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14 de Julio de 2014

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EXPOSICIÓN DEL SÍMBOLO DE LOS APOSTÓLES O DEL

"CREDO IN DEUM"

Prólogo

I.—Lo primero que le es necesario al cristiano es la fe, sin

la cual nadie se llama fiel cristiano. Pues bien, la fe

produce 4 bienes.

2.—Primeramente por la Fe se une el alma a Dios. En

efecto, por la fe el alma cristiana realiza una especie de

matrimonio con Dios (Oseas, 2, 20): "Te desposaré

conmigo en la Fe".

Por lo cual al ser bautizado el hombre, desde luego

confiesa la Fe, cuando se le pregunta: "¿Crees en Dios?",

porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Lo

dice el Señor (Mc 16, 16): "El que crea y sea bautizado

será salvo". Porque el bautismo sin la fe es inútil, por lo

cual es de saberse que nadie es acepto a Dios sin la fe

(Heb II, 6): "Sin la fe es imposible agradar a Dios". Por

esta razón San Agustín, comentando a Romanos 14, 23:

"Todo lo que no proceda de la fe es pecado", escribe:

"Donde falta el conocimiento de la eterna e inmutable

verdad, falsa es la virtud aun con las mejores

costumbres".

3.—El segundo bien es que por la Fe comienza en

nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no es otra

cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor (Jn 17,

3): "La vida eterna es que te conozcan a ti el solo Dios

verdadero". Pues bien, este conocimiento de Dios

empieza aquí por la fe, para perfeccionarse en la vida

futura, en la cual lo conoceremos tal cual es. Por lo cual

se dice en Hebreos II, I: "La fe es la substancia de las

realidades que se esperan". Así es que nadie puede

alcanzar la bienaventuranza, que es el verdadero

conocimiento de Dios, si primero no lo conoce por la fe

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(Juan 20, 29): "Bienaventurados los que no vieron y

creyeron".

4.—El tercer bien es que la fe dirige la vida presente. En

efecto, para vivir bien es menester que el hombre sepa

qué cosas son necesarias para bien vivir, y si tuviera que

aprender por el estudio todas las cosas necesarias para

bien vivir, o no podría alcanzar tal cosa, o la alcanzaría

después de mucho tiempo. En cambio la fe enseña todo lo

necesario para vivir sabiamente. En efecto, ella nos

enseña la existencia del Dios único, que recompensa a

los buenos y castiga a los malos, y que hay otra vida y

otras cosas semejantes, que nos incitan suficientemente

a hacer el bien y a evitar el mal (Habac 2, 4): "Mi Justo

vive de la fe". Lo cual es manifiesto, porque ninguno de

los filósofos de antes de la venida de Cristo, a pesar de

todos los esfuerzos, pudo saber tanto acerca de Dios y de

lo necesario para la vida eterna cuanto después de la

venida de Cristo sabe cualquier viejecita mediante la fe.

Por lo cual Isaías (II, 9) dice: "Colmada está la tierra con

la ciencia del Señor".

5.—El cuarto bien es que por la fe vencemos las tentaciones

(Hebr I I, 33): "Por la fe los santos vencieron

reinos". Y esto es patente, porque toda tentación viene o

del diablo, o del mundo, o de la carne. En efecto, el

diablo tienta para que no obedezcas a Dios ni te sujetes

a El. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe

sabemos que El es el Señor de todas las cosas, y por lo

tanto que se le debe obedecer: I Pe 5, 8: "Vuestro

adversario el diablo ronda buscando a quién devorar:

resistidle firmes en la fe".

El Mundo, por su parte, tienta o seduciendo con lo

próspero o aterrándonos con lo adverso. Pero todo lo

vencemos por la fe, que nos hace creer en otra vida mejor

que ésta, y así despreciamos las cosas prósperas de este

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mundo y no tememos las adversas: I Jn 5, 4: "La victoria

que vence al mundo es nuestra fe", y a la vez nos enseña

a creer que hay males mayores, los del infierno.

La Carne, en fin, nos tienta induciéndonos a las delectaciones

momentáneas de la vida presente. Pero la fe

nos muestra que por ellas, si indebidamente nos les

adherimos, perdemos las delectaciones eternas: Ef 6. 16:

"Embrazad siempre el escudo de la fe".

Con todo esto queda patente que es grandemente útil

tener fe.

6.—Pero puede alguno decir: es una tontería creer en lo

que no se ve; así es que no se puede creer en lo que no

vemos.

7.—Respondo. En primer lugar, la imperfección de nuestro

entendimiento resuelve esta dificultad: porque si el

hombre pudiese perfectamente conocer por sí mismo

todas las realidades visibles e invisibles, necio sería

creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento es

tan débil que ningún filósofo pudo jamás descubrir a la

perfección la naturaleza de un solo insecto. En efecto,

leemos que un filósofo vivió treinta años en soledad para

conocer la naturaleza de la abeja. Por lo tanto, si nuestro

entendimiento es tan débil, ¿acaso no es insensato no

creerle a Dios sino lo que el hombre puede conocer por sí

mismo? Por lo cual sobre esto se dice en Job 36, 26: "¡Qué

grande es Dios, y cuánto excede nuestra ciencia!".

8.—En segundo lugar se puede responder que si un

maestro enseñase algo de su ciencia y cualquier rústico

dijese que eso no es tal como el maestro lo afirma por no

entenderlo él, por gran necio tendríamos a ese rústico.

Pues bien, es un hecho que el entendimiento de los

ángeles excede al entendimiento del mejor filósofo más

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que el entendimiento de éste al del rústico. Por lo cual

necio es el filósofo si no quiere creer lo que dicen los

ángeles, y con mayor razón si no quiere creer lo que Dios

enseña. Sobre esto se dice en Eccli 3, 25: "Muchas cosas

que sobrepujan la humana inteligencia se te han

enseñado".

9.—En tercer lugar se puede responder que si el hombre

no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente

no podría vivir en este mundo. En efecto, ¿cómo se

podría vivir sin creerle a nadie? ¿Cómo creer ni siquiera

que tal persona es su padre? Por lo cual es necesario

que el hombre le crea a alguien sobre las cosas que él

no puede conocer perfectamente por sí mismo. Pero a

nadie hay que creerle como a Dios, de modo que

aquellos que no creen las enseñanzas de la fe, no son

sabios sino necios y soberbios, como dice el Apóstol

en la la. Epístola a Timoteo, 6, 4: "Soberbio es, y no

sabe nada". Por lo cual dice San Pablo en la 2a. Epístola

a Timoteo, I, 12: "Yo sé bien en quién creí y estoy

cierto".

10.—Se puede todavía responder que Dios prueba la

verdad de las enseñanzas de la fe. En efecto, si un rey

enviase cartas selladas con su sello, nadie osaría decir

que esas cartas no proceden de la voluntad del rey.

Pues bien, consta que todo aquello que los santos

creyeron y nos transmitieron acerca de la fe de Cristo

marcadas están con el sello de Dios: ese sello lo muestran

aquellas obras que ninguna pura criatura puede

hacer: son los milagros con los que Cristo confirmó las

enseñanzas de los Apóstoles y de los santos.

I I.—Si me dices que nadie ha visto hacer un milagro,

respondo: consta que todo el mundo adoraba los ídolos

y perseguía a la fe de Cristo, como lo atestiguan aun

las historias de los paganos; y sin embargo todos se han

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convertido a Cristo: sabios y nobles, y ricos y poderosos

y los grandes, por la predicación de unos cuantos

pobres y simples que predicaron a Cristo. Y esto ha sido

obrado o milagrosamente, o no. Si milagrosamente,

ya está la demostración. Si no, yo digo que no puede

haber mayor milagro que la conversión del mundo entero

sin milagros. No hay para qué investigar más.

12.—Así es que nadie debe dudar de la fe, sino creer

en lo que es de fe más que en las cosas que ve; porque

la vista del hombre puede engañarse, mientras que la

ciencia de Dios es siempre infalible.

>>sigue>>

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Artículo 1

CREO EN UN SÓLO DIOS, PADRE

TODOPODEROSO, CREADOR DEL

CIELO Y DE LA TIERRA

13.—Entre todas las cosas que los fieles deben creer,

lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos

considerar qué significa esta palabra: "Dios", que

no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee al

bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios existe

aquel que cree que El gobierna todas las cosas de

este mundo y provee a su bien.

Al contrario, el que crea que todas las cosas ocurren

al acaso no cree en la existencia de Dios. Sin embargo,

nadie hay tan insensato que no crea que las

cosas de la naturaleza son gobernadas, están sometidas

a una providencia y ordenadas, de modo que ocurren

conforme a cierto orden y a su tiempo. En efecto,

vemos que el sol y la

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