Arquitectura Y Subdesarrollo En América Latina
Josuelito10919 de Agosto de 2014
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Arquitectura y subdesarrollo en América Latina
(primer acercamiento al problema)
Rafael López Rangel
Introducción
La historiografía de la arquitectura moderna en México
Al sustancialismo habitual de la ideología burguesa, los historiadores del arte suelen añadir:
• la idea del arte como expresión de un espíritu sólo captable por el investigador-demiurgo.
• la sacralización de los conceptos del arte en el desarrollo capitalista como valores eternos. Irrepetibilidad de la obra y creación genial se convierten así en categorías de análisis obviamente deshistorificados.
• la concepci0n de la historia y la sociedad como suma de factores. Lo social, lo útil, lo religioso, lo económico se entrecruzan y sólo le intuición del investigador advierte el predominio de uno de estos factores.
Aun el aparentemente más elemental afán de efemérides y acumulación de datos, está condicionado por los vicios señalados y por los que siguen, discernibles en el análisis necesariamente esquemático de los discursos sobre la arquitectura mexicana.
Para empezar, las dos historias del arte moderno en México de mayor importancia, incluyen la arquitectura de la manera siguiente:
- Justino Fernández argumentó sobre el funcionalismo en su libro de 1937 El Arte Moderno en México (Ant. Lib. Robredo, José Porrúa e Hijos, México, D.F.) para identificarlo con la deshumanización del “estilo sin estilo”, por su lucha contra el romanticismo, característico de la modernidad. Todo a partir de la frase de Huitzinga "La cultura debe estar orientada hacia lo metafísico o no tiene razón de ser" que utiliza como epígrafe del texto. Esto, sobre la base de que la arquitectura “es una de las manifestaciones que más palpablemente reflejan los diferentes movimientos en el campo de la estética... y además porque no hablará mucho de ella en las siguientes paginas. La arquitectura en México ha sufrido una franca decadencia desde que el país goza de vida independiente y, por lo tanto, refiriéndose al arte moderno, hemos de interesarnos en otras manifestaciones del espíritu que guardan todavía ese cálido aliento característico de las producciones nacionales" (op. cit., p.43). En suma, el nacionalismo significa al “espíritu” como lo que da sentido a la burda realidad concreta. Y el Espíritu se identifica con la religiosidad que al no existir en el presente, prueba la deshumanización del arte moderno. Esta secuencia determinista por considerar el arte como reflejo, moralizante y voluntarista por plantear el problema de la historia como lo que debiera ser y no es y como añoranza de un "estilo de vida definido", tuvo que devenir incomprensiones históricas radicales entre las que no es la única la de la arquitectura. En la edición de 1952 de Arte Moderno y Contemporáneo de México, Justino Fernández incluyó una advertencia para señalar: "he procurado exponer, analizar e interpretar para alcanzar ciertas conclusiones; así entendiendo la historia, los catálogos de datos deben ser publicados aparte como tales: no entiendo la historia 'imparcial' y supuestamente sin crítica o criterio que discierna lo importante de lo que no lo es o que no intente los matices o gradaciones". Este manifiesto no se concreta en proposiciones metodológicas sino se hizo seguir por señalamiento editoriales sobre la virtud de las ilustraciones y por una serie de reconocimientos y agradecimientos a personas, o instituciones que de haber manera, pudiéramos penetrar para conocer el fundamento oculto de sus proposiciones sobre la historia. En cuanto a la arquitectura, tanto en este libro sobre arte moderno y contemporáneo, como en el dedicado al siglo XIX, Justino Fernández hace girar su valoración alrededor de la “búsqueda de lo propio” y del "esfuerzo creador" (Arte Moderno y Contemporáneo, p. 470), con lo que muestra su constante procrividad a la postulación de sustancias metafísicas, suprahist6ricas, que paradójicamente supone como sentido de la historia descubierto por su intuición capaz de distinguir entre lo creativo original y lo espurio. Sólo apuntará su aprecio por la obra del Arq. José Villagrán con quien inicia su reseña histórica “contemporánea” para retomar este punto más adelante.
Al igual que Justino Fernández, el otro texto importante de historia del arte moderno en México (Historia General del Arte Mexicano... Épocas Moderna y Contemporánea. Ed. Hermes, 1958, México) tampoco explica la arbitraria división entre moderno y contemporáneo más que recurriendo a vagas nociones políticas y a la conveniencia de buscar antecedentes que en todo caso, siempre podrían aplicarse retrospectivamente. Raquel Tibol afirma en su primera aproximación a la arquitectura, que la escultura de monumentos sólo se produce en la "madurez de un estado de cultura". Queda con esto en pie la pregunta de si la génesis de una obra explica su valor y si esta génesis puede referirse con rigor a esa "madurez de un estado de cultura". Es obvio que este concepto oculta determinaciones históricas que al no penetrar, quedan como fatales y absolutas. Así se justifica ideológicamente el poder del estado.
Raquel Tibol apunta en su capítulo sobre "La Arquitectura en el último Escalón del Neoclásico" la ausencia de condiciones sociales para el desarrollo de una arquitectura semejante a la europea. Pero al no hacer la crítica de la dependencia estructural de México al desarrollo capitalista europeo y norteamericano y la articulación de la arquitectura en este proceso, otra vez todo queda como fatalidad histórica.
R. Tibol como J. Fernández utiliza el concepto "propios-valores" para orientar su capítulo "Modernismo y Porfiriato", concepto que oculta también las contradicciones históricas concretas en beneficio de los valores dominantes que son los de la clase dominante posterior a la revolución de 1910. Cuando llega a la "Arquitectura Contemporánea" aplica ese modelo ideológico para sentenciar cuando una obra responde a los "propios valores", a la "cultura" de la gente para quien va a construir como dice citando a David Cimet al apuntar la oposición de la "clase adinerada" a los proyectos funcionalistas. Con todo, supera el concepto ideológico de creatividad cuando señala que "es en la tarea de grupo o de equipo donde han surgido las obras más trascendentes" (op. cit., p. 232); pero al quedarse en conceptos morales como el de "clase adinerada" o "función pública y popular" no consigue concreci0n histórica-crítica. Al final volveremos a este punto.
A nivel especializado, el ideólogo de la arquitectura mexicana más importante ha sido José Villagran García. En los cuarentas empiezan a publicarse sus primeros trabajos con la clara huella de los ideólogos europeos insertados en el eclecticismo de la filosofía idealista de los veintes. Semper, por el lado del prestigioso mecanicismo alemán, Reynaud y Gaudet por el idealismo francés, y hasta Borissavlevitch con sus yugoeslavas mediciones formalistas supuestamente fisiológicas, funda sus artículos y sus clases, en el momento en que el cardenismo llenaba de asco a los aristocratas del Espíritu especialmente a ciertos artistas y arquitectos. Villagran encuentra en los ideólogos europeos el modelo teórico destinado a elevar su profesión por encima de los disturbios de la historia concreta.
Villagrán atomiza la realidad en valores. Por acá lo útil, por allá lo lógico, más acá lo estético, más allá lo social. La obra será buena si se acerca a la integración de valores intuida por el arquitecto. Preocúpese el arquitecto o el estudiante de arquitectura por adecuar el proyecto con el ideal de los valores autónomos, y logrará la obra valiosa. La obra refleja a la Cultura, pero también la forma, la conforma, y así el arquitecto debe ser consciente de los altos valores del Espíritu, de las injusticias sociales... pero de manera emotiva y no dejando que esto signifique disturbio alguno para la alta concepción de los valores como ideales autónomos.
Villagrán divide en cuatro períodos la arquitectura moderna mexicana: el anacronismo exótico (fines del XIX "hasta los primeros 14 o 16 años del XX"), lo anacrónico nacional ("albores de la revolución política mexicana"), la individualista (1923-27), y la etapa propiamente moderna (Panorama de 62 años de Arquitectura Mexicana Contemporánea). (Cuadernos de Arquitectura 10, INBA, México, octubre 1963). Otra vez los hechos son anacrónicos y exóticos por no adecuarse a la "Cultura", por no integrar "los valores". Debiera ser obvia la irracionalidad de estos postulados que en cambio, formaron a varias generaciones de arquitectos en la profunda convicción de que la teoría sólo sirve para desarrollar la intuición de esa mística unidad de los valores. Sobre ella, sólo pueden construirse mea culpas como los de su Discurso de Ingreso al Colegio Nacional en 1961. Así, al aclarar “que mi tejado también es de vidrio porque yo como tantos padezco la crisis precisamente porque lo es", Villagrán justifica el status vigente y apunta una vaga solución moralizante pendiente de las buenas voluntades.
Semejante argumento, desarrollado con mayor rigor, usó Alberto T. Arai. Miembro del grupo "Neokantianos de México", asume la tesis kantiana del tratamiento de la historia "como si tuviera sentido”, es decir, como campo sin leyes objetivas en
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