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Etica En La Arquitectura


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2013  •  1.714 Palabras (7 Páginas)  •  305 Visitas

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DE ETICA Y ARQUITECTURA

Conferencia dictada por Luis Izquierdo W. en el curso de “Ética y arquitectura” dado por el profesor Ernesto Rodríguez durante el 2º semestre de 2003.

El texto que sigue, insuficiente para comprender lo que abarca, trata sobre ética y arquitectura en cuanto disciplinas relacionadas en sus cuestiones fundamentales, y no sobre una ética del que hacer arquitectónico. Sobre esto último hay cursos completos en esta facultad, códigos gremiales y un comité especial en el colegio de arquitectos. Los pensamientos que les expondré sucintamente son como la sinopsis de reflexiones toscas surgidas de la experiencia y el ejercicio, más que de lecturas eruditas, por lo que les ruego excusen las dosis de ingenuidad y atrevimiento que conllevan.

Empezaré por una distinción: no es lo mismo ética y moral. La ética es el estudio del fundamento de la moral, es la filosofía de la moral. La ética es la crítica de la razón práctica. Es la disciplina cuyo tema es la moral. En cambio, la moral comprende propiamente los juicios por los que cada vez decidimos nuestros actos, rigiendo nuestro comportamiento libre, nuestra conducta intencional. Somos sujetos morales, responsables de nuestros actos sin necesidad de ser expertos en ética.

Cotidianamente, pensamos para decidir, y ello con miras a tales o cuales razones, pero no nos detenemos en lo que las cosas que atendemos son de suyo, en su realidad propia. Esto último es tarea de la reflexión filosófica, que supone la vacancia de pre-ocupaciones. Al contrario, la razón práctica está orientada por la inminencia de un decisión ineludible, hacia uno mismo como sujeto de la acción, para decidir movernos en uno u otro sentido, o incluso no movernos si se quiere. Porque no podemos permanecer impávidos en la vida.

Los motivos por los cuales decidimos son justificados en tanto razones, que pueden ser explicitadas, y por ello, sometidos a crítica. Las razones tienen validez universal; aluden a aquello que todos, en cuanto personas responsables tenemos en común, y establecen los motivos que debemos necesariamente compartir. En esta universalidad de la razón se funda el imperativo categórico. Pero hay, también (y un abundancia), aun supuestos en el trasfondo de la razón, motivos implícitos, ordinariamente no declarados, que son las creencias. Toda construcción lógica urdida por la razón se apoya en última instancia en creencias.

Es así como siempre es necesario e inevitable creer para decidir, tanto que siempre, a fin de cuentas, en la inminencia de actuar, no creer es equivalente a creer que no. Siempre estamos creyendo muchas cosas. Por ejemplo, ahora creemos que terminaremos esta clase sin sobresaltos; pero si de improviso alguien avisara que hay aquí en la sala un maletín con una bomba por explotar, según si le creemos o no, arrancaremos, y si nos quedamos, no habremos creído en ese peligro, es decir, habremos creído que no hay tal bomba. En nuestros actos se han de detectar nuestras creencias. Tal vez, el conjunto de creencias dormidas en la memoria sea lo que se denomina el sub-conciente. Cuanto más profundo sea el trasfondo de creencia lúcidamente asumido al decidir, mayor será la libertad puesta en tal acto.

Somos, entonces, sólo relativamente libres. Podemos ser más o menos libres, dependiendo del alcance de nuestra conciencia. Y, puesto que solo los actos libres son susceptibles de juicio moral, el primero de los juicios morales ha de consistir en determinar el campo de su jurisdicción, cuyos límites suelen ser difusos. De ahí la cautela debida al juzgar, máximamente a los demás, pero incluso a sí mismo. En la medida que un acto es libre, se es responsable de sus consecuencias previsibles. El porqué de un acto libre es equivalente a su para qué. Las causas de una decisión libre son la anticipación de sus efectos. Toda decisión libre tiene una determinada intención. Estas suponen un proyecto.

Dicha capacidad de sacar a la luz lo profundamente oculto es propia del arte, que da forma a lo vago (y también de la psicoterapia). Por ello el acto creativo es para el artista un acto liberador (como también es sanador el acto de poner en palabras lo innombrado). A su vez, el artista es eminentemente responsable de la obra que ejecuta, y su obra es propia de él, aunque materia de crítica (y de recurrente autocrítica).

El artista bucea en la profundidad de su mar interior para traer a la luz del logos algo del misterio primordial, que quedará encarnado en la obra. El primer problema del artista es, se sabe, el de la página, la tela o la lámina en blanco, es decir, la configuración del problema que ha de resolverse en la obra, la determinación de lo que viene al caso cuando aun no hay nada. Esta es la operación creativa crucial, el resto desarrollo es consecuencia, ojalá, pura consecuencia. Y trabajo, porque esta operación ha de repetirse innumerables veces a partir de la propia crítica, ahora ya razonada, de lo que se está haciendo, atendiendo lo que le dice lo que va saliendo. Son muchas las zambullidas, el ir y venir del origen al cuerpo que toma forma.

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