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Análisis El Socio


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2013  •  1.152 Palabras (5 Páginas)  •  1.227 Visitas

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“El socio”, de Jenaro Prieto

¿Quién distingue ya las perlas falsas de las verdaderas?

En el librero de mi casa hubo un tesoro que durante mucho tiempo fue desconocido para mí, y que pude descubrir gracias a las pocas lecturas escolares que no me provocó el deseo de asesinarlos a todos. Es un libro pequeño, de unos doce centímetros de largo por ocho de ancho, de empaste rojo -como la sangre de mis enemigos, y como la de cualquier otro, a decir verdad-, hojas de papel de Biblia, y un marcador de hilo como los que hacían antaño. Ese tesoro dice ser impreso en Madrid el año 1949 y lleva como título El Socio.

Fue don Jenaro Prieto (Santiago, 1889- Llo-Lleo, 1946) quien en 1926 nos dejó esta joya de la literatura chilena, de la cual podemos jactarnos a los cuatro vientos. Hombre muy interiorizado del acontecer político y social de su tiempo, fue columnista del Diario Ilustrado hasta el día de su muerte, y su trabajo le permitió plasmar en ésta, su segunda y última novela, algunos rasgos de la personalidad del santiaguino.

El Socio es una novela rápida, con una narración directa al hueso, donde lo que lleva la voz cantante es la trama en sí, sin entrar en grandes descripciones de personajes, entornos o situaciones. Es una novela vertiginosa, tanto como el ambiente en el que se mueve: el mercado bursátil.

La historia gira en torno a Julián Pardo (¡mismas iniciales de don Jenaro!), un corredor de propiedades de escaso éxito, quien ya está hastiado de las eternas excusas que presenta medio mundo para evadir asuntos comerciales con él. Un día, para salir de una situación incómoda, crea una mentira, un socio extranjero, el cual comienza a crecer poco a poco hasta cobrar vida propia.

Los primeros párrafos dan de inmediato el tono de la frustración constante del señor Pardo, y muestran de entrada la aproximación narrativa directa de Prieto:

“¡Imposible! Necesito consultarlo con mi socio…” “Sabes bien con cuánto gusto te descontaría esa letra; pero hemos convenido con mi socio…” “[…] ¡El socio, el socio, siempre el socio!”.

Una y otra vez lo mismo, siempre con el cuento del socio, Julián Pardo va perdiendo la paciencia.

Así como en el mundo de los negocios de hoy, cuando alguien te está apretando con una fecha, existe el dicho de que primero tienes que consultar a Tokio -donde está la matriz de lo que sea-, parece que en el Santiago de 1925 había que consultar siempre al socio.

Una escena graciosa cierra la introducción a este sentimiento permanente en Julián Pardo. Ve un gentío alrededor de un caballo muerto, y al acercarse, no puede desviar la mirada del hocico del caballo. Éste parece sonreír, y un discurso del animal se gesta en la mente de Julián: “Hermano Pardo, no me mires con esos ojos tristes. De los dos, no soy seguramente yo el más desdichado… El coche ya no me pesa. […] Pardo: ¡Confiesa lealmente que me envidias!”.

Leyendo eso no pude evitar recordar cómo junto a un ex compañero de trabajo bromeábamos con lanzarnos frente a un camión mezclador de cemento cada vez que veíamos uno, en un momento de mucho estrés laboral. “Ahí va nuestra oportunidad”, decía él, y nos quedábamos mirando el camión mientras se alejaba. De todas formas parece que el mensaje lo entendí mal, ya que mi ex compañero ahora se dedica a vender este tipo de camiones y es trillonario, y juega al cachipún con Leonardo Farkas.

Un día, Samuel Goldenberg, un antiguo compañero de colegio de Pardo, le ofrece ser parte de un negocio algo turbio, por lo que Julián trata de evadir la propuesta lo más posible. Ante la insistencia, Julián Pardo sólo puede ganar tiempo diciendo “necesitaría en todo caso consultar con mi socio”. Goldenberg no se lo traga, pero Julián se mantiene firme (¿por qué no puede él tener un socio?), sorteando la situación.

Esta escena marcará el futuro de Pardo. Su inexistente socio, ahora con el nombre de Mr. Walter R. Davis, le dará una suerte de prestigio, que hará de él alguien a quien tener en cuenta, puesto que está asociado a un excéntrico hombre de negocios inglés. Su reputación crecerá aún más, luego de decidir especular en la Bolsa de Comercio parte de lo recibido como herencia por la muerte de un tío, operación hecha a nombre del tal Mr. Davis.

Al dársele crédito a Davis por todas las acciones de Pardo, Jenaro Prieto realiza una radiografía de un aspecto muy chilensis, que es aquello de valorar lo extranjero por sobre lo local. Es Davis quien le permitirá amasar una fortuna a Pardo, y no su intuición ni sus análisis (¡quién carajo compraría acciones de una empresa llamada Adiós mi Plata, sino un genio como Davis!). Es Davis quien le permitirá adentrarse en el círculo social de Goldenberg, y así poder iniciar un amorío con la esposa de éste. Es Davis, a fin de cuentas, al que vale la pena conocer (“Yo no soy nadie para nadie… ¡Sólo Davis existe para todos!”).

Así, El Socio desarrolla una historia tragicómica sobre una mentira que comienza a adquirir vida propia, y que poco a poco irá consumiendo la vida de Julián Pardo. Davis dejará de ser sólo la firma sobre un papel, para llegar a embarazar a una mujer, protagonizar una escena tipo Club de la Pelea, e incluso atentar contra la vida del hijo de Pardo.

Es necesario comentar, además, que la narración de Prieto en esta obra está cargada de un humor único, entregándonos pasajes inolvidables. Desde la primera vez que leí El Socio que no puedo olvidar aquella escena en que uno de los personajes pide la derogación de la ley de la oferta y la demanda. Más de alguna vez me he visto pidiendo la derogación de la ley de la gravedad, pero eso porque soy un copión.

Si bien El Socio fue publicado en 1926, sigue siendo una novela completamente fresca. La mirada dePrieto mantiene su vigencia a más de ocho décadas de aparecida su novela. Lo extranjero sigue siendo más creíble que lo chileno y un apellido foráneo da más nobleza que uno criollo, aunque sea el equivalente a Pérez o González en su respectivo país de origen. Lo de Davis vs. Pardo me hace recordar un pasaje de un libro de Hermógenes Pérez de Arce, en que comenta que para una fiesta de la aristocracia local, en la que todos se presentaban por su apellido, un muchacho de apellido Soto remataba diciendo “¡amigo íntimo de Subercaseaux!”

Con todo lo anterior, creo poder decir que El Socio es un libro redondo, si bien suele venir en ediciones rectangulares. Para lo que quiere contar no le falta ni le sobra nada. Tiene una voz que varios quisieran para sí mismos, una voz con la que encantar a quien sea que esté dispuesto a darle una oportunidad.

Y El Socio no va a desaparecer. Me lo dijo el mismísimo Davis.

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