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Feminismo


Enviado por   •  17 de Mayo de 2012  •  5.777 Palabras (24 Páginas)  •  769 Visitas

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feminismo

Este texto pretende mostrar cómo los movimientos de mujeres se han constituido en una importante fuerza modernizadora en cada una de las fases históricas de la modernidad. Ellos se han reapropiado crítica y reflexivamente de los discursos, prácticas y dinámicas institucionales de la modernidad, agregándoles nuevos significados y generando nuevas reglas y formas de interacciones sociales. La escasa penetración de las ideas modernas en la organización de las relaciones de género animó y nutrió, desde el siglo XVIII en adelante, la demanda de las mujeres por igualdad, por acceder a los espacios públicos, a los mecanismos decisorios colectivos y a los bienes sociales, por transformar las relaciones en el mundo de lo privado y por su reconocimiento en tanto sujetos autónomos. A través de distintas formas de acción colectiva las mujeres han jugado un importante papel en la generalización de los principios de la modernidad a nuevos grupos y espacios sociales. Asimismo, en el período actual, la acción política de las mujeres está contribuyendo a impulsar el tránsito hacia una nueva fase de la modernidad, en la que se profundizan la reflexividad social e institucional, los procesos de individuación y se erosionan algunas de las convenciones que por siglos han excluido a las mujeres de la vida pública.

Quisiéramos explicitar los supuestos y concepciones que sustentan este artículo, a fin de facilitar la comunicación con el los/as lectores/as. La primera y más importante de nuestras premisas se refiere al carácter construido de la realidad social. Esta se crea y se transforma a través de procesos de interacción social en los que se vinculan personas y se generan colectividades, que se influyen continuamente unas sobre las otras, en una circularidad dialéctica. Todos los niveles de interacción y todos los tipos de colectividades que se conforman están interrelacionados y se impactan recíprocamente desde, en un extremo, las interacciones que se dan a nivel interpersonal hasta, en el otro extremo, las interacciones que se dan en colectividades más extendidas que forman los grandes sistemas sociales, pasando por todos los tipos de colectividades intermedias.

Las relaciones que las personas y colectividades establecen entre sí están reglamentadas por patrones interaccionales e institucionales, convenciones culturales y valores que se han ido creando a través del tiempo. Las normas que orientan los comportamientos forman hábitos, es decir, conocimientos prácticos que indican a los sujetos cómo hay que seguir haciendo las cosas y relacionándose con los demás. Estos comportamientos convertidos en hábitos se transmiten a través de las interacciones, básicamente en virtud de los procesos de socialización primaria y educación, pero también por medio de las restantes prácticas sociales e institucionales.

Ahora bien, las instituciones son el producto de largos procesos históricos que se cristalizan en reglas, normas y convenciones culturales en los que han participado sujetos sociales, y colectividades con diferente poder, concepciones y aspiraciones. De manera que si bien las instituciones preceden a cada uno de los individuos concretos, ellas han sido creadas en virtud de acciones e interacciones humanas y solo pueden seguir existiendo si son continuamente recreadas mediante nuevas acciones e interacciones entre personas y colectividades.

Desde esta perspectiva, las relaciones que establecen hombres y mujeres en la vida cotidiana no son independientes del quehacer de las instituciones sociales. La cotidianidad de género es vivida a través de y con estas formas de conocimientos y praxis ya convertidas en hábitos. Las reglas y normas que durante un largo período de la modernidad han regulado las relaciones entre hombres y mujeres cristalizan la hegemonía de una manera de concebir lo femenino y masculino, de distribuir - de manera desigual - los recursos, las oportunidades y el poder entre hombres y mujeres, lo que afecta las motivaciones y expectativas que unas y otros tienen de sí y de sus posibilidades de incidir en los destinos sociales. La negación del derecho a voto a las mujeres, por ejemplo, las excluyó largo tiempo del espacio y poder público, del prestigio y reconocimiento social y sobre todo, contribuyó a disminuir sus motivaciones y aspiraciones de participación en la vida pública.

No obstante lo señalado, postulamos que es al interior del horizonte cultural e institucional de la modernidad donde se generan las condiciones para aumentar el caudal de conciencia social sobre las desigualdades entre hombres y mujeres y explicar las desigualdades a partir de dinámicas sociales.

La modernidad y la lucha por la igualdad

Con la modernidad emerge una nueva matriz sociocultural estructurada en torno a los principios de igualdad, libertad y ciudadanía. En ella se reconoce la autonomía y capacidad (y obligación) de las personas para construir las reglas que organizan su vida personal y la convivencia social. Esta sociedad está basada en la organización racional y articulada de múltiples aspectos de la vida social y en el establecimiento de contratos sociales.

La modernidad está atravesada por diferentes tensiones entre la libertad individual y la convivencia social, la capacidad de acción humana y las limitaciones estructurales, la vida humana vinculada a un lugar concreto y la existencia de normas sociales difundidas en amplios sectores.

Sin embargo, ni todos los espacios de la vida social, ni todas las relaciones sociales fueron organizadas en torno a estos principios. Los principios de la libertad y de la igualdad proclamados por el pensamiento y fuerzas sociales que impulsaran la modernidad no fueron extendidos a todas las personas y grupos sociales. Al contrario y tal vez de modo paradojal, el modo como se interpretaron, actualizaron e impusieron estos principios implicaron el desarrollo de nuevas formas de diferenciación social profundamente marcadas por la desigualdad, la subordinación y la exclusión.

En los inicios de la modernidad, los discursos de las fuerzas hegemónicas (pensadores sociales, estrategas del Estado nacional, las ciencias biomédicas, los pedagogos modernos y otros) instituyeron un imaginario marcado por la idea de una diferencia radical entre los sexos; una tajante separación de los significados de lo femenino y lo masculino, de los roles de hombres y mujeres y una nueva jerarquía de género, lo que entraba en abierta contradicción con los ideales de igualdad y de autonomía.

En el imaginario constituyente de la modernidad, el orden dicotómico de género y las dicotomías público/privado

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