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CTS EN EL SIGLO 21

jcflorez24 de Febrero de 2015

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Ciencia, Tecnología y Sociedad en el siglo 21.

Los retos de la tecnociencia y la cultura de CTS.

Manuel Medina

http://ctcs.fsf.ub.es/prometheus21/

En los orígenes de Ciencia, Tecnología y Sociedad

Para comprender el origen de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) hay que

remontarse a los finales de la II Guerra Mundial y al principio de la Guerra Fría. La

organización estatal y militar de la investigación científica durante la guerra condujo a

resultados decisivos, de los que el más espectacular fue, sin duda, la construcción de

bombas atómicas en el proyecto Mannhatan. Tras la guerra, el papel de la ciencia se

acrecentó notablemente en EE UU, el país que surgía de la misma como líder mundial,

especialmente en lo relacionado con las investigaciones en las ciencias físicas, que

fueron organizadas y financiadas por el Departamento de Defensa de cara al desarrollo

de tecnologías de relevancia militar y política en el contexto de las confrontaciones de

la Guerra Fría.

Al mismo tiempo, se fue estableciendo una imagen de la ciencia como cumbre y

esencia de la razón y de la cultura humana y núcleo de la organización democrática y

racional. En Europa, el filósofo de la ciencia Karl Popper abogaba, frente a los

planteamientos marxistas, por “la aplicación de los métodos críticos y racionales de la

ciencia a los problemas de la sociedad abierta” como base para la organización

democrática y la reforma social1 . De algún modo, las concepciones de la filosofía de la

ciencia del empirismo lógico encajaban con esta exaltación del conocimiento científico.

La concepción fundamentalmente representacional y metodológica de la ciencia

desembocaba en la defensa de la objetividad y la superioridad racional de la misma por

encima de cualquier otra forma de conocimiento. La tecnología, interpretada como

aplicación de conocimientos científicos, heredaba esa excelencia que la convertía en la

forma de acción óptima.

Estas claras valoraciones positivas por parte de la filosofía de la ciencia

contrastaban con el maridaje entre esa misma filosofía y la teoría de la neutralidad

valorativa de la ciencia, promovida originariamente por el economista y sociólogo Max

Weber a principios del siglo 20. En su lucha por estabilizar la institucionalización de

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las nuevas ciencias sociales en las universidades alemanas, Weber se enfrentó a los

académicos de izquierdas que defendían el compromiso y la implicación política y

propugnó la teoría de una ciencia libre de todo tipo de valores y de vínculos ideológicos

y políticos. De esta forma, se quiso establecer, teóricamente, una clara demarcación

entre el ámbito de la ciencia como conocimiento y constatación objetiva de cuestiones

de hecho y el ámbito de los valores, las normas, las ideologías, los intereses, etc.

Así pues, por un lado, se podía declarar, filosóficamente, a la ciencia libre de

implicaciones valorativas y políticas, movida puramente por intereses teóricos y

constataciones de hechos y, consecuentemente, exenta de responsabilidades por las

posibles consecuencias problemáticas de los resultados de la investigación científica

libremente ejercida. Por otro lado, según esa misma filosofía se podía legitimar, como

racionales y óptimas, cualesquiera innovaciones y procedimientos científicos y

tecnológicos, tomas de decisiones administrativas y políticas tecnocráticas, siempre

que fuera posible interpretarlas como aplicaciones de conocimientos científicos.

Sin embargo, a partir de finales de los años 1960 el conjunto de estos

presupuestos filosóficos fue puesto radicalmente en entredicho en el marco de un giro

interpretativo, valorativo y político que se consolidó socialmente, de forma especial, en

los EE UU y pasó posteriormente a Europa. En el contexto de los movimientos

antinucleares, la oposición a la guerra del Vietnam, las crisis ecológicas, las revueltas

estudiantiles y la crítica académica fueron cristalizando replanteamientos críticos que

explícitamente cuestionaban la rígida delimitación entre hechos y valores, así como la

supuesta supremacía racional de la ciencia y de la tecnología y la neutralidad de las

mismas.

Así surgieron los programas de CTS en numerosas e importantes universidades

norteamericanas. El mensaje de este movimiento, originariamente académico, insistía

sobre los condicionamientos políticos y sociales y los trasfondos valorativos que regían

la investigación y el desarrollo científico y tecnológico, y alertaba de los graves

impactos que se estaban derivando para la sociedad y el medio ambiente. En vista de

las consecuencias, en buena parte negativas, de muchas de las innovaciones científicas

y tecnológicas, se reivindicaba la concienciación pública y el control social sobre las

mismas. En el entorno de los estudios de CTS se fueron consolidando nuevas

disciplinas sobre materias tradicionalmente marginadas, como la filosofía y la historia

social de la tecnología .

Empezaron a proliferar estudios críticos sobre la ciencia, algunos de ellos, como

los publicados por Paul Feyerabend, provenientes de una nueva filosofía de la ciencia y

se plantearon, en general, una serie de cuestiones críticas que, de una forma u otra, se

han mantenido vivas en el campo de los estudios de ciencia , tecnología y sociedad. La

idea era sacar a la luz las dependencias de la gran ciencia respecto a centros

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gubernamentales, militares, industriales y corporativos de dirección y control sobre el

desarrollo científico y tecnológico, así como poner en evidencia las construcciones

filosóficas dirigidas a fortalecer la autoridad científica y desvelar las extrapolaciones de

teorías científicas utilizadas para justificar determinadas posiciones o legitimar

modelos, agentes y medidas en la toma de decisiones económicas, sociales y políticas.

A lo largo del último tercio del siglo 20, el movimiento social y educativo CTS

fue cuestionando eficazmente, sobre todo en los EE UU, las concepciones, las prácticas

y las legitimaciones tradicionales de la ciencia y de la tecnología, así como de la política

y de la educación científica y tecnológica a partir de los impactos y las implicaciones de

las mismas que iban desde la guerra, los riesgos y las consecuencias de las industrias

armamentísticas, nucleares y químicas hasta las contaminaciones medioambientales,

las catástrofes ecológicas y las crisis sociales, etc. Como campo académico, los nuevos

estudios de ciencia, tecnología y sociedad, especialmente en el ámbito de la historia y

de la sociología de la ciencia y de la tecnología, desestabilizaron la autoridad de las

interpretaciones y de las valoraciones propagadas por la filosofía analítica y la historia

internalista de la ciencia, que hasta la década de 1960 habían dominado la escena

académica, institucional y educativa. Estas investigaciones fueron poniendo,

progresivamente, de manifiesto la compleja trama de los diversos agentes, actividades

y entornos que integran las ciencias y las tecnologías contemporáneas. Al estudiar

integradamente las prácticas y los contextos científicos y tecnológicos, la ciencia y la

tecnología se mostraron, al igual que cualquier otro resultado de la cultura humana,

como realizaciones sociales y culturales, que difícilmente podían reclamar los

privilegios de la soberanía epistemológica, la excelencia racional y la neutralidad

valorativa que tradicionalmente se les había otorgado.

Las guerras con CTS

Con todo ello, no fue de extrañar que un buen número de científicos y

académicos sintieran amenazadas su imagen, su prestigio profesional y su preeminente

posición en las instituciones de investigación, educación y gestión pública y temieran

que sus trabajos, métodos y resultados de investigación pasaran a ser objeto de

valoración y de intervención social y política. De hecho, se puso en marcha, a mediados

de los años 90 en Norteamérica, una contrareacción que dio paso a las llamadas

Science Wars, en las que científicos junto con filósofos aliados empezaron a combatir

los estudios críticos de ciencia, tecnología y sociedad acusándolos de pseudocientíficos

y antiracionales e intentando restaurar la hegemonía de la idea tradicional de la ciencia

y, de paso, defender posiciones y territorios profesionales y académicos.

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En estas confrontaciones se han distinguido por su combatividad algunos

filósofos, como en el caso del filósofo norteamericano de la ciencia de origen argentino

Mario Bunge quien hacía ya tiempo que había declarado la guerra a los estudiosos y los

activistas de CTS bajo la bandera de la filosofía analítica de la ciencia. Según su visión

de Science Wars, a partir de mediados de los años 60 se habían infiltrado en muchas

universidades norteamericanas enemigos anticientíficos y pseudocientíficos que habían

“construido un caballo de Troya dentro de la ciudadela académica con

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