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Antropologos Y Linguistas


Enviado por   •  18 de Mayo de 2015  •  1.936 Palabras (8 Páginas)  •  180 Visitas

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Antropólogos y lingüistas se han reunido por primera vez,con el propósito confesado de comparar sus respectivas disciplinas, este problema no es nada sencillo hemos tropezado en el transcurso de nuestras discusiones se explican,a mi juicio, por varias razones tampoco hemos podido limitarnos a confrontar

lingüística y antropología colocándonos en un plano muy general; nos ha sido preciso tomar en consideración varios niveles, y he tenido la impresión de que en varias oportunidades nos hemos deslizado inconscientemente de un nivel a otro, en el curso de una misma discusión.

En primer lugar, nos hemos ocupado de la relación entre una lengua

y una cultura determinadas. ¿Es necesario el conocimiento de la lengua para estudiar una cultura? ¿En qué medida y hasta qué punto? A la inversa, ¿el conocimiento de la lengua implica el conocimiento de la cultura o al menos de algunos de sus aspectos? .Por otro lado hemos podido discutir también en otro nivel, donde la cuestión planteada no es ya la relación entre una lengua y una cultura, sino más bien la relación entre lenguaje y cultura en general. Y sin embargo, ¿no

hemos descuidado un poco este aspecto? En el curso de las discusiones no se ha considerado nunca el problema planteado por la actitud concreta de una cultura hacia su propia lengua. Para tomar un ejemplo nuestra civilización trata el lenguaje de una manera que se podría calificar de inmoderada: hablamos a propósito de todo, todo pretexto

es bueno para expresarnos, interrogar, comentar.

Las observaciones precedentes apuntan al aspecto objetivo de nuestro problema pero éste comporta también implicaciones subjetivas de no menor importancia. En el curso de nuestras discusiones he pensado que los motivos que han incitado a los antropólogos y a los lingüistas a reunirse no eran de la misma naturaleza, y que estas diferencias llegaban a veces hasta la contradicción. Los lingüistas no han cesado de explicarnos que la orientación actual de su ciencia les inquieta. Temen perder contacto con las otras ciencias del hombre, ocupados en análisis donde intervienen nociones abstractas que sus colegas hallan cada vez más difíciles de captar. Los lingüistas —y, entre ellos, sobre todo los estructuralistas— se preguntan: ¿qué es lo que estudian, en definitiva? ¿Qué es esta cosa lingüística que parece estar desprendida de la cultura, de la vida social, de la historia, de estos mismos hombres que hablan? Si los lingüistas han querido reunirse con los antropólogos con la esperanza de aproximarse a ellos,¿no es acaso, precisamente, porque esperan encontrar, gracias a nosotros,esa aprehensión concreta de los fenómenos, de la cual el métodoque emplean parece alejarlos?

Los antropólogos enfrentan esta expectativa de una manera particular.Ante los lingüistas, nos sentimos colocados en una posicióndelicada durante años hemos trabajado unos junto a otros y bruscamente tenemos la sensación de que los lingüistas se alejan de nosotros: los vemos pasar al otro lado de esa barrera, considerada durante

mucho tiempo infranqueable, que separa las ciencias exactas y naturalesde las ciencias humanas y sociales. Como si nos jugaran una mala pasada, helos ahí trabajando de esa manera rigurosa que nos habíamos

resignado a admitir como un privilegio exclusivo de las ciencias de la naturaleza. Queremos aprender de los lingüistas el secreto de su éxito. ¿No podríamos también nosotros aplicar al campo complejo de nuestros estudios —parentesco, organización social, religión, folklore, arte— esos métodos rigurosos cuya eficacia verifica la lingüística día tras día?

En esta sesión de clausura,mi tarea es expresar el punto de vista de los antropólogos. Quisiera,pues, decir a los lingüistas cuánto he aprendido de ellos; y no sólo en el curso de las sesiones plenarias, sino también y más aún al asistir a los seminarios de lingüística que tenían lugar simultáneamente,

donde he podido apreciar el grado de precisión, de detalle, de rigor, que los lingüistas han alcanzado en estudios que siguen formando parte de las ciencias del hombre, a igual titulo que la antropología misma hemos procedido como si el diálogo se desenvolviera solamente entre dos protagonistas: la lengua por un lado, la cultura por otro; y como si nuestro problema pudiera ser definido íntegramente en términos de causalidad: ¿es la lengua la que ejerce una acción sobre la cultura, o la cultura sobre la lengua? No hemos percibido con suficiente claridad que lengua y cultura son dos modalidades paralelas de una actividad más fundamental: pienso aquí en ese invitado presente entre nosotros, al que sin embargo nadie ha convidado a participar en nuestros debates: el espíritu humano. Que un psicólogo como Osgood se haya sentido obligado en forma constante a intervenir en la discusión basta para atestiguar la presencia, en tercera persona, de este fantasma imprevisto.

Me parece que aun desde un punto de vista teórico podemos afirmar que entre lenguaje y cultura debe existir alguna relación. Ambos han tardado varios milenios en desarrollarse, y esta evolución se ha desenvuelto en los espíritus humanos en forma paralela. Dejo sin duda a un lado los casos frecuentes de adopción de una lengua extranjera, por parte de una sociedad que hablaba antes otra lengua. En el punto en que nos encontramos, podemos limitarnos a los casos privilegiados donde la lengua y la cultura han evolucionado una junto a otra durante un cierto tiempo, sin intervención notoria de factores externos. ¿Imaginaremos entonces un espíritu humano dividido en compartimientos hasta tal punto estancos que nada puede pasar a su través? Antes de contestar esta pregunta, hay dos problemas que deben ser examinados: el del nivel en que es preciso colocarnos para buscar las correlaciones entre ambos órdenes, y el de los objetos mismos entre los cuales podemos establecer esas correlaciones.

Nuestro colega Lounsbury nos ha propuesto el otro día un ejemplo sorprendente de la primera dificultad. Los oneida, ha dicho, utilizan dos prefijos para denotar el género femenino; ahora bien, a pesar de haber observado atentamente, sobre el terreno, las conductas sociales que acompañan el empleo de uno u otro prefijo, Lounsbury no ha podido localizar actitudes diferenciales significativas, ¿Pero no estaba acaso mal planteado

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