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HABLEMOS DE TERRORISMOS


Enviado por   •  2 de Diciembre de 2012  •  1.614 Palabras (7 Páginas)  •  402 Visitas

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HABLEMOS DE TERRORISMOS

Bastante entretenidos estábamos los colombianos, con las notas faranduleras de la Cumbre de las Américas, en las que las muestras de derroche del presupuesto asignado a la cumbre y el paseo diario de las primeras damas, quienes se pavoneaban en coche, saludando a las palenqueras que más parecían modelos de Victoria Secret, que vendedoras de fruta de Cartagena; se vieron mezclados con el desplazamiento de la pobreza de la heróica a los extramuros, escondida tras las “vallas”, que menciona la escritora Naomi Klein, cuando habla de los tristes efectos de las economías globalizadas.

Y si esto fuera poco, también salió a relucir el show de la doble moral estadounidense; de una sociedad que no se escandaliza porque los dineros de sus impuestos se utilicen para asesinar inocentes al interior de países ricos en recursos, so pretexto de ser economías fracasadas; pero que sí se da golpes de pecho, porque el cuerpo de seguridad de su presidente, se va a hacer lo que hace en todos los países que visita y por supuesto, en su propio territorio, contratar servicios sexuales. Esto me recuerda, a la Grecia antigua, en donde se angustiaban más por ver un hombre “femenino” que un Ciudadano corrupto, según Byrne Fone, el destacado escritor homosexual norteamericano.

Y decía, que nos tenían entretenidos, cuando un nuevo suceso nos devuelve a la realidad de nuestra amada Colombia: el secuestro del periodista francés Romeo Langlois.

Leí, con el mismo interés que he leído todos sus mensajes, el comunicado en el que el presidente Nicolás Forero se refirió al asunto y me llamaron poderosamente la atención, sus afirmaciones en contra del terrorismo de las FARC-EP. Entonces, tuve que sentarme y tomar aliento, al darme cuenta que los Colombianos seguimos en manos de los mismos padres de la patria que nos han sumido en la ignominia y que nos tienen en el deshonroso tercer lugar entre los países más inequitativos del mundo, y que esa pobreza genera terror, un terror que podríamos catalogar, como terror de Estado.

Terror, terrorista, terrorismo, son palabras usadas y abusadas, pero que en síntesis nos evocan el miedo que la sociedad siente cuando es atacada, empujada al desespero y destrozada desde el fondo de sus entrañas. Pero parece que la era Bush, legó a los gobernantes de extrema derecha de América Latina y al propio inconsciente colectivo, con la excusa de la ‘Guerra Preventiva Contra el Terrorismo’, un único lenguaje que parece, en nuestro caso, apuntar de forma exclusiva a los grupos subversivos, de los que no niego su accionar delincuencial y su protagonismo en algunos dolorosos crímenes de lesa humanidad, pero que no son de lejos los más espeluznantes actores del terrorismo en nuestro País.

Me refiero a los grupos paramilitares que a lo largo de la historia de nuestra Nación, bajo diferentes nombres y estructuras, han asolado la tierra, las mentes y las venas del mismo País, ese del cual nos dicen que “el único peligro es que te quieras quedar”. Pero sería injusto con los otros protagonistas de esta historia, darle sólo el crédito a tamaños delincuentes, que por sí solos no tendrían la capacidad ni la inteligencia, para cometer las enfermizas acciones que han realizado, quedar impunes y cogobernar, sin el concurso de cientos de miembros de las fuerzas armadas y de Policía y, por supuesto, sin el amparo de políticos, hacendados e industriales de las más prestantes calidades.

Nuestros gobernantes no titubean al momento de mencionar los crímenes de los grupos subversivos, lo cual aplaudiría, si eso no se me pareciera a los actos de doble moral que ya mencioné, porque a la hora de reconocer las atrocidades cometidas por los paramilitares, guardan silencio. Y cuando digo atrocidades, no temo equivocarme.

Los homicidios perpetrados por los grupos guerrilleros, el secuestro y su contubernio con las mafias de la droga, son casi imperdonables y deben ser castigados con todo el rigor (si de ello no depende un proceso de paz y eso es tema, para otra columna), pero el sólo ejercicio de calificar las acciones de los paramilitares, se convierte en una labor extenuante. Cómo alguien en su sano juicio y con un mínimo de verdadera moral, no podría catalogar como terrorismo las masacres, los secuestros de poblaciones enteras durante horas o días, el juego enfermizo con las víctimas y con sus cuerpos luego de haber sido asesinados frente a sus seres amados, bajo las más ilógicas torturas y las orgías de sangre, a las que se han visto expuestos hombres, mujeres, niños y niñas, cuando no han tenido “la suerte” de huir, para engrosar las filas de los miles de desplazados, desarraigados y pobres de Colombia.

De la guerrilla, podría decirse que es lamentable su pérdida de rumbo, porque de ésta puede rastrearse su origen de lucha por y para los campesinos, por las clases desfavorecidas y por las clases medias, a veces más vapuleadas que los estratos pobres. De los grupos subversivos, podemos criticar su abandono de los ideales de la verdadera revolución y de las luchas emancipatorias, por la redistribución de la riqueza, del respeto a la tierra y a quienes la trabajan; pero si analizamos los orígenes de los paramilitares, antiguos o contemporáneos, lo único que podemos sentir es vergüenza, porque siempre han nacido amparados por y para los poderosos, en complicidad con los partidos políticos tradicionales y de la mano de militares y policías en ejercicio, algunos de los cuales han formado parte de las estructuras de mando de estos grupos al margen de la ley.

Recordemos los ‘Chulavitas’ y los ‘Pájaros’ creados por el partido conservador, autores de las matanzas más sonadas en tiempos en que las guerrillas liberales, también hacían de las suyas o, sin ir más lejos, intentemos observar los orígenes de las ‘Convivir’ y de las ‘Autodefensas Unidas de Colombia’, que luego mutaron a Paralimitares y que hoy bajo muchos apelativos (como Águilas Negras) se llamen convenientemente Bandas Criminales Emergentes ‘Bacrim’.

La denuncia hecha por la Periodista Olga Behar, en su libro ‘Los Doce Apóstoles’, donde demuestra que siendo gobernador de Antioquia, el futuro presidente Álvaro Uribe Vélez, en compañía de su hermano Santiago y del sacerdote más influyente de la región, creó una de las bandas delincuenciales más temibles de Córdoba y Antioquia, y la reciente demanda penal presentada por el honorable Representante a la Cámara Iván Cepeda, que con pruebas argumenta la autoría intelectual de los hermanos Uribe Vélez, en la creación de grupos que cometieron crímenes de lesa humanidad; pone al descubierto, que el terror en el mundo no es exclusivo de grupos religiosos extremistas o de grupos armados de marcada ideología política, sino que ese terrorismo también se incuba en el vientre putrefacto de algunos miembros de la sociedad que ostentan el poder y que con ello, no están haciendo cosa diferente que implementar o patrocinar el terrorismo de Estado.

En repetidas ocasiones, prestigiosas organizaciones como Human Rights Watch, han presentado informes en los cuales se consignan citas como esta: "Las Fuerzas Armadas colombianas siguen implicadas en graves violaciones a los derechos humanos, así como en el apoyo a grupos paramilitares considerados responsables de al menos el 78 por ciento de las violaciones registradas…”. Pues bien, de estos informes no podemos más que sentirnos indignados, porque algunos de quienes tienen la obligación de perseguir ese terrorismo, que bien menciona el Presidente de la República, lo están provocando. Y sin embargo, al revisar la historia reciente, encontramos artículos como el de la edición del diario El Espectador del 4 de agosto de 2001, en el que los militares alegan que “…los paramilitares, no son más que personas ejerciendo su derecho constitucional a la legítima defensa”.

El gobierno Santos conmemoró en su momento, con bombos y platillos, el triste suceso de la masacre de Bojayá, en el que la guerrilla de las FARC-EP lanzó un cilindro bomba sobre una iglesia en la que se refugiaban inocentes civiles, entre los que estaban menores de edad. Pero conmemora el hecho, dejándolo como un suceso aislado, sin un antes y un después de crímenes de los paramilitares, en triste complicidad con las fuerzas armadas. Y además, me pregunto ¿por qué no se le da la misma trascendencia a la memoria de masacres como la de Las Bananeras en 1928; La Rochela en 1989; Pueblo bello 1990; Chigorodó en 1995; Ituango, San José de Apartadó y Tiquiso, todas en 1997; Mapiripán en 1997 y 1999; La Gabarra y Tibú en 1999; las trescientas treinta y tres masacres del bloque norte entre 1996 y 2005; Segovia y Santo Domingo, ambas en 1998; El Salado y Santander de Quilichao, ambas en el año 2000; Chengué en 2001 y la masacre de Suárez en 2010, entre otras? Masacres perpetradas por grupos paramilitares o por agentes estatales o por la acción conjunta de ambos bandos…Esto, Señor Presidente ¿no es también terrorismo? ¿No merecen las víctimas de estos hechos la misma atención y estos criminales, la misma contundencia de su Gobierno?

Finalmente, también me uno a las voces que piden a las FARC-EP, que liberen a Langlois y a todos los secuestrados, pero quiero también hacer un humilde homenaje a las víctimas del otro terrorismo, incluyendo al periodista Clodomiro Castilla Ospina, quien fue asesinado en Montería en marzo de 2008, por denunciar constantemente la corrupción y el paramilitarismo en el departamento. Al crimen de ese compatriota, no se le hizo más despliegue que el que hoy podemos encontrar en las páginas del libro “A las Puertas del Ubérrimo”, pero no en los comunicados de Palacio, ni en los principales titulares de la Prensa nacional e internacional.

¡Terror, terrorista, terrorismo, palabras más fáciles de escribir y usar a conveniencia, que de vivirlas en carne propia!

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