Cultura Europea
joseflores211 de Octubre de 2013
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Desde el principio hay que distinguir “Europa” de Europa. La primera está en Bruselas, la segunda es casi un continente. Esta última está formada por quince naciones y en ella se hablan once lenguas (por ahora). “Europa” la forman unos miles de funcionarios y de delegados de los quince países que para comunicarse tienen que recurrir a una buena cantidad de interpretes. Por el momento ni el esperanto, ni el volapuk han logrado implantarse, aunque lleva camino de imponerse el inglés, un inglés simplificado, algo parecido al “Newspeak”, la “novolengua” de 1984, de Orwell. De este modo la comunicación se facilitará entre las antiguas naciones y su extrema precisión impedirá cualquier desviación cultural. Pero esto es aún algo utópico, es decir que está fuera de lugar, todavía. Pero realizable, contra lo que pensaba Tomás Moro. La realidad es: once lenguas, cuatro religiones principales, media docena de grandes culturas con raíces y vicisitudes históricas diferentes. Esta diversidad crea un problema a los “europeos” de Bruselas al hablar de la cultura de “Europa”. Dado el éxito de la experiencia de los “bruselinos” (los de Bruselas) en materia económica, se puede temer que calquen el método de “convergencia económica”, en el asunto cultural. Y parece que ese es el camino. Se habla de facilitar traducciones, de iniciar un programa de educación común y cosas parecidas. Se puede imaginar sin mucha dificultad una formación cultural convergente elaborada por seres que iniciaron y dejaron llegar casi a su realización aquello de suprimir la “ñ” en los ordenadores españoles.
Una cultura de “Europa”, fruto de la convergencia sería un método para liquidar las culturas de Europa, que forman en realidad la cultura europea. Su diversidad, sus raíces múltiples y su común “talante”, se evaporarían en la “síntesis convergente”, é waar, mio cher und estimado friend. (Hay que hacer “europa”, aunque sólo sea con siete lenguas).
La cultura de Europa se ha criado en la diversidad misma, de lenguas, de historia, de poderes. Son exponentes: Goethe, Diderot, Miguel Ángel, Kant, Velázquez, Newton, Cervantes, Galileo, Dante, Mozart, Ghirlandaio…Miles de seres con lenguas distintas, que nacieron en un mundo que procedía de la descomposición del imperio romano. Su diversidad y su unidad no era el fruto de una programación burocrática. Hoy un grupo de funcionarios llenos de buena voluntad buscan una unidad igualadora de las diferencias; diferencias que son en realidad las raíces de la cultura europea. Estos “neoigualadores” no pueden comprender la riqueza de la diversidad.
Se puede tener una moneda única y hablar en varias lenguas, los números son “árabes”, se puede tener un parlamento común y músicas diferentes. Lo que no se puede tener es una “cultura” sintética y seguir pensando en europeo. El mito de la unidad es el sueño de los que tienen como héroe a Polifemo, el del ojo único, en su caso basta con un grano de polvo para que quede ciego. La salvación está en la variedad.
En el fondo, los “eurofuncionarios” tratan de integrar a los europeos, como se intenta integrar a los emigrantes. Estos son seres humanos que vienen de otras culturas y se trata de que se acomoden, lo mejor posible, a la de aquí. En el caso de los europeos de Europa no son emigrantes que llegan a un mundo que tiene otra cultura y a la que hay que adaptarse. Están en su cultura. O acaso el mundo europeo futuro sea como el mundo de los organismos “europeos” y los europeístas de Bruselas quieran crear una “cultura europea” que nos permita a los europeos de Europa integrarnos en su mundo.
Sería del mejor gusto que los “bruselitas” dejasen de ocuparse de la cultura, aunque se pierdan puestos de trabajo, y se centrasen en otros asuntos menos delicados. Hay que
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