En Busca De La Fraternidad Perdida
cocoke21 de Agosto de 2011
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RESUMEN:
“En busca de la fraternidad perdida”
Micro-relatos de una juventud
abandonada que busca
si identidad
de Jorge Atilano González Candia sj
La sociedad del tercer milenio vive la tensión entre la desesperanza de que “ya nada se puede hacer” y los gritos que “Otro mundo es posible”. A la razón humana le es difícil comprender que la realidad de muerte sea capaz de generar esperanza y coraje para luchar por la construcción de una sociedad más fraterna. Normalmente pensamos en la muerte como una realidad de dolor, de sufrimiento, de soledad, pero no imaginamos que sea una experiencia que da la posibilidad de encontrar un nuevo sentido a la vida. La esperanza es la fuerza de quienes buscamos la luz en la oscuridad.
La vida me ha enseñado que la esperanza de avanzar en la fraternidad y la justicia no surge de un esfuerzo personal, sino de aumentar nuestra esperanza; de ahí que, simplemente, trato de devolver esa esperanza encontrada en hombres y mujeres que el Dios de la vida ha puesto en mi camino.
Fueron dos los acontecimientos principales que provocaron mi partida. Primero, el número de jesuitas que terminaban la carrera de filosofía y que salíamos al servicio en el año de 1999 y segundo, la intención del equipo de gobierno de la Provincia de enviar jóvenes al extranjero, lo que coincidió con el huracán Mitch que se suscitó en 1998.
La tormenta tropical del huracán dejó en esta ciudad 370 casas totalmente destruidas y unas 300 quedaron en zonas de alto riesgo y dañadas parcialmente. Inmediatamente después de la tragedia se instalaron 52 albergues provisionales.
Ante esta desgracia natural y la desorganización gubernamental para atender a los damnificados, el alcalde municipal le pidió a la Iglesia Católica de El Progreso, es decir, a los jesuitas, que se hiciera cargo del reparto de toda la ayuda que llegara para los damnificados de este municipio.
A partir de este momento se formó el Comité de Reconstrucción coordinado por la Iglesia Católica (CRIC).
El primer año de servicio en Honduras estuvo centrado en la atención a los damnificados de la ciudad de El Progreso, con el proyecto Paujiles de 500 viviendas, y el apoyo a los damnificados de Arena Blanca, donde se construyeron 55 viviendas.
El segundo año se caracterizó por la ampliación y consolidación del Programa de Rehabilitación de la Vivienda Urbana para atender a familias que fueron parcialmente afectadas por el huracán Mitch, rehabilitando en total unas 300 viviendas.
Las maras y sus víctimas son temas de conversación día con día entre los vecinos; los medios de comunicación constantemente dan a conocer la violencia y los desastres que ocasionan estos jóvenes.
Las maras o pandillas son agrupaciones juveniles armadas identificadas con un número, un territorio y una estructura organizativa bien definida, tienen una disciplina impuesta por medio de reglas transmitidas de unos grupos a otros, su objetivo es controlar territorios para circular libremente; son un fenómeno social que expresa el deterioro de las condiciones de vida de la sociedad hondureña.
En esta problemática se entrecruzan varias realidades sociales: la desintegración familiar, el abandono de hogares, la migración a los Estados Unidos, el desempleo y los bajos salarios, el desinterés de los jóvenes por la educación, un Estado débil en sus programas sociales y en su sistema judicial.
Los pandilleros del Barrio 18 se hacen llamar “homies” que significa hermano con el Barrio; se distinguen por usar el pelo corto, pantalones flojos, calzoncillo bóxer arriba de la cintura, gorra hacia atrás y camisa desvestida. No pueden usar el color rojo porque sienten que fácilmente se distinguen, ellos prefieren el color azul. Tienen prohibido inhalar el pegamento y beber en exceso el alcohol, pero se obligan mutuamente a cargar armas para estar preparados para cualquier enfrentamiento con la pandilla contraria.
Cada grupo de homies tiene un jefe, llamado “Big Palabra” quien tiene la palabra para coordinar las reuniones, es el responsable de dar clecha a los homies, es decir, enseñarles las reglas del barrio y darles la dignidad del dieciochero y en la región, delimitada en su mayoría por los reclusorios, existe otro jefe de mayor rango.
Los pandilleros de la mara 13 se hacen llamar “ese”, tienen el pelo largo, pantalones flojos y camisa desvestida, calzoncillo bóxer arriba de la cintura, no tienen color preferido. No tienen prohibido inhalar pegamento, lo que origina mayor indisciplina.
La mayoría de las familias damnificadas de la ciudad de El Progreso vivieron 6 meses en albergues improvisados. Algunas de ellas, las que no tenía sus casas completamente destruidas, regresaron a sus viviendas un par de meses después de la tragedia; otras, que tenían mayores posibilidades, se fueron a rentar un cuarto o a vivir con familiares mientras se construían sus nuevas viviendas.
Conforme fui conociendo la realidad de estas familias me encontré con relaciones muy dañadas, había algo más que les hacía actuar de una manera en la cual su rostro de bondad no coincidía con sus acciones, como si de repente dejaran de ser ellos y se dejaran llevar por una lucha de sobrevivencia… empezaba a conocer otra cultura.
Yo sabía que la pobreza era un motivo fundamental para que los pobres se organizaran, sólo faltaba un poco de conciencia crear juntos propuestas viables para que ellos mismos empezaran a caminar, se trataba de descubrir sus necesidades más sentidas, pero aquí no resultaba. Mis convicciones me decían que buscara la amistad con ellos, pero su realidad enrarecida me producía conflictos.
El problema es que no acababa de aceptar la realidad de estas familias: una pobreza que enferma las relaciones; es una pobreza que hace perder la memoria histórica; el presente les absorbe e impide pensar en un pasado o un futuro.
La realidad de los damnificados fue el encuentro con un nuevo rostro de los pobres, fue entrar a la parte oscura de la pobreza y ser testigo de la manera en que el abandono y la marginación de siglos son capaces de enfermar el corazón de los pobres. Pero la pobreza que envenena el corazón de los pobres también tiene su historia: las administraciones gubernamentales llenas de corrupción y promotoras de una cultura de dependencia; el autoritarismo de las empresas americanas radicadas en estos lugares ha cerrado las posibilidades de mejorar sus condiciones de vida; también, hay que reconocer, la Iglesia llegó tarde en su servicio evangelizador, no alcanzó a crear una cultura religiosa que diera sustento a la vida comunitaria.
El avance de la delincuencia juvenil dentro del macroalbergue hizo que tomáramos con seriedad este problema e iniciamos un proceso de acompañamiento a los jóvenes adictos a las drogas y pandillas.
La primera etapa de trabajo la iniciamos con jóvenes del Barrio 18, ellos iniciaron un curso de albañilería, la mayoría tenía responsabilidad en el trabajo y entre ellos mismos se controlaban el uso de las drogas.
Son dos cosas que me sorprendieron al conocer a los homies: primero fue la disciplina y el respeto que le tenían al Big palabra; y segundo, fueron sus deseos de matar a los pandilleros de la 13, unos deseo fuertemente encarnados en su corazón, me impresionaba ver el odio contra el distinto reflejado en los rostros y la convicción con que ellos dicen estar dispuestos a morir si es por intentar o matar a un trece.
El pecado social ha eliminado progresivamente los espacios de fraternidad donde el joven pueda construir su identidad integradora de su propia existencia. Una consecuencia de este pecado es la pérdida del espacio familia como instancia de crecimiento humano y formadora de valores integradores.
Como equipo nos dimos cuenta que, por nuestra seguridad y por salvar el proceso iniciado con los 18’s, era necesario iniciar también un proceso con los pandilleros de la mara 13.
Fue así como iniciamos la segunda etapa, haciendo uso de la cultura de las reglas que tienen los mismo homies acordamos nuevas condiciones para el empleo, con el fin de evitar los enfrentamientos armados entre ambos grupos, e iniciamos un proceso con los mara 13.
Para los 18’s era un placer matar a los 13’s, para los 13’s era un deber matar a los 18’s; los integrantes de la pandilla creen en algo que liga a todos ellos, algo que trasciende su persona, algo que unifica, algo que les motiva a vivir y morir, el número 18. Claro está que para nosotros es un simple número, pero, para ellos, es toda una identidad donde encuentran el sentido de la vida. Los homies han hecho del Barrio 18 un dios que merece fidelidad y disponibilidad para entregar su vida por él, viven un fundamentalismo radical.
La pandilla se convierte en una oportunidad para pasar de un anonimato, producto de la ciudad, a ser el centro de atención de la colonia; aunque el protagonismo sea por medio de la violencia, ellos sienten que así llegan a ser “alguien” en esta sociedad que los excluye. En la pandilla tienen seguro un espacio de aceptación y reconocimiento, la vida de compañerismo que internamente viven les deslumbra ante la realidad de sus hogares desintegrados.
Sus reuniones son por la noche, en un lugar sin luz; la noche los libera, sienten que ya no hay ojos puestos en ellos, les anima a actuar, pueden vivir en plenitud el protagonismo de la ciudad, es el éxtasis de realizar actos sabiendo que en el día otros van a comentar.
La tercera etapa consiste en dar un seguimiento a los jóvenes que nos expresaban sus deseos de matar, de no querer tatuarse, de estar hartos de esta vida loca.
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