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Bolitas De Arroz


Enviado por   •  3 de Octubre de 2011  •  3.969 Palabras (16 Páginas)  •  541 Visitas

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EL HOMBRE DE LA PAULA PASOS

ORLANDO ORTEGA REYES

Para conocer el origen de esta expresión en particular debemos remontarnos a la ciudad de Rivas, tal vez a los años cuarenta. En esa época se hizo famoso un estanquillo que tenía una señora llamada Paula Pasos. La señora en cuestión se esmeraba en servir el mejor guaro de la región, además de unas bocas y platillos “discutidos”, como se decía, prueba de lo anterior era el famoso mondongo de los lunes.

Se comentaba que la citada señora tenía un carácter fuerte y un espíritu comercial bastante agudo y relataban en el pueblo que cuando la demanda superaba la oferta de mondongo, sólo con el objeto de no defraudar a los clientes, se permitía agregarle agua a la sopa y a introducirle una candela de sebo. No obstante, para curarse en salud advertía a los parroquianos: -No quiero que nadie me reclame por la sopa. La mujer en referencia tenía un compañero de vida que era aficionado a los placeres etílicos, pero que a pesar de contar con el material bélico en su propia casa, su compañera no le permitía que superara la dosis que ella estimaba pertinente.

Cuentan que en cierta ocasión el compañero de doña Paula después de haber agotado su mínima cuota asignada por ella, se quedó con el deseo de continuar ingiriendo alcohol y como tampoco tenía acceso al dinero, tuvo que buscar alguna alternativa viable.

Después de mucho cavilar recordó que en la Alcaldía Municipal se manejaba la distribución departamental de guaro, tal vez a nivel institucional o tal vez a nivel personal del alcalde.

El asunto es que compelido por su deseo etílico, decidió irrumpir en el edificio de la Alcaldía, en ese momento solitario y una vez adentro, tuvo todas las reservas alcohólicas a su disposición.

Hubiese terminado con todo el guaro, si no es que ya intoxicado le dio por empezar a gritar y a cantar, llamando la atención de los vecinos que inmediatamente dieron parte a las autoridades. Intervino la Guardia Nacional y se llevaron preso al intruso quien al momento de ser llevado al Comando, lo único que se le ocurrió gritar fue: -Soy el hombre de la Paula Pasos.

Después de dejar a su compañero un tiempo prudencial tras las rejas, doña Paula Pasos arregló el asunto con la Alcaldía y consiguió su libertad. Desde luego, la anécdota fue la comidilla del pueblo por un buen tiempo y se llegó a hacer famosa la expresión: -Soy el hombre de la Paula Pasos.

Con el tiempo, dicha expresión se extendió por todo el territorio nacional, de tal manera que durante los años sesenta y setenta era muy común en toda Nicaragua escuchar: Llegó el Hombre de la Paula Pasos; ahí viene el Hombre de la Paula Pasos.

LAS TIJERAS

ORLANDO ORTEGA REYES

Por mucho tiempo San Marcos giró alrededor del café. El ciclo del grano de oro marcaba en gran medida el dinamismo del pueblo y para fin de año la temporada de corte y escogido del mismo, transformaban completamente su fisonomía. Para esa época la escuela finalizaba en noviembre, así pues familias enteras se dedicaban al corte de café y en las calles no se escuchaba hablar de otra cosas que los cuentos del cafetal, historias de records de recolección, cantidades impresionantes de medios logrados por una persona, o bien las aventuras de los galanes constantemente acosaban a una que otra muchacha, sin exceptuar los inclementes ataques de los aradores, que se ensañaban en la humanidad de los cortadores.

Con la temporada de café el pueblo se miraba invadido de comerciantes que iban de plaza en plaza durante todo el año y en el período de noviembre a febrero, San Marcos era un mercado nada despreciable, pues además de todo el tráfico del propio municipio se agregaba el relativo a La Concha, en donde no había en ese entonces las facilidades para atender la demanda de la temporada.

Estos comerciantes se establecían en su mayoría en la calle del mercado, colocando unas tijeras a las cuales les ponían aditamentos para exhibir su mercadería, en su mayoría ropa y calzado que eran las necesidades básicas de los trabajadores de los cortes de café.

La calle del mercado, durante los fines de semana, se cerraba a la circulación vehicular mediante una enorme flecha de madera que cubría casi totalmente el ancho de la calle, para dejar espacio suficiente a todo el tránsito de compradores que como en un moderno “mall” recorrían el trecho una y otra vez hasta que se decidían por determinado producto. Esta ebullición se mantenía hasta por la noche, cuando era característico el olor a carburo, combustible utilizado para los candiles con que se alumbraban los comerciantes que en buenas temporadas llegaban hasta el comando de la Guardia Nacional.

En realidad todo el comercio de San Marcos vivía un gran movimiento y la botica de mi abuelo no era la excepción, pues en esos días la demanda por diferentes productos se incrementaba notablemente. El alcohol con alcanfor para los aradores, la brillantina para los peinados sabatinos, así como el Bay Rum para los varones y el Heno del Campo para las mujeres. Penicilina para toda suerte de infecciones, los tres jarabes para las afecciones bronquiales, la ipecacuana y el laxol para los estreñidos, la hígado sanil para los que padecían del hígado, la helmitol para los riñones, las píldoras rosadas para alargar la vida, las serafón para la tos, el aceite de hígado de bacalao para coger fuerzas, en fin, de todo y para todos los gustos.

Para quienes vivíamos en esa calle, en la temporada se vivía un ambiente festivo, pues los comerciantes conversaban de sus aventuras en otras plazas, sus hijos jugaban con los muchachos de la cuadra. Después de tantos años, todavía recuerdo a algunos de estos comerciantes, como por ejemplo, a doña Margarita Centeno, una paisana de mi abuela que llevaba todo tipo de curiosidades, no sólo ropa y zapatos, sino que distribuía las famosas sorpresas salvadoreñas y los chicles de pollito, que eran unos chicles pequeños que llevaban en la caja una pequeña sorpresa en miniatura. También se colocaba cerca de la botica de mi abuelo, un señor de Managua llamado Mercedes que vendía ropa y zapatos y que contaba unos cuentos que parecían salidos del propio Pancho Madrigal. En cierta ocasión, después del terremoto de Managua, me lo encontré en el mercado de Masaya, me reconoció y me saludó cariñosamente.

Luego el movimiento se trasladaba de los cafetales al escogido, que se realizaba en el Banco de los Briceño, junto a la carrilera, así que el movimiento comercial se iba apagando hasta febrero, cuando se iniciaban

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