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En Busca De La Fraternidad Perdida


Enviado por   •  21 de Agosto de 2011  •  3.831 Palabras (16 Páginas)  •  1.300 Visitas

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RESUMEN:

“En busca de la fraternidad perdida”

Micro-relatos de una juventud

abandonada que busca

si identidad

de Jorge Atilano González Candia sj

La sociedad del tercer milenio vive la tensión entre la desesperanza de que “ya nada se puede hacer” y los gritos que “Otro mundo es posible”. A la razón humana le es difícil comprender que la realidad de muerte sea capaz de generar esperanza y coraje para luchar por la construcción de una sociedad más fraterna. Normalmente pensamos en la muerte como una realidad de dolor, de sufrimiento, de soledad, pero no imaginamos que sea una experiencia que da la posibilidad de encontrar un nuevo sentido a la vida. La esperanza es la fuerza de quienes buscamos la luz en la oscuridad.

La vida me ha enseñado que la esperanza de avanzar en la fraternidad y la justicia no surge de un esfuerzo personal, sino de aumentar nuestra esperanza; de ahí que, simplemente, trato de devolver esa esperanza encontrada en hombres y mujeres que el Dios de la vida ha puesto en mi camino.

Fueron dos los acontecimientos principales que provocaron mi partida. Primero, el número de jesuitas que terminaban la carrera de filosofía y que salíamos al servicio en el año de 1999 y segundo, la intención del equipo de gobierno de la Provincia de enviar jóvenes al extranjero, lo que coincidió con el huracán Mitch que se suscitó en 1998.

La tormenta tropical del huracán dejó en esta ciudad 370 casas totalmente destruidas y unas 300 quedaron en zonas de alto riesgo y dañadas parcialmente. Inmediatamente después de la tragedia se instalaron 52 albergues provisionales.

Ante esta desgracia natural y la desorganización gubernamental para atender a los damnificados, el alcalde municipal le pidió a la Iglesia Católica de El Progreso, es decir, a los jesuitas, que se hiciera cargo del reparto de toda la ayuda que llegara para los damnificados de este municipio.

A partir de este momento se formó el Comité de Reconstrucción coordinado por la Iglesia Católica (CRIC).

El primer año de servicio en Honduras estuvo centrado en la atención a los damnificados de la ciudad de El Progreso, con el proyecto Paujiles de 500 viviendas, y el apoyo a los damnificados de Arena Blanca, donde se construyeron 55 viviendas.

El segundo año se caracterizó por la ampliación y consolidación del Programa de Rehabilitación de la Vivienda Urbana para atender a familias que fueron parcialmente afectadas por el huracán Mitch, rehabilitando en total unas 300 viviendas.

Las maras y sus víctimas son temas de conversación día con día entre los vecinos; los medios de comunicación constantemente dan a conocer la violencia y los desastres que ocasionan estos jóvenes.

Las maras o pandillas son agrupaciones juveniles armadas identificadas con un número, un territorio y una estructura organizativa bien definida, tienen una disciplina impuesta por medio de reglas transmitidas de unos grupos a otros, su objetivo es controlar territorios para circular libremente; son un fenómeno social que expresa el deterioro de las condiciones de vida de la sociedad hondureña.

En esta problemática se entrecruzan varias realidades sociales: la desintegración familiar, el abandono de hogares, la migración a los Estados Unidos, el desempleo y los bajos salarios, el desinterés de los jóvenes por la educación, un Estado débil en sus programas sociales y en su sistema judicial.

Los pandilleros del Barrio 18 se hacen llamar “homies” que significa hermano con el Barrio; se distinguen por usar el pelo corto, pantalones flojos, calzoncillo bóxer arriba de la cintura, gorra hacia atrás y camisa desvestida. No pueden usar el color rojo porque sienten que fácilmente se distinguen, ellos prefieren el color azul. Tienen prohibido inhalar el pegamento y beber en exceso el alcohol, pero se obligan mutuamente a cargar armas para estar preparados para cualquier enfrentamiento con la pandilla contraria.

Cada grupo de homies tiene un jefe, llamado “Big Palabra” quien tiene la palabra para coordinar las reuniones, es el responsable de dar clecha a los homies, es decir, enseñarles las reglas del barrio y darles la dignidad del dieciochero y en la región, delimitada en su mayoría por los reclusorios, existe otro jefe de mayor rango.

Los pandilleros de la mara 13 se hacen llamar “ese”, tienen el pelo largo, pantalones flojos y camisa desvestida, calzoncillo bóxer arriba de la cintura, no tienen color preferido. No tienen prohibido inhalar pegamento, lo que origina mayor indisciplina.

La mayoría de las familias damnificadas de la ciudad de El Progreso vivieron 6 meses en albergues improvisados. Algunas de ellas, las que no tenía sus casas completamente destruidas, regresaron a sus viviendas un par de meses después de la tragedia; otras, que tenían mayores posibilidades, se fueron a rentar un cuarto o a vivir con familiares mientras se construían sus nuevas viviendas.

Conforme fui conociendo la realidad de estas familias me encontré con relaciones muy dañadas, había algo más que les hacía actuar de una manera en la cual su rostro de bondad no coincidía con sus acciones, como si de repente dejaran de ser ellos y se dejaran llevar por una lucha de sobrevivencia… empezaba a conocer otra cultura.

Yo sabía que la pobreza era un motivo fundamental para que los pobres se organizaran, sólo faltaba un poco de conciencia crear juntos propuestas viables para que ellos mismos empezaran a caminar, se trataba de descubrir sus necesidades más sentidas, pero aquí no resultaba. Mis convicciones me decían que buscara la amistad con ellos, pero su realidad enrarecida me producía conflictos.

El problema es que no acababa de aceptar la realidad de estas familias: una pobreza que enferma las relaciones; es una pobreza que hace perder la memoria histórica; el presente les absorbe e impide pensar en un pasado o un futuro.

La realidad de los damnificados fue el encuentro con un nuevo rostro de los pobres, fue entrar a la parte oscura de la pobreza y ser testigo de la manera en que el abandono y la marginación de siglos son capaces de enfermar el corazón de los pobres. Pero la pobreza que envenena el corazón de los pobres también tiene su historia: las administraciones gubernamentales llenas de corrupción y promotoras de una cultura de dependencia; el autoritarismo de las empresas americanas radicadas en estos lugares ha cerrado las posibilidades de mejorar sus condiciones de vida; también, hay que reconocer, la Iglesia llegó tarde en su servicio evangelizador,

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