Educación
colecita23 de Mayo de 2015
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Identidad, coexistencia y familia
Identity, Coexistence and the Family
La búsqueda afanosa de la identidad cultural y personal se acentúa
en un mundo globalizado. La tendencia a buscar formas generales
en la organización de la convivencia parece amenazar las
identidades singulares, propiciando el recelo hacia toda apertura
a la universalidad. La coexistencia, como radical antropológico,
se pierde de vista en la relación interpersonal. La familia parece
ser el mejor ámbito educativo para aprender experiencialmente
que el desarrollo de la propia identidad no es opuesto sino complementario
a la apertura universal que reclama la globalización.
Palabras clave: identidad, coexistencia, familia, globalización,
universalidad.
The laborious search for cultural and personal identity is accentuated
in a globalised world. The tendency to look for general
forms in the organisation of life together seems to be menacing
singular identities, producing distrust towards all kinds of opening
out to universalities. Coexistence, understood as radical
anthropology, is lost in interpersonal relationships. The family
seems to be the best educational ambit to learn, through experience,
that the development of one’s own identity is not opposed
to the universal opening which is required by globalisation,
but is rather complementary to it.
Keywords: identity, coexistence, family, globalisation, universality.
¿POR QUÉ LA CUESTIÓN DE la identidad –individual, nacional, cultural, religiosa–
ha emergido con tanta pujanza en la actualidad? ¿Por qué se ha
difundido por tantos ámbitos de la vida social, hasta el punto de ser referente
común de tantos estudios y ensayos prospectivos? Y, sobre todo, ¿por
© 2004 by Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, ISSN: 1578-7001 Estudios sobre Educación, 2004, 6, 105-118
pias, resguardadas hasta ahora por dichos límites geográficos y políticos. Pero
no sólo estos elementos parecen estar en peligro; es el mismo modo de
ser propio, o sea la propia identidad –nacional, cultural, social, religiosa, e
incluso personal– la que semeja encontrarse en trance de perdición.
Y sin embargo, desde una actitud más ponderada y serena, la globalización
se percibe como una vía eficiente para concretar y enraizar una íntima
aspiración humana raramente satisfecha: el afán de universalidad, agudamente
expresado hace siglos en el aforismo de Terencio: “soy humano y
[por ello] nada me es ajeno (humanum sum; nihil a me alienum puto). El descubrimiento
de la apertura a la universalidad, aunque tosca y confusamente,
comienza a realizarse en la cuenca mediterránea hace muchos siglos. Ahí
comienza la apertura radical a la realidad que emplaza a la inteligencia y a
la voluntad a expandir la propia identidad, a enriquecerla en la relación con
los otros para realizar el pleno crecimiento humano en la coexistencia personal.
Sin embargo, no es una tarea fácil, sino ardua y costosa en el tiempo;
los más de veinticinco siglos transcurridos desde entonces apenas nos han
dispuesto mínimamente para hacernos cargo de la actual globalización. Todavía
hoy perdura el etnocentrismo que, como forma sociocultural de la
afirmación de la propia identidad, entorpece la apertura a la universalidad;
aún hoy, el mayor obstáculo para la universalidad sigue siendo la consideración
de los distintos como bárbaros (extraños, ajenos) respecto de la autoafirmación
identitaria.
1. El concepto de identidad
Para aclarar esta cuestión es preciso que nos centremos inicialmente en los
diversos modos de entender la identidad. Aparte del sentido lógico de la
identidad, hay otros dos sentidos básicos que son directamente pertinentes
ahora (Esquer, 2000, pp. 167-168):
a) La identidad como valor general. Éste es el concepto moderno de identidad,
que tiene su origen en Hegel. Se realiza como identificación, como adscripción
subjetiva a unos valores o referentes objetivos que me caracterizan.
Éstos empiezan siendo meros descriptores, pero con nuestra afiliación al
grupo que definen, nos acaban configurando también vinculados a dicho
grupo, pero separadamente de los individuos ajenos a él. El sujeto se identifica
objetivamente con el grupo y el individuo se identifica con él según el
grado en que afirme y realice las características objetivas definitorias del grupo.
En todo caso, la persona se diluye y evapora en elementos abstractos,
postulados –eso sí– como valores excelsos para toda la humanidad, y no sólo
para el grupo identificante (“si fueran como nosotros, no habría problema”).
b) La identidad como referencia al origen. Esta identidad se entiende como
actualización de la referencia a mi origen, a la fuente de mi ser. Yo no me
defino por mi afiliación a un grupo, sino por mi filiación, por mi pertenencia
originaria que se expresa –significativa, aunque sólo parcialmente–en
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,
to. “Lo universal”, como indica el propio término en su etimología, es la
unidad que se realiza en la diversidad de la realidad (unum in diversis). Para
la generalidad, la diversidad es un estorbo, pues siempre presenta rasgos singulares
que obstruyen la consideración genérica y se separan de ella. La universalidad,
en cambio, es un concepto vacío si se abstrae de la diversidad, a
la cual acoge y afirma como senda de búsqueda de la unidad. Desde la aspiración
a la universalidad –si ésta es realmente tal– se afirma lo singular y
lo particular, pues en su diversidad se manifiestan pistas valiosas para el encuentro
en lo profundamente común, en la unidad integradora que, para el
género humano, es la humanidad en su radicalidad, esto es, en el ser personal.
De este modo, identidad y universalidad se establecen como polos complementarios
de la relación humana.
2. Afirmación de la identidad y apertura a la universalidad
La primera luz en el estudio de la identidad puede provenir de aquí. El sentido
moderno de la identidad, la identidad como valor general, como identificación,
realmente se opone de forma excluyente a la globalización. Si
“identidad” es identificarse con un grupo, con unos valores, con una individualidad,
entonces el proceso generalizador de la globalización se entiende
como una amenaza. Entonces identidad y universalidad se oponen excluyentemente;
en cambio, si se entiende la identidad en su sentido de referencia
al origen del ser, la afirmación de la propia identidad se opone ciertamente
a la aspiración de universalidad, pero necesitándose mutuamente
ambas, pues media entre ellas una relación de complementariedad. La identidad
no es entonces nada que se construya desde la mismidad o la afiliación;
es algo que se descubre en el encuentro con otras identidades que propicia
el afán de universalidad.
De la consideración de la identidad originaria se extraen varias conclusiones,
entre las que podemos destacar:
Si la identidad se refiere al origen, es por tanto una identidad recibida.
No es, por tanto, construida enteramente por el sujeto, sino que en
buena parte le viene dada. Entonces ya no puede establecerse la
identidad sólo y principalmente desde la autonomía del individuo.
Este carácter de identidad recibida no debe entenderse como un factum
estático, como un destino irrevocable, sino más bien como punto de
partida. No se trata de anclarse en el origen, de cerrarse en la propia
identidad, sino de atender al origen para, a partir de él, laborar la propia
vida abriéndose al futuro.
Si la identidad es originaria, hay una identidad personal por nacer
como ser único. Parte de esa identidad la constituye la identidad
familiar, cultural o nacional, que corresponde al hecho de haber nacido
y crecido entre unas determinadas personas y en interacción con ellas.
Pero también nos identificamos con todos los seres humanos, personas
nacidas libres como nosotros. Aquí se muestra a la persona en su
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,
Esto es una proyección acogedora de la intimidad personal, que no se retrae
para salvaguardarse, sino que se abre a la acogida mediante la afirmación
de la existencia ajena, núcleo de la aceptación personal. La plena coexistencia
personal no culmina en la tolerancia, ya que “el coexistir humano
no prescinde del existir con el que co-existe [...]. Co-existir es el ser ampliado
por dentro: la intimidad” (Polo, 1999, p. 92). Según esto, la persona es
intimidad abierta. De aquí que la coexistencia en su sentido más profundo
apunta al hecho de que, para la persona, ser plenamente es ser-con. La relación
con otras personas no es entonces un añadido,
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