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Inteligencia artificial: La cuarta discontinuidad


Enviado por   •  15 de Junio de 2013  •  1.471 Palabras (6 Páginas)  •  338 Visitas

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9. Inteligencia artificial: La cuarta discontinuidad

Escrito por Miquel Barceló

Miércoles 01 de Junio de 2005

En mayo de 1997, una máquina, un ordenador conocido como Deep Blue, ganó un torneo de ajedrez al mejor jugador humano de entonces, el gran maestro Gari Kasparov. Surgieron comentarios para todos los gustos aunque, muy posiblemente, no fue la máquina quien ganó, sino que fue Kasparov quien perdió (utilizaba, con los trebejos negros, la defensa Caro-Kahn y cometió un grave error en el séptimo movimiento, casi al principio de la partida decisiva, moviendo f6 en lugar de Ad6: los humanos están sometidos al estrés psicológico, las máquinas no...). Pero, en cualquier caso, todo el mundo se sintió altamente preocupado ya que el ajedrez pasa por ser un juego "inteligente" y una máquina había vencido en ese juego al mejor de los humanos.

Hace ya mucho tiempo que las máquinas vencen a los seres humanos en muchos campos: calculan con mayor rapidez y fiabilidad, se mueven más deprisa, tienen más fuerza y potencia y muchas, muchísimas, cosas más. En realidad, por ejemplo, después de más de doscientos años de habernos acostumbrado al movimiento mecánico, nadie se extraña hoy de que un simple y viejo seiscientos pueda correr más deprisa que el más veloz de los atletas humanos.

Y es que la inteligencia parece ser considerada como la única gran diferencia que nos queda respecto del mundo animal y las otras formas de vida, aunque eso tampoco sea cierto: sabemos ya que hay inteligencia en el comportamiento de los chimpancés, de los delfines y, seguro, en otras especies animales.

En realidad, el de la inteligencia artificial es sólo el cuarto en una secuencia de serios ataques a la confianza del ser humano en sí mismo y a su optimista consideración de su propio papel en el cosmos.

LA CUARTA DISCONTINUIDAD

Parece que fue Sigmund Freud, en una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Viena entre 1915 y 1917, el primero en hablar de la sucesiva superación de un tipo de presuntas discontinuidades en la percepción que el ser humano tiene del mundo que le rodea. Las llamó "heridas narcisistas del yo" por lo que han tenido (y tienen...) de ataque a las pretensiones de excepcionalidad y diferencia que el ser humano parece reclamar para sí.

Mas tarde, como veremos, Bruce Mazlish extendió esas heridas narcisistas del yo para incluir precisamente la inteligencia artificial. Y la idea admite, también, nuevas extensiones que, en cualquier caso dejaremos para futuras reflexiones.

Para Freud, la historia del saber había proporcionado hasta entonces (los años 1915-1917 antes citados) tres grandes golpes, verdaderos "hundimientos del ego", que, en definitiva, venían a anular determinadas y evidentemente presuntas discontinuidades y pasaban a mostrar la realidad de una forma mucho más continua y, a la vez, también mucho más compleja.

La primera discontinuidad rota surge con la teoría heliocéntrica de Copérnico que, por primera vez en la historia, desplaza al ser humano de la posición central en el universo. Creyendo ocupar un lugar privilegiado en el cosmos (precisamente el centro del mismo), se descubrió entonces nuestra posición real que en nada se distingue con la del resto. Más tarde, aunque posiblemente Freud no lo supiera todavía, Einstein nos enseñaría que no hay ningún lugar de privilegio en el universo y que todo (incluso el tiempo) es relativo, pero el choque importante de sacar a la Tierra y a sus habitantes del centro de todo el universo conocido es algo sumamente perturbador que llega con Copérnico y se refuerza con Galileo. El ego de los humanos ha de aprender entonces, con dolor, que, en el conjunto del universo, no ocupamos en absoluto un lugar de privilegio.

Para Freud, la segunda discontinuidad rota es la ficticia consideración del ser humano como una especie aislada del resto de la creación. Humanos y animales quedan unificados en una nueva continuidad, hasta entonces inesperada, cuando, a mediados del siglo XIX, Darwin elabora la teoría de la evolución y, en palabras de Freud, "despoja al hombre de su peculiar privilegio de haber sido creado de forma especial, y lo relega a una descendencia a partir del mundo animal". La segunda discontinuidad superada ataca el ego de los humanos al decirnos que tampoco somos, ni tan solo en el conjunto de las especies que habitan nuestro planeta, nada demasiado excepcional. No hay discontinuidad entre el resto de los animales y nosotros, la complejidad surge

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