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El Espejo (cuento Japones )


Enviado por   •  27 de Enero de 2014  •  516 Palabras (3 Páginas)  •  309 Visitas

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El espejo

Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña. No eran ricos y vivían del cultivo de un terreno. La esposa era una mujer hermosa, sencilla e ingenua.

Un año, en que la cosecha no fue buena el marido, tuvo que partir en busca de trabajo fuera de su aldea. Su ausencia fue por mucho tiempo y, cuando regresó, lo hizo con dos regalos. A la niña le llevó una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado. La mujer miró el espejo con gran maravilla puesto que no había visto nunca un objeto similar. Quedó fascinada y sorprendida cuando, al mirarlo y reflejada en él, contempló a una joven y alegre muchacha a la que no conocía.

-Míralo y dime qué ves dentro.- le preguntó el marido

-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme ¿Quién es esta mujer?..

El marido rió mientras le decía:

-¿No te das cuenta de que este es tu rostro? . Se llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.

La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo, guardándolo con sumo cuidado en una cajita metálica. Como lo consideraba un objeto misterioso, solo de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse. No conocía su magia pero entendió que, en él, aparecía su propia imagen. Era un regalo de amor, y los regalos de amor son sagrados. Durante muchos años, lo tuvo siempre escondido.

La mujer enfermó un invierno. Su salud, que había sido siempre delicada y frágil, se resintió con el frío extremo de ese año. Cuando sintió próximo su fin, tomó la caja del espejo y, sonriendo, se la dio a su bella hija que, por aquel entonces, se había convertido en una joven de parecido extraordinario al de la madre , diciéndole:

-Pronto dejaré de estar aquí, pero no te entristezcas. Debes prometerme que mirarás este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que, aunque lejos, siempre estaré velando por ti.

Al morir la madre, la muchacha cumplió a diario lo prometido. Miraba el espejo y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la enfermedad. Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y, aunque su madre no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.

Ingenua como su madre, jamás dudó que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de ella. Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada.

Un día el padre le sorprendió, en la ventana, mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.

-¿Qué haces, querida hija?, le preguntó.

-Miro

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