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Cuentos De Taller De Wendy

999552314 de Mayo de 2013

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Caperucita y Las Aves

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento.

Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin, perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y compartían el cálido refugio de su casita.

Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.

-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de tropas que nos defiendan.

-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -respondieron algunos.

Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. La avecilla, con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y lanzó hacia lo alto a la paloma blanca.

Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría

sucumbido bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos de la aldea no podía ser más grave:

sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las provisiones.

De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los atacantes.

Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó este mundo para siempre.

Los Geniecillos Holgazanes

Erase unos duendecillos que vivían en un lindo bosque. Su casita pudo haber sido un primor, si se hubieran ocupado de limpiarla. Pero como eran tan holgazanes la suciedad la hacía inhabitable.

-Un día se les apareció la Reina de las hadas y les dijo:

Voy a mandaros a la bruja gruñona para que cuide de vuestra casa. Desde luego no os resultará simpática...

Y 'llegó la Bruja Gruñona montada en su escoba. Llevaba seis pares de gafas para ver mejor las motas de polvo y empezó a escobazos con todos. Los geniecillos aburridos de tener que limpiar fueron a ver a un mago amigo para que les transformase en pájaros. Y así, batiendo sus alas, se fueron muy lejos...

En lo sucesivo pasaron hambre y frío; a merced de los elementos y sin casa donde cobijarse, recordaban con pena su acogedora morada del bosque. Bien castigados estaban por su holgazanería, errando siempre por el espacio...

Jamás volvieron a disfrutar de su casita del bosque que fue habitada por otros geniecillos más obedientes y trabajadores.

El Viajero Extraviado

Erase un campesino suizo, de violento carácter, poco simpático con sus semejantes y cruel con los animales, especialmente los perros, a los que trataba a pedradas.

Un día de invierno, tuvo que aventu-rarse en las montañas nevadas para ir a recoger la herencia de un pariente, pero se perdió en el camino. Era un día terrible y la tempestad se abatió sobre él. En medio de la oscuridad, el hombre resbaló y fue a caer al abismo. Entonces llamó a gritos, pidiendo auxilio, pero nadie llegaba en su socorro. Tenía una pierna rota y no podía salir de allí por sus propios medios.

-Dios mío, voy a morir congelado...

-se dijo.

Y de pronto, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, sintió un aliento cálido en su cara. Un hermoso perrazo le estaba dando calor con inteligencia casi humana. Llevaba una manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al cuello. El campesino se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la manta. Después se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le llevó hasta lugar habitado, salvándole la vida.

¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia? Pues fundar un hogar para perros como el que le había salvado, llamado San Bernardo. Se dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los inviernos y que adoraban a su dueño...

El Granjero Bondadoso

Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el gran-jero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.

Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras:

-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.

El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos.

Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se pro-metió recompensar al hombre si algún día recobraba el trono. Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo la-briego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fian-do en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos delicados del reino.

La Verdadera Justicia

Hubo una vez un califa en Bagdad que deseaba sobre todas las cosas ser un soberano justo. Indagó entre los cortesanos y sus súbditos y todos aseguraron que no existía califa más justo que él.

-¿Se expresarán así por temor? -se preguntó el califa.

Entonces se dedicó a recorrer las ciudades disfrazado de pastor y jamás escuchó la menor murmuración contra él.

Y sucedió que también el califa de Ranchipur sentía los mismos temores y realizó las mismas averiguaciones, sin encontrar a nadie que criticase su jus-ticia.

-Puede que me alaben por temor

-se dijo-. Tendré que indagar lejos de mi reino.

Quiso el destino que los lujosos carruajes de ambos califas fueran a encontrarse en un estrecho camino.

-Paso al califa de Bagdad! -pidió el visir de éste.

-Paso al califa de Ranchipur! .-exigió el del segundo.

Como ninguno quisiera ceder, los visires de los dos soberanos trataron de encontrar una fórmula para salir del paso.

-Demos preferencia al de más edad -acordaron.

Pero los califas tenían los mismos años, igual amplitud de posesiones e idénticos ejércitos. Para zanjar la cuestión, el visir del califa de Bagdad preguntó al otro:

-¿Cómo es de justo tu amo?

-Con los buenos es bondadoso -replicó el visir de Ranchipur-, justo con los que aman la justicia e inflexible con los duros de corazón.

-Pues mi amo es suave con los inflexibles, bondadoso con los malos, con los injustos es justo, y con los buenos aún más bondadoso -replicó el otro visir.

Oyendo esto el califa de Ranchipur, ordenó a su cochero apartarse humilde-mente, porque el de Bagdad era más digno de cruzar el primero, especialmente por la lección que le había dado de lo que era la verdadera justicia.

El Emir Caprichoso

Hubo una vez en un lugar de la Arabia un emir sumamente rico y muy caprichoso en el comer. Los mejores cocineros de la región trabajaban para él, forzando cada día su imaginación para satisfacer sus exigencias.

Harto ya de tiernos faisanes y pescados raros, un día llamó a su cocinero jefe y le dijo:

-Ahmed, voy a pedirte que me busques algún manjar que no haya probado nunca, porque mi apetito va decayendo. Si quieres seguir a mi servicio, tendrás que ingeniarte cómo hacerlo.

-Si me ingenio y logro sorprenderos, ¿qué

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