollado entre Gaitán y cada uno de los componentes de la exclusiva torre dirigente liberal. Principalmente con Lleras Restrepo, con quien había sostenido una agria polémica en la década del treinta sobre la política agraria, y con López Pumarejo quien lo había destituido fulminantemente de la Alcaldía de Bogotá temeroso como estaba el Presidente de perder su predominio en el liberalismo bogotano ante las masas populares y a cuya reelección se había opuesto radicalmente, sus diferencias se habían hecho cada vez más irreconciliables.
Decidido a no aceptar más las imposiciones de la dirigencia liberal lanzó su candidatura a la presidencia para el periodo 1946-1950 contra viento y marea. Fue llenado de oprobio y de insultos por su alevosía. Entre tos tres candidatos, sólo obtuvo el último lugar, pero logró con su votación poner en aprietos al Partido Liberal y desafiar la táctica del gobierno de Ospina Pérez para consolidar un gobierno de colaboración entre los dos partidos tradicionales. Gaitán ganó las elecciones de mitaca en 1947 y el Parlamento quedó de mayoría gaitanista. Fue el preludio fallido de un triunfo electoral de Gaitán en las elecciones presidenciales de 1950. Los primeros meses de 1948 fueron testigos de la «manifestación del silencio» contra la violencia oficial organizada por él, de su oposición contra el colaboracionismo del Partido Liberal en el gobierno y de la postura antiimperialista frente a la Conferencia Panamericana de Bogotá. Por estas razones y por el profundo arraigo logrado en su lucha política, el pueblo asimiló el asesinato de Gaitán como un crimen contra sus propios intereses.
Jorge Eliécer Gaitán se sometió a las reglas del juego del Partido Liberal desde 1935 pero nunca abrazó los presupuestos programáticos de las decisivas Convenciones de Ibagué y de Apulo, las cuales definieron el curso de ese partido durante este siglo. El capitalismo de Estado preconizado por ellas coincidía en mucho con el socialismo no bien determinado de Gaitán, pero la concepción critica de éste sobre la estructura política nacional, sobre la organización obrera, sobre el problema de la tierra, sobre las relaciones con Estados Unidos y sobre la dirección exclusivista del Partido, lo mantuvieron en permanente conflicto, unas veces agudizado por las contradicciones internas, otras suavizado por el intento de los jefes liberales de incorporarlo con premios y halagos al liderato oficial.
La insurrección popular del 9 de abril en Bogotá y en muchas regiones del país pudo ser una revolución democrática y antiimperialista contra los dos partidos tradicionales y contra la hegemonía de ellos en el poder. Por encima de todas las contradicciones inherentes a la lucha entre las dos colectividades históricas pudo más en aquel momento su instinto de conservación tantas veces puesto en práctica a través de este siglo. Podría afirmarse que no existió antes ni se ha dado después en la historia contemporánea una situación revolucionaria tan inminente como la de aquel momento.
A los gaitanistas y a los miembros del Partido Comunista les competía esa misión histórica. Los primeros depusieron rápidamente su liderazgo en manos de los tradicionales jefes liberales quienes corrieron al Palacio a negociar la toma del poder para terminar coligándose con el Presidente Ospina y reviviendo el gobierno de Unión Nacional tan arduamente combatido por su jefe. Los segundos trataron -como era lógico para quienes se proclamaban voceros de la revolución socialista en Colombia- de aprovechar las circunstancias insurreccionales y la ira del pueblo, impulsaron juntas revolucionarias en pueblos y ciudades, arengaron a los rebeldes e hicieron lo posible por dar directrices y organizarse, Pero llevaban en sus hombros un fardo del cual les quedaba imposible desembarazarse, el de que el pueblo los identificaba como enemigos de Gaitán, no solamente en el terreno sindical en donde lo habían combatido sin tregua, sino también en el campo político porque habían sus jefes ordenado votar en las elecciones del 46 por el candidato oficial del liberalismo contra la candidatura Gaitán, a quien en muchas ocasiones habían acusado de Fascista. Resultaba extremadamente difícil, en esas circunstancias, que las masas identificaran al Partido Comunista como su dirección revolucionaria.
En unos sitios más temprano, en otros más tarde, el pueblo detuvo su lucha. Se dio una circunstancia decisiva. En una maniobra maestra, Ospina Pérez le entregó el Ministerio de Gobierno a Darío Echandía, considerado por la única izquierda de aquel momento como modelo de demócrata y posible candidato suyo a la Presidencia. Fue suficiente esta decisión para que el Partido Comunista ordenara a sus efectivos volver a la tranquilidad ciudadana. Gilberto Vieira, Secretario General de ese partido, confiesa:
«En cierto grado nuestro partido sufrió la misma pasividad y expectativa ante las negociaciones de Palacio, por más que casi todos los dirigentes y militantes trabajaron activamente en el cumplimiento de tareas que resultaron superiores a sus fuerzas. Pero debemos reconocer que nuestra actitud, fue en ciertos momentos seguidista, porque nos hacíamos ciertas ilusiones en la burguesía
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