EXPORTACIÓN DE CAPITALES HACIA AMÉRICA LATINA, DEPENDENCIA Y SUBDESARROLLO
crisfac35 de Agosto de 2014
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Después de haber alcanzado la independencia política formal América Latina cayó bajo una nueva forma de dominación: la económica, pues, burguesía local en lugar de profundizar un camino a la revolución democrático-burguesa, que posibilitara una real liberación nacional mediante la industrialización y la reforma agraria, prefirió consolidar los rasgos aberrantes de la economía, heredados de la Colonia, reforzando la función de países productores y exportadores de materias primas, concedió grandes facilidades al capitalismo europeo para la internacionalización masiva de sus productos industriales, que aplastaron a la incipiente artesanía local; “ dicho en otras palabras, nuestros señores y políticos se desnaturalizaban al aliarse con el capitalismo externo “ .
Lo específico de la dependencia de América Latina en el siglo XIX radicaba en que las tierras y las minas estaban en manos de los diversos sectores de la clase dominante. Esta situación varió a fines del siglo XIX con el inicio de la fase imperialista y la consiguiente inversión de capital financiero extranjero que se apoderó de las riquezas nacionales básicas transformando a nuestros países en semicolonias.
La caracterización de semicolonia permite precisar la transformación cualitativa que se operó a fines del siglo XIX. Este cambio significativo en nuestra condición de países dependientes, producido hacia 1890 al iniciarse la etapa imperialista, expresa que entre el período en que fuimos colonia española y en el que llegamos a ser semicolonia inglesa o norteamericana existió una época que tuvo características peculiares. Esta época, que cubre casi todo el siglo XIX, se caracterizó por una dependencia de la economía primaria exportadora respecto del mercado mundial.
La ganancia extraída a los trabajadores latinoamericanos por la burguesía criolla se realizaba en el mercado mundial mediante la venta de las materias primas. De una parte sustancial se apropiaban los capitalistas nacionales y otra iba a parar a las metrópolis, en concepto de compra de los productos manufacturados y del transporte de las materias primas, por carecer nuestros países de marina mercante nacional.
Esta porción de la plusvalía era drenada hacia las metrópolis europeas a través de los fluctuantes precios de nuestros productos fijados por el mercado mundial y también por la acción de los mecanismos financieros, como los empréstitos e intereses de las deudas contraídas por los gobiernos latinoamericanos.
La burguesía criolla se consolidó sobre la base del aumento de la demanda de materias primas por parte de una Europa en plena Revolución Industrial. La división internacional del capital-trabajo agudizó el proceso de dependencia porque en el reparto mundial, impuesto por las grandes potencias, a nuestros países les correspondió jugar el papel de meros abastecedores de materias primas básicas y de importadores de productos industriales.
En la misma medida que aumentaba la producción agropecuaria y minera en América Latina, crecía la dependencia hacia los países industrializados de Europa y los Estados Unidos.
Durante gran parte del siglo XIX, América Latina pudo conservar sus riquezas nacionales porque el desarrollo capitalista europeo no se fundamentaba todavía en la inversión del capital financiero en las zonas periféricas sino en sus propias naciones, en pleno proceso de industrialización. Los países llamados “satélites” contribuían al desarrollo de las metrópolis, abasteciendo sus necesidades de materias primas, hecho que permitió a la burguesía europea desplazar hacia la industria capitales que antes destinaba a la agricultura y minería.
América Latina se convirtió entonces en un continente clave para Europa y Estados Unidos, no sólo por la materia prima sino por constituir un mercado fundamental para la venta de sus artículos manufacturados.
Las metrópolis europeas no colocaron capital productivo, con excepción de las inversiones norteamericanas en el azúcar cubano, y de las inglesas en las minas de México, Chile y el norte argentino, que terminaron siendo poco rentables
La inserción plena de la economía latinoamericana en el mercado mundial, estimulada por la nueva división internacional del capital-trabajo, la modernización de los puertos, el aumento de las vías férreas y de las líneas telegráficas, la introducción de nueva tecnología y, fundamentalmente, la generalización de las relaciones de producción salariales, aceleraron el desarrollo de un modo de producción capitalista, obviamente distinto al capitalismo industrial europeo.
El comercio al por mayor estaba controlado en forma casi exclusiva por las casas extranjeras radicadas en la región.
La brusca variación de los precios de las materias primas en el mercado mundial puso al desnudo el carácter subordinado de nuestra economía, que se agravaba con las crisis cíclicas del capitalismo.
La devaluación monetaria fue otra resultante de la condición de región atrasada y dependiente. La adopción del patrón oro, impuesto por los bancos europeos, fijó un sistema cambiario basado en la convertibilidad internacional que acentuó la dependencia de nuestros países. Las casas exportadoras e importadoras y la burguesía criolla agro minera fueron altamente favorecidas con la depreciación de la moneda nacional, ya que recibían libras esterlinas por la venta de sus productos de exportación y pagaban salarios, impuestos y otros gastos en moneda devaluada.
La política de empréstitos internacionales agudizó el proceso de la dependencia. Este sistema crediticio permitió a las metrópolis no sólo cobrar altos intereses, sino también presionar sobre los gobiernos para obtener mayores ventajas comerciales, so pretexto del incumplimiento de los compromisos. Por eso, la historia de la deuda externa es parte consustancial de la historia del proceso de la dependencia.
El proceso de acumulación de capital, que hasta la década de 1880 era en parte nacional, experimentó un cambio significativo con la penetración del capital financiero extranjero en el inicio de la era imperialista mundial. Las riquezas nacionales comenzaron a pasar a manos de los empresarios extranjeros, iniciándose el proceso de semicolonización de América Latina y progresiva desnacionalización de sus riquezas.
El carácter de la dependencia experimentó un cambio cualitativo a fines del siglo XIX con la inversión de capital financiero extranjero en las principales actividades económicas. Hasta ese entonces, el capitalismo europeo no había efectuado inversiones directas significativas en las actividades productoras.
Las riquezas nacionales pasaron a manos de los capitalistas europeos y norteamericanos; en algunos casos compradas a la burguesía criolla, en la mayoría, obteniendo concesiones de los Estados para abrir nuevas áreas de explotación, especialmente en la minería y las plantaciones.
Mientras Estados Unidos redoblaba su inversión en Centroamérica y el Caribe, Inglaterra hacía fuertes inversiones en la industria azucarera del Brasil, entre 1875 y 1885, en las minas de salitre en Chile y de oro en el Ecuador y en los frigoríficos de Uruguay y la Argentina, penetrando impetuosamente en el aparato productivo de México.
EL CAMBIO CUALITATIVO DEL CARÁCTER DE LA DEPENDENCIA
Si desde la época colonial hispano-lusitana América Latina quedó incorporada a la formación social capitalista mundial a través del mercado internacional; en la era imperialista no sólo formó parte de ese mercado sino también del proceso productivo mundial capitalista.
Las áreas que restaban por colonizar fueron repartidas para sí por las grandes potencias capitalistas. América Latina sufrió un proceso de colonización en Centroamérica y el Caribe y de semicolonización generalizada en el resto de los países. La inversión masiva de capital monopólico condujo a la enajenación de parte de nuestra soberanía nacional. También fue incorporada al circuito de la cultura occidental a través de modernos medios de comunicación de masas, como la radio. Así, la burguesía logró por primera vez en la historia expandir su ideología a nivel mundial.
“En 1875 el imperialismo inglés contaba con cuantiosas inversiones en nuestro subcontinente. La hegemonía británica sobre las finanzas latinoamericanas era total pues los empréstitos ingleses concertados con los gobiernos oligárquicos superaban los 450 000 000 de dólares. Además en aquel mismo año, Gran Bretaña tenía colocados en América unos 250 000 000 de dólares en inversiones directas, lo que representa el 38% de todos sus capitales en nuestra América “ .
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo inglés comenzó a invertir capitales en los servicios públicos y, posteriormente, en las principales materias primas. A principios del siglo XX, la mayoría de los capitales correspondían a inversiones directas en los fundamentales centros de producción minera y agropecuaria, aunque hubo también capitales franceses, norteamericanos y alemanes.
“Las inversiones inglesas en ferrocarriles subieron de 820 millones de dólares en 1890 a 2.500 millones de dólares en 1926; en la minería aumentaron de 60 millones de dólares en 1890 a 110 millones de dólares en 1926. En resumen, en todo el sector privado, incluyendo banca y servicios públicos, las inversiones inglesas aumentaron de 1.100 millones de dólares en 1890 a 4250 millones de dólares en 1926.
Las inversiones
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