DentIdad ChIlena y el BICentenarIo
AlexliloTesis5 de Junio de 2014
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dentIdad ChIlena y el BICentenarIo
Jorge larraín
este artículo explora la evolución de la identidad chilena du- rante los doscientos años de su existencia. Reconoce la exis- tencia de algunos contenidos de larga duración y los analiza, pero al mismo tiempo sostiene la historicidad de los relatos, sentimientos y dimensiones que la conforman. Distingue cuatro hitos de su desarrollo en el tiempo: la independencia a principios del siglo XIX, el fin del estado oligárquico alrede- dor del primer centenario, el golpe militar de 1973 y la vuelta a la democracia en 1990. en cada una de estas fases se busca establecer lo que cambia y sus contenidos más distintivos. Se termina con un esfuerzo por discernir las características principales del relato identitario predominante hoy día y sus diferencias con la perspectiva del centenario. Palabras clave: identidades nacionales; cultura; identidad chile- na; bicentenario. Recibido y aceptado: noviembre 2010.
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Introducción chile ha estado celebrando durante 2010 el bicentenario de la nación y con esta ocasión ha empezado a reflexionar sobre la identidad nacional y su estado actual. Al llegar a los dos siglos de vida indepen- diente es obvio que tiene mucho interés evaluar el camino recorrido, de dónde se viene y cómo se ha cambiado, cuáles son los rasgos más esta- bles y si se ha mantenido un rumbo discernible, qué ha dado resultado y qué ha fracasado. Las identidades nacionales, y por lo tanto la identidad chilena, no son inmutables, se construyen en el tiempo y van cambian- do. Dar cuenta de esos cambios, reflexionar sobre lo que se ha hecho y sobre el curso actual que se sigue, sobre las aspiraciones y proyectos, es sin duda de primera importancia para un aniversario, más aún cuando los embates de la globalización hacen pensar a muchos que la identidad chilena está amenazada o desdibujándose bajo el impacto de otros valo- res y otras culturas. Las identidades nacionales no son fenómenos simples y tienen varias dimensiones íntimamente unidas. por un lado expresan un senti- miento de unidad, lealtad recíproca y fraternidad entre los miembros de la nación1. Por otro, se manifiestan en una pluralidad de discursos que construyen una narrativa acerca de la nación, su origen y su destino. en cada época, alguno de esos relatos predomina en el favor popular. estos relatos se refieren no sólo a lo que somos o hemos sido, sino también a lo que queremos ser; no se constituyen solo en el pasado remoto, son también un proyecto de futuro. como propone Habermas, “la identidad no es algo dado previamente, sino también, y de manera simultánea, nuestro propio proyecto”2. Solo que al hablar de “nuestro propio pro- yecto”, de ninguna manera ello puede concebirse como un único pro- yecto compartido por todos, sino que como una variedad de relatos o propuestas alternativas de futuro que buscan ganar el apoyo de la gente. Ningún proyecto de futuro articulado por un discurso específico podría pretender tener un monopolio de la construcción de la identidad sin an- tes tratar de convencer a la gente común, sin buscar entroncarse con las formas populares, las tradiciones y los significados sedimentados en la vida cotidiana de la gente por prácticas de mucho tiempo.
1 esta dimensión ha sido destacada por benedict Anderson al concebir a la nación como una “comunidad imaginada” cuyos miembros sienten un grado de lealtad recíproca aunque no se conozcan. Véase Imagined Communities, 1983. 2 J. Habermas, “the Limits of neo-Historicism”, 1992, p. 243.
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esto es muy importante, primero porque descarta la idea mítica y un tanto ingenua de que en asuntos de identidad nacional hay una sola versión que nos une a todos. Segundo, porque en la construcción del futuro, no todas las tradiciones históricas y contenidos identitarios tienen el mismo valor. Habermas insiste en la profunda ambivalencia de las tradiciones nacionales: no todo lo que constituye una tradición nacional es necesariamente bueno y aceptable para el futuro. Quizás sea cierto que una nación no puede escoger libremente sus tradiciones, pero al menos políticamente puede decidir si continuar o no con algunas de ellas. el bicentenario es una buena ocasión, no solo para celebrar nues- tra identidad, sino también para reflexionar críticamente sobre algunos aspectos de lo que hemos sido y el impacto que eso ha tenido, por ejem- plo en las relaciones con nuestros vecinos. en este marco se inscribe la pregunta que surge con fuerza a propósito del bicentenario: ¿qué es lo que queremos ser? y dentro de esa pregunta general se inscriben otras tales como, ¿es o debiera ser el desarrollo económico nuestra principal meta? y suponiendo que lo fuera, en la búsqueda del desarrollo ¿le da- remos prioridad a la igualdad o a la libertad?; ¿favoreceremos una fuer- te intervención estatal o la total libertad de mercados?; ¿nos orientare- mos a estados Unidos, a europa o hacia América Latina?; ¿buscaremos la integración regional o preferiremos mantener una cierta distancia con América Latina?, etc. Hay opciones que tomar y es bueno saber que no estamos predeterminados a seguir solo un curso de acción. Otra dimensión importante de las identidades nacionales tiene que ver con su relación con la cultura nacional. parece importante hacer una distinción entre cultura e identidad. La cultura es algo más general porque incluye todas las formas simbólicas y la estructura de significa- dos incorporados en ellas. todos los actos lingüísticos, acciones huma- nas y cosas materiales que se intercambian caben en ella3. La identidad es, en cambio, algo más particular, porque implica por un lado un relato que utiliza sólo algunos de esos significados presentes en las formas simbólicas mediante un proceso de selección y exclusión, y por otro, solo algunos sentimientos, especialmente de lealtad y fraternidad. La cultura nunca tiene la unidad, la cohesión y la estabilidad que tiene una identidad y sus componentes simbólicos son normalmente de orígenes
3 esta noción simbólica de cultura se origina en clifford geertz, The Interpreta- tion of Cultures, 1973, p. 5 y ha sido retrabajada por J. thompson, Ideology and Modern Culture, 1990, p. 132.
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muy variados. Incluye una gran variedad de sentimientos humanos y sus significados simbólicos, pero no acentúa necesariamente los senti- mientos de fraternidad y lealtad. Las culturas son sistemas relativamente abiertos compuestos por una gran cantidad de significados y formas simbólicas de fuentes diversas y permeables a nuevas formas simbólicas y significados que provienen de otras culturas, especialmente en la época de la globaliza- ción, donde los contactos se han intensificado fuertemente. La identidad moviliza y selecciona algunas formas simbólicas y sentimientos pre- viamente cargados de sentido por la cultura para construir un discurso particular sobre el “sí mismo”. La discursividad identitaria tiene mucha mayor estabilidad en el tiempo que un simple acto de habla, porque no es cualquier discurso; es un destilado narrativo de modos establecidos y sedimentados de vida que también implican emociones y sentimientos de adhesión. De allí que la cultura cambia más rápido que la identidad. como lo ha sostenido Alejandro grimson, “las fronteras de la cultura parecen más permeables que las fronteras de la identidad”4. Así por ejemplo, formas musicales, arquitectónicas, televisivas, literarias y gastronómicas de las más variadas culturas entran hoy con relativa facilidad en otras. Lo que no significa necesariamente que afec- ten la identidad colectiva de esas sociedades, aunque es posible que a la larga en algún aspecto puedan hacerlo. por ejemplo, el tango es en muchos sentidos una forma musical aceptada y valorada en toda Amé- rica Latina. es parte de nuestra cultura. pero no forma parte del relato identitario chileno o peruano. el charango, en cambio, aunque puede haber sido originalmente un instrumento boliviano, chile lo ha incorpo- rado a su relato identitario hasta el punto que un presidente de chile lo regala como signo de chilenidad al cantante bono (lo que promueve un reclamo boliviano). Distinto es el caso de la celebración de Halloween que cada vez más penetra en chile como un rasgo cultural adoptado por vastos segmentos de la población. pero nadie diría que amenaza nuestra identidad o que está a punto de constituirse en un rasgo de nuestro re- lato identitario. el temor y la oposición a la globalización cultural están frecuentemente alentados por la confusión entre cultura e identidad. Las identidades nacionales cambian históricamente y no tienen una versión única definitiva capaz de establecer exhaustivamente y
4 Alejandro grimson, “Las Fronteras de la globalización”, 2002.
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para siempre lo que les es propio. Aparecen nuevos relatos identitarios predominantes, se modifican los sentimientos de fraternidad, cambian los contenidos, se conciben nuevos proyectos de futuro. no existen los rasgos identitarios esenciales que no cambian y subsisten eternamente a través de la historia, inalterados. esto en dos sentidos. por un lado las identidades nacionales no contienen rasgos de carácter psicológico con asiento definitivo en una “personalidad” o “tipo de carácter” ya formado e incambiable. Una nación no tiene rasgos psicológicos estables como si fuera una persona. Las identidades nacionales tienen contenidos que no constituyen una estructura psíquica colectiva que sería compartida por todos los miembros de la nación. en segundo lugar, tampoco puede decirse que rasgos religiosos o morales pueden constituir
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