COMO HABLAR EN PUBLICO USP
WC_1233 de Mayo de 2015
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HABLAR EN PÚBLICO
PREPARACIÓN PARA HABLAR EN PÚBLICO
El objetivo sería preparar mucho para que el discurso parezca una fácil y sencilla improvisación. Al margen de algunos genios capaces de preparar discursos profundos y con sustancia a la vez que formalmente logrados y brillantes en el uso de recursos retóricos, el común de los mortales necesita una cuidadosa preparación
El principal autor y maestro de elocuencia es la pluma, como escribiera Cicerón. Preparar la intervención con un texto cuidadosamente escrito para cada ocasión. Luego podremos improvisar, pero partiendo de un texto. Las mejores improvisaciones, aunque resulte paradójico, suelen estar muy bien preparadas y son resultado de dar vueltas a los textos.
Hablaba hace un momento de un texto escrito para cada ocasión. Me voy a detener un momento aquí. Lo que preparamos lo preparamos para una ocasión: para un lugar, un público y una situación específica. No se puede funcionar con guiones amarillentos.
La elocuencia depende de la habilidad entrenada de personas que han recibido la educación necesaria para hablar en público. Resulta evidente que puede haber personas con mejores condiciones naturales para hablar en público. Pero todos podemos hablar en público suficientemente bien. Para ello es preciso entrenarse, practicar. La práctica es esencial. Pero no lo es todo, o más bien, no se trata de practicar de cualquier manera. Se dice que a hablar se aprende hablando, pero también es verdad que hablando mal en público de modo reiterado uno se convierte en mal orador.
No cejar en el empeño por hablar en público cada vez mejor. Ser estudiosos de las presentaciones y del modo de hablar en público: leer y acudir a seminarios acerca de la cuestión resulta interesante. Tener el afán y la inquietud por formarse en este asunto es el primer paso que conviene dar. No hay que buscar las grandes frases. Lo que conviene intentar es escribir bien, para lo cual también es necesario haber leído mucho. A través de la lectura hacemos acopio de riqueza expresiva. La persona de muchas y buenas lecturas escribe mejor. E intentar escribir bien significa intentar pensar bien.
Escribir también significa editar bien, tener buenos correctores. Primero debemos autocorregirnos: reescribir cada texto al menos tres veces. Y luego debemos pedir a otros que nos corrijan. Encontrar un buen corrector no es sencillo, porque no hay muchas personas capaces de corregir bien un texto. Tiene interés pedir opiniones a otros sobre los textos y las intervenciones en público. A esto se opone el orgullo y la vanidad, los grandes vicios del académico (el dinero no suele ser uno de ellos…)
Lo que se escribe para ser leído no es igual que lo que se escribe para ser escuchado. Cuentan los aspectos no verbales (gestos, modulación de la voz, gestión de las pausas) y la comprensión de la audiencia. Hay que lograr que el público siga el flujo del discurso, no se puede dar opción a que pasen página.
Los discursos se caracterizan por tener un tiempo limitado y este aspecto no debe menospreciarse (ojo con el “termino ya”). No hay que extenderse, no se dispone de audiencias cautivas. Mantener la atención de la audiencia a la vez que comunicamos el mensaje que se trata de transmitir. Para eso es necesario ver el conjunto del discurso para saber lo que no podemos no decir y mantener las digresiones bajo control. El texto debe organizarse y conviene tenerlo a la vista mientras se habla, como diría Mortimer Adler, un poco del mismo modo que un director de orquesta tiene a la vista su partitura durante la actuación.
Hay diversos modos de organizar el texto. Para ocasiones más solemnes será necesario un texto completo, y esto tiene un riesgo especial porque es más fácil despertar el aburrimiento. Otras veces basta con un guión: si el orador es verdaderamente experto en el tema que aborda, cuanto más esquemático sea ese guión, mejor. Es la situación propia de una clase o discurso que requiere pensamiento original. La opción intermedia sería la preparación de un guión con frases completas, que evita que parezca que se está leyendo y, al mismo tiempo, permite mantener el control sobre lo que se dice.
El ingrediente esencial de la preparación, sin embargo, es la comprensión de las necesidades de la audiencia. Sin eso, es difícil que un discurso pueda salir bien.
CUALIDADES PROPIAS DE UN BUEN DISCURSO
Para comunicar un mensaje al público son necesarias por lo menos cinco cosas: tener objetivos claros, conocimiento de la materia (tenéis que ser verdaderos expertos sobre el producto, estudiosos del producto); conocimiento de la audiencia; capacidad para transmitir ese conocimiento (es una cualidad distinta del dominio de la materia); y capacidad de comunicación interpersonal (a esto a veces se le llama empatía) para crear y fomentar un ambiente adecuado que convenza sobre las ideas que se quieren transmitir, un entorno amable para la persuasión.
El secreto de la elocuencia es tener fe en lo que estamos diciendo, en la potencia de una idea y su racionalidad. Lo más conmovedor de un discurso es su lógica. Debemos pensar de modo lógico en qué queremos mostrar y luego mostrarlo de modo contundente a través de la argumentación. Por eso, parte de la preparación es trazar los objetivos de la presentación.
La vertiente racional se completa con la vertiente emocional, porque entendemos las cosas con argumentos racionales y emocionales. La emoción en el discurso la ponen el entusiasmo y la pasión acerca de lo que estamos contando. Conviene estar entusiasmados con la idea que vamos a exponer y contarla con énfasis, con convicción, aunque sin actuar en exceso. El entusiasmo es contagioso.
Sobre todo, conviene disfrutar. Y para disfrutar hablando en público –una situación que presenta riesgos- es necesario ser uno mismo. El camino es la naturalidad y la sencillez. Utilizar los propios gestos. La naturalidad se comunica de manera rápida y efectiva. Resulta evidente cuando uno es uno mismo y cuando no. No hay que intentar utilizar un estilo que sea más elevado que nosotros mismos.
La modestia y la amabilidad son necesarias. Ser corteses con la audiencia: decimos como ustedes saben, porque es educado decirlo. Hay que dar las gracias a las personas: ser educado no resulta en absoluto aburrido. La amabilidad procede de una cierta generosidad de espíritu. Las personas amables de modo natural procuran que los demás se encuentren cómodos. Saben crear un ambiente de confianza a su alrededor. Tienen aprecio y respeto por las personas que les están escuchando y lo demuestran. El sentido del humor también genera ambiente de confianza y sirve como elemento de distensión.
Conviene no ser sofisticados. No podemos hablar como especialistas. El gran orador demuestra su valía con la potencia de sus ideas y la claridad con que las comunica. Cuando no entendemos a alguien no es porque sepa demasiado, es porque no sabe lo suficiente, por más que emplee un lenguaje críptico y complejo, para iniciados. Hay que utilizar un lenguaje llano y comprensible, de sentido común. Pero no hay ningún gran discurso que se pueda comunicar si no está basado en una idea brillante. La forma hace que el fondo brille. Pero no sustituye el fondo del discurso, y, en cualquier caso, no puede camuflar la ausencia de fondo y calidad en el mensaje que se transmite.
Lo que se dice no sólo debe ser verdad. Debe ser comprendido por la audiencia como verdadero. Cuando se dice la verdad de modo claro y directo, sin excesivos adornos, y es una verdad que vale la pena escuchar, la probabilidad de que expliquemos esa verdad de modo brillante, elocuente, se incrementan de modo notable.
Si configuramos un discurso con el objetivo de que no suceda nada malo, tampoco sucederá nada bueno. Pero hay que estar también prevenidos contra la tentación de la espectacularidad. Un buen discurso no es un espectáculo, sino un modo de liderar, un instrumento de liderazgo, que permite mover a las personas a la acción, persuadir.
CUESTIONES PRÁCTICAS SOBRE EL DESARROLLO DEL DISCURSO
No hay que tener miedo a fallar o equivocarse. Todos fallamos. Es más, tener una cierta vergüenza es muestra de que nos damos cuenta de la importancia de lo que estamos haciendo y de que respetamos a la audiencia. Cicerón decía que “cuanto mejor es un orador, más le asustan las dificultades de hablar, el dudoso destino de su discurso y las expectativas de la audiencia”. Por tanto, no pasar vergüenza no es un objetivo: simplemente hay que gestionar esa vergüenza. Es natural que tengamos cierto miedo al escenario, pero hay que evitar que ese miedo devenga en pánico. La preparación facilita la gestión del nerviosismo que, con frecuencia, será inevitable. Evitar el miedo al vacío: los buenos oradores dominan los silencios. No pasa nada por callarse unos instantes. Aunque el fin no justifica los nervios, no estar nervioso no es un objetivo: no podemos dejar de estar nerviosos porque tomamos en serio la situación de discurso y porque toda situación de discurso es una situación que no se puede controlar totalmente: siempre hay incertidumbre
Es interesante encontrarse incómodos cuando llevamos diez minutos hablando y todavía no hemos planteado ninguna pregunta a la audiencia, que tampoco da signos de querer interrogar. Conviene buscar la interactividad, la relación cordial con la audiencia. La interactividad, por otra parte, es inevitable: hay una gran sintonía con el público: el que se dirige a otros en seguida
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