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zoetrent20 de Noviembre de 2013
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Análisis de la obra -Espíritu de las leyes- de Montesquieu
1. División de los poderes del Estado
Para comenzar a analizar esta obra es necesario saber que son las leyes para Montesquieu, no son más que las relaciones naturales derivadas de la naturaleza de las cosas; y en este sentido, todos los seres tienen sus leyes: la divinidad tiene sus leyes, el mundo material tiene sus leyes, las inteligencias superiores al hombre tienen sus leyes, los animales tienen sus leyes, el hombre tiene sus leyes.
Antes que todas las leyes están las naturales, así llamadas porque se derivan únicamente de las constitución de nuestro ser. Para conocerlas bien, ha de considerarse al hombre antes de existir las sociedades. Las leyes que en tal estado rigen para el hombre, ésas son las leyes de la naturaleza.
Las leyes que regulan las relaciones entre los pueblos: es lo que llamamos el derecho de gentes. Considerados como individuos de una sociedad que debe ser mantenida, tienen leyes, que establecen las relaciones entre los gobernantes y los ciudadanos: es lo que llamamos derecho civil. El derecho de gentes se funda naturalmente en el principio de que todas las naciones deben hacerse en la paz el mayor bien posible y en la guerra el menor mal posible, sin perjudicarse cada una en sus respectivos intereses.
El objetivo de la guerra es la victoria; el de la victoria la conquista; el de la conquista la conservación. De estos principios deben derivarse todas las leyes que forman el derecho de gente.
La obra el espíritu de las leyes de Montesquieu es una obra que trata de la relación con la naturaleza física de los países, cuyo clima puede ser glaciar, templado o tórrido; ser proporcionado a su situación, a su extensión, al genero de vida de sus habitantes, labradores, cazadores o pastores; amoldadas igualmente al grado de libertad posible en cada pueblo, su religión, a su inclinaciones, a su riqueza, al numero de habitantes, a su comercio y a la índole de sus costumbre. Por ultimo, ha de armonizarse unas con otras, con su origen, y con el objeto del legislador. Todas estas miras han de ser considerada.
Examinar todas estas relaciones, que forman en conjunto lo que Montesquieu llamó espíritu de las leyes.
Espíritu que consiste en las relaciones que puedan tener las leyes con diversas cosas, he de seguir, más bien que el orden natural de las leyes, el de sus relaciones y aquellas cosas.
En esta obra el autor examina ante todo la relación que las leyes tengan con la naturaleza y con el principio fundamental de cada gobierno.
Hay tres especies de gobiernos: el republicano, el monárquico y el despótico.
El gobierno republicano es aquel en que el pueblo, o una parte del pueblo tiene el poder soberano; otro, que el gobierno monárquico es aquel en que uno solo gobierna, pero con sujeción al leyes fijas y preestablecida; y por ultimo, que en el gobierno despótico, el poder también está en solo, pero sin ley ni reglas, pues gobierna en soberano según su voluntad y sus caprichos.
Cuando en la republica, el poder soberano reside en el pueblo entero es una democracia. Cuando el poder soberano esta en mano de una parte del pueblo, es una aristocracia.
Las leyes que establecen el derecho de sufragio son pues fundamentales en esta forma de gobierno.
El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia; el sufragio por elección de la aristocracia.
En la aristocracia, el poder supremo está en mano de unas cuantas personas. Estas hacen las leyes y la hacen ejecutar.
Las familias aristocráticas deben ser populares, en cuanto sea posible. Una aristocracia es tanto más perfecta cuantos mas se asemeje a una democracia, y tanto más imperfecta cuanto más se asemeje a una monarquía.
La mas imperfecta de las aristocracias es aquella en que la parte del pueblo privada de participación en el poder vive en la servidumbre, como en la aristocracia de Polonia, donde los campesinos son esclavos de la nobleza.
Los poderes intermediarios, subordinados y dependientes constituyen la naturaleza del gobierno monárquico, es decir, de aquel en que gobierna uno solo por leyes fundamentales.
En la monarquía, príncipe es la fuerza de todo poder político y civil; las leyes fundamentales suponen forzosamente canales intermedios por los cuales corren todo el poder del príncipe.
El poder intermedio subordinado más natural en una monarquía, es el de la nobleza. Entra en cierto modo en la esencia de la monarquía, cuya máxima fundamental es éstas: "sin monarca no hay nobleza, como sin nobleza no hay monarca". Pero habrá un déspota.
El gobierno despótico: su naturaleza es que un solo hombre gobierne sin leyes ni reglas. Un hombre a quien sus cinco sentido le dicen continuamente que el lo es todo y los otros son nada, es naturalmente perezoso, ignorante, libertino. Abandona, pues, o descuida las obligaciones.
El principio que mueve y hace obrar a la República es la virtud política, entendida como el amor a la patria, a la igualdad y a la moderación.
Su principio es el honor, o sea el prejuicio de cada persona o clase social, que consiste en exigir preferencias y distinciones. Esta condición, que es perniciosa en una república, tiene buenos efectos en la monarquía y da vida a este gobierno.
Es necesario el temor en un gobierno despótico; pero en esta clase de gobierno, la virtud no es necesaria y el honor hasta seria peligroso.
El poder inmenso del príncipe se transmite por entero a los hombres a quien lo confía. Gentes capaces de estimarse mucho podría intentar revoluciones.
La educación en la monarquía exige cierta política en los modales. Y se comprende bien: los hombres nacidos pata vivir justo, han nacido también para agradarse: y el que observara la convivencia usuales para las personas con quien vive, se desacreditará completamente y se incapacitara para alternar.
La educación en la monarquía procura únicamente elevar el corazón.
Mientra en la monarquía la educación procura únicamente elevar el corazón; en los estados despóticos, tiende rebajarlo.
En los estados despóticos es cada casa un reino aparte, un imperio separado. La educación que consiste principalmente en vivir con los demás, resultan en consecuencia muy limitada: se reduce a infundir miedo y a enseñar nociones elementales de religión.
Hoy recibimos tres educaciones diferentes o contrarias: la de nuestros padres, la de nuestros maestros, la del mundo. Lo que no enseña la última destruye todas las ideas aprendida en las otras.
En el régimen republicano es en el que se necesita de toda la eficacia de la educación.
Se puede definir esta virtud diciendo que es el amor a la patria y a las leyes. Este amor prefiriendo siempre el bien publico al bien propio, engendrada todas las virtudes particulares que consisten en aquella preferencia.
El padre es dueño de comunicar sus conocimientos a los hijos; mas fácilmente puede transmitirles sus pasiones.
El amor a la republica, en una democracia, es el amor a la democracia; el amor a la democracia es el amor a la igualdad.
Amar a la democracia es también amar a la frugalidad. Teniendo todos el mismo bienestar y las mimas ventajas, deben gozar todos de los mismo placeres y a abrigar a las misma esperanza; lo que no se puede conseguir si la frugalidad no es general.
En una democracia, el amor a la igualdad limita la ambición al solo deseo de prestar a la patria mas y mayor servicios que los demás ciudadanos, todo pueden hacérsele iguales servicios, pero todo deben igualmente hacérselos, cada uno hasta donde pueda. Al nacer, ya se contrae con la patria una deuda inmensa que nunca se acaba de pagar.
Mientras que en la republica la democracia es al amor a la igualdad en la monarquía y en los estados despótico nadie habla de igualdad; a nadie se le ocurre semejante idea, todos tienden a la superioridad. Las gentes de condición mas bajas aspiran a salir de ella, no para ser iguales, sino para mandar sobre los otros.
Para que en una republica se ame la igualdad y se estime la frugalidad, es menester que la hayan establecido las leyes de la republica.
Aunque en la democracia es la igualdad el alma del estado, no es fácil establecerla de una manera efectiva; ni convendría siempre establecerla con demasiado rigor.
Para Montesquieu el espíritu de moderación es lo que se llama virtud en la aristocracia; corresponde en ella a lo que en la democracia espíritu de igualdad.
Dos son las principales causas del desorden en los estados aristocráticos: la excesiva desigualdad entre los que gobiernan y los gobernados; la misma desigualdad entre los diversos miembro del cuerpo gobernante. De estas dos desigualdades resultan celos y envidias que las leyes deben precaver o contar. La primera desigualdad se ve cuando los privilegios de los grandes solamente son honrosos por se humillante para el pueblo.
Una aristocracia es la más dura de las formas de gobierno.
Para Montesquieu el gobierno monárquico ofrece una gran ventaja sobre el republicano; llevando la dirección un solo, es más rápida la ejecución. Pero esta rapidez pudiera degenerar en precipitación, es necesario que las leyes establezcan cierta lentitud.
Por otra parte cambiando de forma de gobierno las leyes correspondientes al despotismo no son más que dos o tres ideas: ni hacen falta más. No hay para que dar leyes nuevas. Cuando se quiere domesticar una animal, se evita el hacerle cambiar de amo, de lecciones y de actitud; se le impresiona con dos o tres movimientos, y no mas.
Como el principio del gobierno despótico es el temor, su objetivo es la tranquilidad;
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