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En La Ruta


Enviado por   •  25 de Abril de 2012  •  938 Palabras (4 Páginas)  •  331 Visitas

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Mediodía en la ruta tres, el humo acre de las gomas quemadas me pica en los ojos, pero no nos movemos, algún mate medio lavado que valoramos porque nos persuade de que detrás del mate está la mano tendida. No somos muchos pero con los que estamos alcanza. La yuta va llegando, algunos sin uniforme pero igual los identificamos; aunque quieran mezclarse tienen cara de yuta. Del Renault 6 siguen bajando los compañeros. Desde muy temprano el único auto del Movimiento va y viene. Trajo las gomas y mientras los cumpas las encendían volvió a buscar a los que viven más lejos. Te bajás, colgás la guitarra en bandolera y apoyado en tu bastón te ubicas de manera que el humo no te alcance. Cantor sin escenario; alguien te pasa una silla que desechás. Trabas tu pierna baldada en un ángulo que te asegura estabilidad y te aferrás a la guitarra como si por una extraña alquimia pudiera sujetarte.

La cola de autos es una serpiente paralizada que aguanta el veneno. Los palos en las manos arman una barrera infranqueable pero el fuego y el coraje son la verdadera muralla.

—¡Abelardo, dale con la chacarera!

Decir irreal, es decir poco: una ruta como tantas y de pronto invadida por hombres, humo y la guitarra que acompasa el chisporrotear de las gomas.

Tus rasgos tallados a machete y el pelo lacio que cae sobre esos ojos que indagan más allá de las respuestas. Te sacudieron pero no te derrotaron. Dejás de lado el bastón que toma tu lugar en la silla y todos lo olvidamos.

Se infiltra un silencio ominoso y hasta el siseo de la víbora se calma con tu canto. Dueño y señor de metáforas, el vigor de tus brazos se dulcifica en el abrazo con la guitarra. Trovador profundo de casas bajas y sueños de altura. Zorzal herido pero de cabeza soberbia donde guardás todas las letras y todos los sones. Entonces el dolor se transforma en canto y la dicha en cadencia. Tu entrega es tal, que tu rostro se contorsiona; los ojos cerrados en busca de la emoción que brota generosa.

Cortamos para pedir material y reemplazar las casillas de chapa. Días atrás habíamos esperado horas en la Municipalidad, mientras las camisas almidonadas entraban y salían con gestos y adulaciones.

Pequeña y oscura, Berta ha tomado su lugar al frente del piquete. Da indicaciones con su tonada norteña que no se le despegó a pesar de que es Buenos Aires quien le puso el rótulo de piquetera.

Se había propuesto que para empezar fueran dos las casitas, pero la mañana no alcanzó para escucharnos. Fuimos día tras día; nos anunciamos en la larga lista pero el tiempo era demasiado corto para recibirnos. Entonces el piquete. Ahora la serpiente se agita y sisea. Ellos tienen bocinas pero nosotros guitarra, humo y pobreza, también el valor de los que casi nada podemos perder.

Berta da la voz de alerta porque la serpiente se desliza.

Por la banquina se acerca el carro hidrante y mascullamos que no vendría mal un poco de agua, claro,

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