Humanismo, técnica y tecnología tercera y última parte
Alvaro SALCEDO GUTIERREZApuntes16 de Septiembre de 2016
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Humanismo, técnica y tecnología
tercera y última parte
Juan Manuel Silva Camarena
Coordinador del Programa de Formación de Investigadores de la División de Investigación de la Facultad de Contaduría y Administración, UNAM
I
Recapitulación
[pic 2]Casi cualquier persona entiende lo que quiere decir cuando se habla de humanismo, de técnica o de tecnología; y sin embargo, se trata de palabras que ocultan, casi con la fuerza con la que se guarda un secreto, la realidad a la que se refieren. No podemos ahora tratar el asunto históricometafísico relacionado con este doble significado de las palabras, que lejos de resolverse con la ayuda de algún buen diccionario, se requiere, en quien deveras quiere comprender, una actitud que comienza por admitir que la facilidad con la que el sentido común maneja esas nociones no se origina en un verdadero conocimiento de las cosas sino en una posición práctica en el mundo que, a diferencia de la ingenuidad propia del que desea saber y quiere preguntar, se desenvuelve con una seguridad que no experimenta nunca dudas o perplejidades. Esta especie de soberbia, desde luego, no consiste en esa valoración excesiva de sí mismo que suele marchar junto a un menosprecio de los demás. No es nada más ni nada menos que una manera tan natural de ver las cosas que efectivamente parece “la más natural” de todas. Lo que hemos entrevisto ya en la primera y la segunda partes, ahora lo veremos más claramente: cuando se habla de humanismo, técnica y tecnología se habla precisamente de actitudes ante el mundo, de lo interesado y lo desinteresado, de lo teórico y lo práctico, de lo útil y lo inútil.
La investigación filosófica, por el contrario, sospecha de cualquier comprensión fácil del mundo, y cuando todo parece estar completamente aclarado, ella termina por encontrar algo que, como la acción del aguafiestas, tiene que desanimar a quien creía tener en su poder el conocimiento adecuado y suficientemente verdadero. Ésta es, por cierto, una de las razones que en extremo molesta o cuando menos extraña al “común de los mortales”, justo cuando éstos notan que los pensadores, después de unas largas reflexiones, sólo suelen ofrecer al lector una de dos posibilidades: o bien no se llega a ninguna conclusión práctica (y entonces hay quien en su desesperación, como en un desahogo personal, en su necesidad de asirse a algo, apela al uso de una vulgar metáfora que utiliza la idea de que en todo caso, sea como fuere, habría que “aterrizar” la idea, en el sentido preciso en el que una aeronave toma contacto con la tierra después de haber llevado a cabo algún vuelo, no importa si a grandes alturas o tan al ras del suelo que prácticamente se caminaba sobre él); o bien, lo que se halla al final es más bien una pregunta, la formulación de una incertidumbre, y no la respuesta que legítimamente espera quien que se acerca “al que sabe”.
Nosotros, sin proponérnoslo, podríamos acercarnos a un desenlace parecido, después de meditar sobre la relación que existe entre lo que somos y eso que llamamos técnica y tecnología. En la primera parte de nuestra indagación[1] partimos de una crítica al concepto de humanismo que aparece en la Enciclopedia Británica por no proporcionar una idea “clara y distinta” del concepto de humanismo, al presentarlo como mera exaltación del hombre, su religiosidad, su libertad y su dominio de la naturaleza; y sobre todo, al identificarlo, erróneamente, con la idea del “humanismo” sofista que, como tal, considera al hombre como “la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son” (según la famosa expresión de Protágoras que desde la Antigüedad ha llegado hasta nuestros días, gracias a los Diálogos de Platón).
En relación con el mismo texto de la enciclopedia, expusimos una crítica a la supuesta diferencia entre ciencias y humanidades; y aunque brevemente, pusimos especial énfasis en el hecho de que el humanismo es fundamentalmente una forma de ser hombre[2] y no sólo un conjunto de ideas o doctrinas (acertadas o erróneas) acerca del ser humano (idea en la que volveremos a insistir en esta última parte). Pero sin duda alguna lo que mantiene en tensión el ritmo de nuestras reflexiones es la preocupación de que por detrás de todo el escenario plausible de la técnica y la tecnología, de sus inventos y sus innovaciones (¿quién puede decir algo en contra de lo bueno que hay en todo eso?) existe una conexión directa entre todas estas cosas y la deshumanización actual del ser humano. Paradójicamente, si dicha deshumanización o desvanecencia de la naturaleza humana no se advierte, la propia inadvertencia es una ceguera espiritual que debe interpretarse ya como un síntoma del mismo mal.
Por tanto, es menester emprender una investigación de las razones por las cuales nuestros mejores instrumentos para la subsistencia[3] como la técnica y la tecnología, aparecen cada vez más como los “enemigos” de la existencia, en una extraña “vinculación” de confusa rivalidad (hasta ahora no suficientemente aclarada) frente a cualquier forma de auténtico humanismo.
La segunda parte de nuestro ensayo[4] pensamientos no pierde de vista esa sospecha de una relación directa entre deshumanización, técnica y tecnología. Sostuvimos que lo que llamamos “el problema de la técnica” no aparece en conexión visible con la definición común y corriente de esta palabra, y tampoco en una definición más elaborada de la misma. También dijimos que la filosofía, en cuanto teoría general del hombre, y por tanto, como teoría de la praxis, tiene que ser al mismo tiempo teoría de la acción técnica.
Por otro lado, revisamos dos definiciones de la técnica contenidas en dos conocidos diccionarios de filosofía —el de José Ferrater Mora (1912-1991) y el de Nicola Abbagnano (1901-1990). El primero, sin contar con una noción suficientemente clara de la técnica, lleva a cabo una vaga defensa de ella, sin abordar la cuestión del problema de la técnica (en relación con el destino del hombre); y el segundo, quien justifica la técnica sencillamente con la idea de que el hombre es el más débil de los animales, aunque sí reconoce dicho problema, propone lo que nos parece una muy débil o incierta vía de solución. Finalmente examinamos el planteamiento clásico de la técnica, el de Oswald Spengler (1880-1936), como “táctica de la vida misma”, quien supone que el ser humano es, por una parte, un “poderoso animal de rapiña”, y por otra, un ser condenado, por desgaste interno, a la decadencia. No puede uno evitar asociar este escrito del historiador Spengler (El hombre y la técnica, 1931), con el panromanticismo vitalista expresado en las palabras de Theodoro Lessing (1872-1933): el hombre no es sino “un simio fiero que paulatinamente se ha enfermado de megalomanía debido a lo que él mismo ha llamado ‘espíritu’”[5] . Para este pensador de Hanover tanto la teoría como la acción violenta que transforma lo real dan forma a la peculiaridad del hombre de Occidente. En todo caso, dos años después del libro de Spengler, en 1933, Ortega y Gasset formuló un vaticinio que ha resultado verdadero: “Uno de los temas que en los próximos años se va a debatir con mayor brío es el del sentido, ventajas, daños y límites de la técnica”6 .
Sea, pues, que E. Ciorán (1911-1995) quiera hoy ratificar la spengleriana idea de la decadencia de hombre, o que J. Landa (1953) nos proponga la decadencia del concepto mismo de decadencia[6] , es preciso aclarar más lo que sucede, para vislumbrar siquiera lo que nos puede llegar a pasar. Como único recurso digno, a nuestra propia altura, para el reconocimiento de lo que nos podría reservar un futuro (quizá más incierto que nunca) muy próximo, estamos seguros de que la meditación filosófica de la técnica y la tecnología, en defensa de la lucidez, no debe ser atajada en nombre de ningún optimismo ni pesimismo extremos, de algún cinismo desvergonzado o apocamiento apocalíptico. La investigación tiene que continuar —aunque sea a contracorriente—, ya que de lo que logremos aclarar del sentido del humanismo, la técnica y la tecnología puede depender hoy algo decisivo para nuestro propio destino.
II
Las ideas recientes
La tercera y última parte de nuestro ensayo (esperamos que con la tenacidad necesaria para no desprenderse de la inquietud que tiene puesta la mirada en la relación entre lo que somos y lo que hacemos con nosotros mismos bajo el nombre de técnica y tecnología) continúa con una relectura de José Ortega y Gasset (1883-1955), quien mantiene la idea de que mientras seamos un proyecto de ser, que requiere de las condiciones del mundo para realizarse, la técnica es esencial tanto para aprovechar las facilidades como para vencer las dificultades que el propio mundo nos opone; por un lado, facilitando, y por el otro, dificultando dicha realización de nosotros mismos. Luego, en un tratamiento más complejo del mismo asunto, trataremos de entender la tesis de Martín Heidegger (1889-1976), según la cual el peligro no es la técnica (pues “no hay ningún demonio de la técnica”), sino el misterio de su esencia, en cuanto ésta es “un destino del desocultar”. Y finalmente, en los términos de Eduardo Nicol (1907-1990), veremos que la técnica, por proceder de la necesidad y no de la libertad, no es una vocación humana, y que el peligro (coincidiendo en este punto con Heidegger) no está en la técnica o en la tecnología, sino en el cambio de los fundamentos vitales de la ciencia, que provoca que a ella se le exija ahora que opere, en lugar de buscar y descubrir la verdad. Por otro lado, a la tecnología se le aplaude que opere, pero se le exige que proceda como la ciencia, aceptando que sus fines y sus medios son distintos a los de la investigación científica[7] .
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