Discurso.
1606093Ensayo25 de Noviembre de 2013
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Sr. Presidente del Senado, Sr. Presidente de la Cámara, Señoras y Señores Parlamentarios, estimadas chilenas y chilenos, muy buenos días.
Queridos compatriotas. Hoy es 21 de mayo, fecha en que los chilenos nos unimos para homenajear a los héroes de la Esmeralda que, al sacrificar sus vidas por la Patria, transformaron lo que en apariencia fue una derrota naval en una victoria sublime del espíritu de nuestro pueblo.
Ya lo anunciaba Arturo Prat en las horas previas al combate, afirmando que, enfrentado al enemigo o al peligro, no vacilaría un segundo en abordarlos. Y así lo quiso también la Providencia, al disponer que las iniciales de los cinco navíos que surcaron la bahía de Iquique aquella mañana -la Covadonga, el Huáscar, la Independencia, el Lamar y la heroica Esmeralda- formaran precisamente la palabra “Chile”.
¡Cuántas veces, desde entonces, millones de compatriotas, de todas las edades, hemos cerrado nuestros ojos para revivir aquella gesta! Y es que el Combate Naval de Iquique toca una fibra muy sensible e íntima, no sólo del alma de nuestra Patria, sino también de todos quienes hemos tenido el privilegio de formar parte de ella. Porque si observamos la escena con detención, comprobaremos que el espíritu que impulsó a nuestros héroes no nació ni se extinguió aquella mañana de mayo.
Quizás porque durante tres siglos fuimos la colonia española más pobre de América; o porque a lo largo de nuestra historia hemos recibido los golpes demoledores de una naturaleza tan hermosa como arrebatada; o tal vez porque estamos ubicados al final del mundo, en la Finis Terrae; lo cierto es que a lo largo de nuestra historia los chilenos hemos debido enfrentar y superar infinidad de desafíos y adversidades, que han templado a fuego el espíritu y carácter de nuestro pueblo.
Este espíritu nos lleva a preferir conmemorar aparentes derrotas militares como la de Rancagua, la Concepción o el propio Combate Naval de Iquique, antes que celebrar nuestras victorias, como la de Maipú o Chacabuco. Porque sabemos que éstas no hubieran sido posibles sin aquellas.
Y este espíritu también hace que rara vez fijemos nuestra atención en lo que tenemos y casi siempre en lo que nos falta. Porque tan pronto alcanzamos una cumbre, los chilenos ya estamos pensando en la siguiente.
Hoy, en que por mandato constitucional me corresponde dar cuenta al país del estado de la Nación, quiero invitar a todos mis compatriotas a que nos tomemos una pausa y hagamos una reflexión, breve pero integral, y volquemos por un instante nuestras miradas, mentes y corazones hacia este gran país que juntos estamos construyendo.
Sin duda gobernar no ha sido una tarea fácil. Hemos cometido errores pero también hemos entregado nuestro mejor esfuerzo por cumplir nuestros compromisos con todos los chilenos. Y hoy podemos comenzar esta cuenta diciendo: Chile está creciendo con fuerza. Estamos muy cerca de alcanzar el pleno empleo. La pobreza y las desigualdades han vuelto a disminuir y los salarios están aumentando con vigor. Todas las mediciones coinciden en que la calidad de la educación está mejorando y que la delincuencia ya está retrocediendo. Hoy estimulamos más la innovación y el emprendimiento y protegemos mejor a nuestros consumidores, trabajadores y al medio ambiente que en el pasado. Y en sólo tres años hemos reconstruido gran parte de lo que el terremoto y maremoto destruyeron.
Queridos compatriotas, nada de esto es casualidad. Porque hemos sembrado con esfuerzo hoy podemos cosechar con responsabilidad. Tal como lo han reconocido los más prestigiosos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, la OCDE y el Banco Mundial, Chile es hoy un mejor país para nacer, para estudiar, para trabajar, para emprender, para formar una familia, para envejecer, en fin, para vivir, que el que era hace sólo tres años.
¿Significa esto que estamos conformes? Por supuesto que no. Todavía hay compatriotas que no perciben el impacto profundo de lo que estamos haciendo y siguen esperando que este nuevo ritmo y rumbo, cambie sus vidas y las de sus familias para mejor. A ellos les digo hoy que no los vamos a defraudar. Ningún obstáculo, dificultad, ni grupo de presión, por fuerte o poderoso que sea, nos va a impedir seguir entregando lo mejor de nosotros mismos para cumplir nuestros compromisos. Ese fue mi principal mensaje como candidato y éste ha sido, es y seguirá siendo, hasta el último día de mi mandato, mi mayor motivación como Presidente.
Chilenas y chilenos. Hace tres años, aún conmovidos por la tragedia del 27 de febrero, desde este mismo Congreso convoqué a todos ustedes a abrazar una causa grande, noble y audaz, pero plenamente factible de alcanzar para nuestra generación, la generación del Bicentenario. Ese día, los invité a hacer de Chile, antes que termine esta década, un país desarrollado y sin pobreza. Un país capaz de darles a todos sus hijos las oportunidades de desarrollo material y espiritual -que sus padres y abuelos siempre soñaron, pero que nunca alcanzaron- para que puedan llegar tan lejos como sus sueños, talentos y esfuerzos. Un Chile capaz de garantizar a todos, pero especialmente a los más vulnerables, a los enfermos, a los ancianos, a los que sufren una discapacidad, las seguridades de una vida digna, por el solo hecho de nacer en esta tierra bendita por Dios. Un país, en fin, fundado sobre sólidos valores, como la protección de la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, el fortalecimiento de la familia, la promoción de la libertad, la justicia, la paz, el respeto, la igualdad de oportunidades, la tolerancia y el cuidado del medio ambiente, porque son estos valores los que habrán de guiarnos cuando la oscuridad de la noche, del pesimismo o de la división pretendan inundarnos el alma.
Pero si bien este espíritu puede hacer que muchas cosas sean posibles, no necesariamente hace que sean más fáciles. Por eso, para avanzar hacia esta sociedad de oportunidades, seguridades y valores, pusimos en marcha un ambicioso programa de gobierno, con metas y plazos concretos en cada área. Y le pedimos a los chilenos que no nos juzgaran por nuestras buenas intenciones, sino por nuestros resultados y logros.
Pues bien, es tiempo de balance: hoy corresponde que sean los hechos los que hablen con toda su fuerza y elocuencia.
¿Podemos alcanzar el Desarrollo?
Muchos compatriotas dudan que un país como Chile pueda alcanzar el desarrollo. Porque lo cierto es que en nuestros primeros 203 años de vida independiente, a pesar de haberlo buscado, no hemos sido capaces de lograrlo. Esto llevó a algunos intelectuales del siglo pasado, como Enrique Mac Iver, en su famoso discurso en el Ateneo sobre la crisis moral de Chile, donde se preguntaba ¿qué ataja el poderoso vuelo que había tomado la República? O Francisco Antonio Encina y Aníbal Pinto, en sus famosos libros “Nuestra Inferioridad Económica” y “Chile: Un Caso de Desarrollo Frustrado”, a intentar explicar nuestro subdesarrollo apuntando a factores estructurales de la sociedad chilena, muy difíciles de modificar, como nuestra raza, cultura y religión, nuestra estructura social o nuestra ubicación geográfica.
Afortunadamente, hoy sabemos que estaban equivocados. No estamos condenados al subdesarrollo ni por designio divino, ni por las fuerzas de la naturaleza, ni por circunstancias históricas. El desarrollo se puede alcanzar en el frío polar de los países nórdicos o en el calor tropical de los tigres asiáticos. El desarrollo es consecuencia de la adopción de instituciones sólidas, políticas públicas adecuadas y de nuestra unidad, voluntad, compromiso y esfuerzo por sacar nuestro país adelante. Ser desarrollados requiere tiempo y esfuerzo. Pero podemos lograrlo. La mejor prueba de ello es que Chile, la colonia más pobre de España, y que en 1980 tenía sólo el séptimo mayor ingreso per cápita de América Latina, hoy, con casi US$20 mil, es el país líder de la región y estamos avanzando hacia el desarrollo.
Y si podemos hacerlo, ya no sólo es un imperativo político o económico sino, sobretodo, moral. En definitiva, nada debería atajar nuestro poderoso vuelo hacia el desarrollo.
Gobernando en Tiempos Difíciles
Sin duda nos ha tocado gobernar en tiempos muy difíciles. Cuando asumimos la economía estaba perdiendo su capacidad de crecer, crear empleos e incrementar los salarios. La pobreza y las desigualdades estaban aumentando. La calidad de la educación permanecía estancada. La inversión y la productividad estaban cayendo y nos estábamos alejando de los necesarios equilibrios macroeconómicos.
Además, estamos inmersos en un mundo en crisis, que comenzó a fines de 2008 y aún no termina. Esta crisis tiene a Europa sumida en una profunda recesión y altas tasas de desempleo, a Estados Unidos con una recuperación débil y errática, a los gigantes asiáticos perdiendo fuerza y a países como Argentina y Brasil con una severa desaceleración.
Adicionalmente, la tragedia del 27/F no sólo significó pérdidas de muchas vidas, sino que también una devastadora destrucción de nuestra infraestructura y patrimonio.
Como Presidente de la República, me siento muy orgulloso de haber liderado un Gobierno y haber visto a un país entero mostrar tanta fortaleza ante la adversidad, compasión ante el sufrimiento y voluntad ante el desafío, como lo demostró durante y después de esa tragedia.
Y la mejor prueba de ello es que, al día de hoy, en promedio más del 90% de las escuelas, hospitales, viviendas, puertos,
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