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Cuento Epico


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2014  •  2.247 Palabras (9 Páginas)  •  149 Visitas

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Un romance inesperado

E

n los grandes salones, en los anchos pasadizos, y hasta en las cómodas habitaciones del palacio resonaba el grito del vocero anunciando que el rey Juan proclamaba la oferta de toma de mano de su primogénita y única hija. Una joven agraciada, delicada, compasiva y sumamente generosa; una tez blanca, facciones finas y un elegante caminar. Carmen era su nombre, la única heredera de la corona que con tanto esfuerzo sus antepasados habían resguardado.

¡No puede ser!, ¿La princesa Carmen?, ¿Con quién se ha de casar?, murmuraban las calles del reino. Jóvenes, señoritas, ancianos, maestros de la ley y grandes pensadores tenían la gran curiosidad de saber, de una vez por todas, quién sería el hombre que dictase su ciudadanía.

En una muy bien acomodada casa fuera del reino había llegado la noticia, como primicia para todo caballero dispuesto a casarse, donde habitaba el Caballero de los Tres leones, apodado así, por sus colegas debido a que en un riesgoso encuentro con tres leones en un dos por tres ensartándolos contra una barra de metal, este caballero tenía ansias de casarse, sobre todo si era con la heredera al trono. El nombre de pila de este joven era el de Augusto Prado.

Una mañana tibia, el caballero decide emprenderse en un largo y poco austero viaje, rumbo a palacio, para hacer el intento de tomar a la princesa como su legitima esposa, amante y señora, pero no era tan simple como parecía pues necesitaba un guía, comida y muchas más necesidades que un humano urge en un viaje de tan importancia; así que con la astucia que lo caracterizaba se decide a pasearse por todo el pueblo para encontrar a un joven o viejo, no importaba la edad, pero que sea capaz de llevarlo con vida y seguridad hasta los aposentos del rey, Entonces pregunta en la panadería sin encontrar respuesta alguna, pregunta en bares, en salones y los caballeros hicieron caso omiso a su pregunta; el día caía con toda esperanza perdida, y con cara de pocos amigos y sin gana alguna de decir ni una palabra se dirigía a su casa rendido pero en el camino encontró una desviación hacia el campo donde según las chismosas señoras y los perdidos borrachos del pueblo vivía un humilde pero conocedor campesino, este campesino llevaba por nombre Miguel, que por la desdichosa situación de sus padres, logro estudiar llegando apenas a los grandes estudios, por sus ganas de aventura y su hambre de conocimiento había viajado por todo el occidente del mundo, con bastón, alforja y su gran inteligencia. Miguel no estaba enterado ni tenía la menor idea de que el rey recurría a los caballeros del pueblo para desposar a su hija.

El caballero llegó a la humilde casucha, tocó. Toco la apolillada y añeja puerta la cual se estremeció revelando un chillido perturbador significando antigüedad, un afable y muy cariñoso grito con un leve brío se escuchó desde los más recóndito de la casa, por consecuente se vio al mismo tiempo que se abría la puerta, un rostro oscuro y de grotescas facciones, con una mirada confiable y una sonrisa tierna:

-¿Qué desea, buen señor?

-¿Es usted Don Miguel, del que tan bien hablan las bocas del pueblo?

-Soy Miguel Salcedo a su servicio.

-Necesito de usted, pues es imprescindible para mi viaje un mente tan prodigiosa como la suya

Con un rostro de asombro y unas palabras misteriosas dijo el campesino:

-Disculpe, su merced, pero mis animales dependen de mí, el calor de mi familia, igual, y para sumarle a lo absurdo no tengo ni la menor idea de que viaje me está hablando usted. Tomando dirección hacia los viejos sillones de la casa tomó asiento el caballero, soltando el cuello de su camisa y rozando las largas barbas de su rostro, dijo, con una voz titubeante:

-Como usted tiene el conocimiento, el rey ha dado pública la necesidad de marido de su hija.

El campesino se deja caer sobre el asiento, se pasa la mano a lo largo de su2 rostro, rasca el lado derecho se su panza, y dice intrigado:

-Yo no tenía conocimiento alguno de tan impactante noticia. El caballero se para, golpea la punta de su bastón con la de su zapato, sonríe muy pícaramente y dirigiéndose al campesino le dice:

-Pues es verdad buen señor, la princesa está a la merced de las ofertas de los caballeros, y creo yo que no hay mejor caballero para desposarla que su servidor, y he decidió emprender un viaje hacia el palacio, pero para mi infortunio no poseo ni la habilidad ni la más mínima idea de cómo lograr este increíblemente romántico viaje, por lo que recurro a su ayuda como guía y principal cómplice mío, por supuesto que habrá un paga y todo lo que usted requiera para acompañarme, también contratare un asalariado para que cuide de sus animales y también para que cuide de su familia. El campesino se tambalea y se apoya sobre una de las paredes, parpadea muy velozmente, retrocede unos pasos, se voltea, mira al piso por unos segundos y con un giro agresivo, apuntando con el dedo índice al rostro del caballero dijo de una manera muy lírica:

-En sus manos encomiendo la seguridad de todo lo que es mío y lo descabellado de este viaje.

El caballero tomándolo como la aceptación a su oferta, se paró, y con una mirada firme y confiada, estiró la mano al campesino diciéndole:

-Culminemos pues, este trato. Y el campesino estrechando la mano del caballero le dijo:

-Seremos pues, Miguel y… disculpe, aun no se su nombre.

El caballero respondió a lo siguiente de una manera muy burlona:

-Soy Augusto Prado, el Caballero de los Tres leones. El campesino aguantando la risa puesto a que el nombre y el apelativo le parecían muy ridículos, dijo:

-Seremos entonces, Augusto y Miguel, los surcadores de los caminos. Realizándose así el pacto de estos dos hombres.

Listos, se aventuraron en lo que creía que sería un viaje como cualquier otro, pero no sabían, mejor dicho, pasaban por alto los chismes que la gente del pueblo divulgaba.

Al llegar al límite del pueblo, se encontraron con un anciano no perteneciente al pueblo, este les dijo:

- Os lo advierto, vayáis a donde vayáis no crucéis el muro, pues las bestias que encontrareis al otro lado son inimaginables, jamás vistas por los habitantes de este pueblo.

Haciendo caso omiso pero no sin antes agradecer al sabio anciano, se dirigieron hacia el muro, dudando

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