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Cuando muero quiero que me toquen cumbia

karin08Resumen22 de Abril de 2016

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TRABAJO PRÁCTICO

Materia: Lengua

En el conurbano norte, a unas quince cuadras de la estación de San Fernando, tras un crimen, nacía un nuevo ídolo pagano. Víctor Manuel “El Frente” Vital, 17 años, un ladrón acribillado por un policía de la Bonaerense cuando gritaba refugiado bajo la mesa de un rancho que no tiraran, que se entregaba, se convirtió entre los sobrevivientes de su generación en un particular tipo de santo: lo consideraban tan poderoso como para torcer el destino de las balas y salvar a los pibes chorros de la munición. Entre los trece y los diecisiete años el Frente robaba al tiempo que ganaba fama por su precocidad, por la generosidad con los botines conseguidos a punta de revólveres calibre 32, por preservar los viejos códigos de la delincuencia sepultados por la traición, y por ir siempre al frente.

Yamila Clavel

4°Año

CUANDO ME MUERA QUIERA QUE ME TOQUEN CUMBIA

“Vida de pibes chorros”

Cristian Alarcón

Investigación periodística de Silvina Seijas.

CAPÍTULO I

María se encontraba en el rancho de CHAÍAS, su novio, vivía allí hacía dos semanas por haber discutido con su padrastro; lavaba la ropa cuando se entera que agarraron a Víctor, alias el FRENTE.

Los pibes de la cuadra corrieron, se rumoreaba que lo habían matado.

María corre a casa de su madre a contarle lo sucedido

Laura que había trasnochado, junto con el Frente y unos amigos, al enterarse de la noticia por su madre, hizo media cuadra del pasillo y fue a ver…se encontró con una gran cantidad de policías “Parecía que estaban buscando al Gordo Valor[1].

Los cercanos a Víctor se acercan lo más posible al rancho[2] en donde lo tenían.

La policía perseguía por el centro de la Villa a “los Bananitas”[3] , Coqui se rindió a la mitad. Hubo disparos, nadie sabía que había sucedido con Luis y el Frente.

Mauro, uno de los mejores amigos del Frente, se despertó por el ruido de los disparos y corrió hasta la entrada de la San Francisco, la policía no lo dejó pasar, no obstante, se trepa al techo para saber qué estaba sucediendo y puede apreciar que en la puerta se encontraba el cuerpo inmóvil de Luis; no veía a Víctor.

A Luis lo llevan en ambulancia, una bala le había rozado el cráneo…nadie sabía qué había sucedido con Víctor.

Mauro encara a un enfermero que ante la insistencia afirma con los ojos la muerte del Frente.

Van por Sabina, la madre del Frente, quien cuando llega al lugar ve el móvil de Crónica TV, un helicóptero “sobrevolando la muchedumbre”.

Va hasta el lugar del hecho acompañada por Matilde y se encuentra con un cordón policial a quienes le dice que es la madre.

Escucha una máquina de escribir en la que el funcionario policial dejaba testimonio de lo acontecido.

Víctor Manuel “El Frente” Vital, 17 años, había sido acribillado por el Sargento de la Bonaerense cuando gritaba refugiado bajo la mesa de un rancho que no tiraran, que se entregaba.

“Héctor Eusebio Sosa, “El Paraguayo”, iba adelante con su pistola 9 milímetros. Pateó la mesa con la punta de fierro de su bota oficial; la dejó patas arriba en un rincón. Víctor alcanzó a gritar:

—¡No tiren, nos entregamos!

Luis dice que murmuraron un “no” repetido: “No, no, no”, un “no” en el que no estaban pudiendo creer que los fusilaran: “Nos salió taparnos y decir ‘no, no’, como cuando te pegan de chico” […] (Pág. 26)

Ante esta situación los vecinos de la San Francisco y La Esperanza se enfrentaron con la policía; además la noticia se esparció por villas contiguas y llegaron más personas de Santa Rita, de Alvear Abajo, del Detalle.

Muchísimas personas rodearon al cuerpo de Víctor y llegaron “ciento cincuenta uniformados preparados para reprimir”.

“Yo lo vi, vi las zapatillas que en la planta tenían grabada una ‘v’ bien grande. Era la marca que Víctor le había hecho a las zapatillas, la misma V que ahora dibujan los creyentes en las paredes descascaradas del conurbano junto a los cinco puntos que significan “muerte a la yuta[4]”, muerte a la policía.

[…]Cinco marcas, casi siempre del tamaño de un lunar, pero organizadas para representar un policía rodeado por cuatro ladrones: uno –el vigilante- en el centro rodeado por los otros equidistantes[5] como ángulos de un cuadrado. Es una especie de promesa personal hecha para conjurar[6] la encerrona[7] de la que ellos mismos fueron víctimas, me explicaron los pibes, aunque suelen ser varias las interpretaciones y no hay antropólogo que haya terminado de rastrear esa práctica tumbera[8].[…] El dibujo pretende que el destino fatal recaiga en el próximo enfrentamiento sobre el enemigo uniformado acorralado ahora por la fuerza de cuatro vengadores. Por eso para la policía el mismo signo es señal inequívoca[9] de antecedentes y suficiente para que el portador sea un sospechoso, un candidato al calabozo” (Pág.29)

El rencor a la policía es el lazo más fuerte de identidad entre los chicos dedicados al robo.

[…] “No hay pibe chorro que no tenga un caído bajo la metralla policial en su historia de pérdida y humillaciones. Para estos chicos la muerte de su amigo es una de esas heridas que se saben incurables; con las que se aprende a convivir.” […] (Pág.30)

Mientras duró la despedida del Frente, el patrullero no dejó vigilar la casa

[…] “Así fue la despedida de Víctor, recuerda orgullosa Sabina. Lo enterraron con las banderas de Boca y de Tigre cubriendo el cajón. Y entre las decenas de coronas había una igual a la que había pedido durante los últimos meses, acosado por la policía: “Si me agarran que me hagan una corona con flores de Boca”, había dicho como bromeando sobre un futuro anunciado.” (Pág.38).

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CAPÍTULO II

Sabina, la mamá de Víctor muerto por la policía, se ganaba hacía tiempo la vida con un empleo elegido deliberadamente en los contrapuestos del oficio ilegal de su hijo. Una vez en el remise que los llevaba por la Panamericana hacia la villa, dijo que ya no sabía qué hacer para que dejara de delinquir.

[…] “en que ya no supo qué más hacer para frenarlo, para convencerlo que dejara el delito.” (Pág. 40).

Se inscribió en un curso de seguridad.  Antes de ser custodia y de manejar un arma, Sabina había hecho un largo camino de esfuerzos por lograr una estabilidad económica para proporcionar a su familia lo que ella nunca había tenido.

Tenía 14 años cuando se enamoró de un gendarme. Su padre, aborrecía los uniformes.

“Cuando supo que estaba embarazada me dio una paliza con esos látigos que se usan para arrear a los animales. Me sangraba la espalda” […]. (Pág. 41).

Esperó un año hasta que su hermano mayor, que se había ido a Buenos Aires, le enviara dinero para el pasaje. Llegó a San Fernando a trabajar cama adentro en la casa de una familia acomodada, ahí conoció a una mujer que se convertiría en su madre.

“Justo en esa casa trabajaba también la que después yo tomé como mi verdadera mamá, Odulia Medina” […]. (Pág. 41).

 Volvió a enamorarse de un hombre que parecía bueno y sería padre de su segundo hijo. Pero todo fue peor. Compraron un terreno en José C. Paz y se fueron a vivir juntos. Pato tenía dos años cuando escapó de él y de los golpes hacia la casa de sus nuevos padres.

Lo intentó otra vez, con un tercer amor. Se mudó con sus nuevos suegros, quedó embarazada de Graciana, y tampoco duró. Ella había hecho un curso de fotografía. Él era tornero.

“Ganaba lo suyo pero lo dilapidaba[10] en alcohol y juerga[11], se iba los viernes y aparecía los lunes.[…]. (Pág. 42).

Nació Víctor. Toleró la situación hasta que falleció la suegra:

 “único reaseguro[12] de protección en esa convivencia tortuosa con el padre de su último hijo.” […]. (Pág. 42).

Tenían una cuenta bancaria en común con su marido y un día se encontró con el saldo en cero, desperdiciado en mujeres y en alcohol. Todo concluyó un mediodía en el que comenzaron a discutir, y él le apuntó con un arma en la cabeza frente a los chicos. Posteriormente, se puso a hacer tiro al blanco, en un Cristo de yeso que ella adoraba.

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