Cultura Europea

CULTURA RELIGIOSA EUROPEA

La conferencia de clausura comenzó con una alusión al mito griego del “rapto de Europa”. Para entender Europa hay que mirar, ciertamente, a Grecia, ya que ahí se encuentran algunas de sus raíces culturales. Ahora bien, la mirada de Monclús hacia Grecia fue especialmente crítica. Tres son las características de la tradición helena en las que puso el acento: el belicismo, presente en Homero -bendecido por Zeus-, que considera la guerra como la madre de la cultura y de la identidad de los pueblos; el poder, característica del padre de los dioses, un poder relacionado con lo sagrado y legitimado religiosamente; y la polis, que supone segregación y está muy lejos de ser ejemplo de democracia.

El director de la sede de La Línea ofreció un análisis igualmente crítico y original sobre las raíces religiosas de Europa. “¿Puede hablarse de raíces cristianas de Europa? Y, en caso afirmativo, ¿qué tipo de raíces son esas?”, se preguntó. Su respuesta fue tajante: no fue el cristianismo originario, sino el de Pablo de Tarso, de Tertuliano, Orígenes y de San Agustín quienes se apoderaron del mensaje cristiano y lo adaptan a la filosofía griega y al derecho romano. “Pero ese no es ya el cristianismo de Jesús de Nazaret, sino el cristianismo institucionalizado y convertido en oficial, cuya cabeza visible y figura más representativa en la Edad Media es San Benito, patrono de Europa. El principio antropológico de dicho cristianismo y la vía de acceso al conocimiento de la realidad es la razón, desprovista de la dimensión emocional, presente en el cristianismo de los orígenes”, relató Monclús. Otra de las raíces de Europa es el juridicismo, que tampoco procede del cristianismo, sino de Roma. Grecia y Roma se imponen, así, en la naturaleza y la concepción del cristianismo.

Pablo de Tarso fue el primer eslabón de la cristianización y Grecia y de la traducción helenista del cristianismo. Recordó el famoso sermón pronunciado en el Areópago de Atenas, donde describió a los atenienses como un pueblo extremadamente religioso y recordó haber encontrado en sus monumentos sagrados un altar con la inscripción “Al Dios desconocido”. Pablo identificó, con actitud apologética, a este Dios con el Dios cristiano que él anuncia.

Otro eslabón no menos importante fue San Agustín, calificado por el profesor Monclús de ultramontano, cuya filosofía política, caracterizada por la sumisión del poder político al poder religioso, y su filosofía moral, primero maniquea y después peculiarmente neoplatónica, fueron ajenas al cristianismo.

El cristianismo de Jesús de Nazaret se caracteriza por la paz, frente al belicismo, el servicio, frente al poder, la integración, frente a la segregación, y la sinceridad, frente a la ética externa. El cristianismo oficial se desvía y aleja de dichos ideales, como se pone de manifiesto en el frecuente recurso a la violencia contra los herejes (donatistas, cátaros, albigenses, etc.), las alianzas con el poder, la inquisición, la persecución de los judíos y, en fin, las guerras de religión primero contra el islam, durante la Edad Media, y, después, entre católicos y protestantes.

“¿Rechaza la Modernidad el cristianismo? ¿Los derechos humanos reconocidos por la Modernidad son contrarios al cristianismo?”, se cuestionó el conferenciante. Su contestación a ambas preguntas fue negativa. La Modernidad no rechaza el cristianismo originario. A lo que se opone es al cristianismo oficial, que constituye una perversión del cristianismo de Jesús Nazaret. Por lo demás, muchos derechos humanos se encuentran en los evangelios. Por ejemplo, el respeto a la conciencia, clave en Jesús de Nazaret.

En el cierre de su charla, Monclús reconoció la importancia de otras tradiciones religiosas y culturales en la constitución de Europa, como el judaísmo y el islam, destacando de éste la influencia del sufismo en la mística de San Juan de la Cruz y las aportaciones de los filósofos árabo-musulmanes a la filosofía cristiana y su influencia, por ejemplo, en el pensamiento de Santo Tomás.

Introducción leerla y sacar

Europa se ha caracterizado a lo largo de los siglos por ser un mosaico de culturas, un Terreno donde hay un fuerte entramado de etnias, religiones y lenguas distintas producto de invasiones, colonizaciones…La diversidad en todas estas áreas es una de las características más visibles de Europa. Sin embargo, esta gran riqueza de los pueblos europeos ha sido en multitud de ocasiones fuente de conflictos y enfrentamientos; pocas zonas del planeta han estado tan asoladas por los fanatismos identitarios como Europa.

Nos podríamos remitir a la historia más reciente para contrastar esta afirmación. Las guerras balcánicas de la década de 1990 fueron la última expresión de esta realidad, unas guerras alimentadas por los odios que existen entre tres comunidades humanas a las que separan diferencias lingüísticas, étnicas y religiosas, y que tuvo uno de los capítulos más negros de la historia europea reciente en el genocidio cometido por las fuerzas serbias contra los bosnios musulmanes,

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