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LA IDEA DEL PROGRESO

dgom8 de Noviembre de 2012

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La idea del progreso

Robert Nisbet

Instituto Universitario ESEADE

En el mundo occidental existe una concepción de de lo que es progreso en el sentido de que la humanidad ha avanzado en el pasado, avanza actualmente y puede esperarse que continúe avanzando en el futuro, sin embargo, falta definir con exactitud lo que significa avanzar.

El punto de vista del autor afirma que en el noventa y nueve por ciento de lo que se ha escrito sobre la idea de progreso, es un lugar común que esta idea es inseparable de la modernidad y que su formulación fue posible sólo después de que el pensamiento occidental pudo finalmente romper las cadenas del dogma cristiano y del pensamiento pagano clásico, mismo que será abordado en la siguiente parte del documento.

La idea del progreso vertidas por poetas, sofistas e historiadores griegos

Teggart, en el articulo "The Argument of Hesiod's Works and Days", publicado en el Journal of the History of Ideas en enero de 1947, escribe, después de un largo y minucioso análisis del texto, que Hesíodo "expuso a los hombres la primera idea de progreso".

Protágoras, el primero y más grande de los sofistas, expresó enfáticamente su convicción de que la historia del hombre es la historia de sus luchas por librarse de la ignorancia primigenia, del miedo, de la esterilidad y de la incultura, y de la gradual ascensión a condiciones de vida cada vez mejores, consecuencia de un avance progresivo del conocimiento

Platón también contribuyó a consolidar la idea de progreso; traza un cuadro histórico del progreso de la humanidad desde sus oscuros orígenes primitivos hasta las cumbres más sublimes del pensamiento

La Política de Aristóteles lo muestra claramente convencido de que la razón y la sabiduría conducirán a un continuo progreso, con la correspondiente expansión del conocimiento.

Lucrecio explica los comienzos del mundo en el vacío, a partir de los átomos, que luego se -agrupan convirtiéndose en materia tangible, y el eventual desarrollo del mundo con todo lo que crece y vive en él. El Libro V de este tratado evolucionista general se refiere exclusivamente al progreso social y cultural de la humanidad.

Séneca, fue también un hombre de ciencia en todo el sentido de la palabra. En su obra “Quaestiones Naturales” presenta una notable colección de observaciones y experimentos del mundo natural y encarna habitualmente una teoría darwinista de la evolución. Séneca insta a sus contemporáneos: “Mucho queda por hacer, mucho quedará por hacer, y aunque transcurran siglos y siglos el hombre siempre podrá aportar algo al caudal de conocimientos de la humanidad”.

El cristianismo y la idea de progreso

En el ensayo se la importancia histórica del cristianismo en la formación de la moderna concepción secular del progreso en la Europa occidental.

Con el cristianismo surge una sustancial y creciente corriente de pensamiento que demuestra a través de diversos autores que desde el comienzo aparece en la teología cristiana una verdadera filosofía del progreso humano que se extiende desde San Agustín hasta el siglo XVII quien fusionó la idea griega de crecimiento o desarrollo con la idea judía de una historia sagrada. En consecuencia, expuso la historia de la humanidad en términos tanto de las etapas de crecimiento tal como lo entendían los griegos, como de las épocas históricas en que los judíos dividieron su propia historia en el Antiguo Testamento. Es de quien se hereda el legado agustiniano.

De todas las contribuciones cristianas a la idea de progreso, ninguna es más trascendente que la sugerencia agustiniana referente a un período final en la tierra, de carácter utópico, e históricamente inevitable. Cuando estas dos ideas -es decir, la necesidad histórica y un período utópico que es la culminación “ del progreso del hombre en la tierra- se secularizan en las postrimerías del siglo XVIII, se ha despejado el camino para la aparición de modernos utopistas seglares como Saint-Simon, Comte y Marx.

Joaquín de Fiore y el utópico legado del progreso

La gran debilidad de los muchos estudios sobre la idea de progreso que se realizaron en los siglos XVII y XIX es su serena convicción de que entre la profecía cristiana y el tipo de idea de progreso que encontramos, por ejemplo, en Condorcet, a fines del siglo XVIII, no existe ninguna afinidad (en el sentido de un parentesco histórico), sino únicamente conflicto. Sólo cuando fue abandonada la idea cristiana de la Providencia, prosigue el erróneo argumento de Tuveson, fue posible que hiciera su aparición una perspectiva del progreso humano.

Los antiguos contra los modernos

Para los partidarios de los antiguos (el más erudito de los cuales era indudablemente Boileau y el más encantador Jonathan Swift, en su notable libro The Battle of the Books) no había en los tiempos modernos nadie que pudiera compararse con Homero, Esquilo, Platón, Lucrecio o Séneca. Sin embargo, los partidarios de los modernos, entre ellos Fontenelle y Perrault en Francia, sostenían precisamente lo contrario a través de un ensayo en favor de la superioridad de la modernidad sobre la antigüedad.

A comienzos del siglo XVII esta concepción modernista era la más aceptada entre un creciente número de intelectuales: que la humanidad ha avanzado culturalmente, avanza hoy y continuará avanzando durante un largo tiempo por venir, y que este avance es el resultado, exclusivamente, de causas naturales y humanas.

El razonamiento de los modernos, escribe Sorel, es enteramente circular. En primer lugar, se anuncia que Moliére, Racine y otros son superiores a Esquilo y Sófocles. A partir de esta superioridad, el progreso puede deducirse como un principio de la historia humana. Pero ¿cómo podemos tener la seguridad de que Moliére es superior a Esquilo? Porque la humanidad siempre avanza, se perfecciona y progresa en sus conocimientos, y aquellos que llegan más tarde son los inevitables beneficiarios de los que vinieron primero. Nosotros, como miembros de la raza humana, sabemos más que nuestros primitivos antecesores: ergo, un dramaturgo del siglo XVII está destinado a ser más grande que uno del siglo V antes de Cristo.

Turgot y el legado cristiano del progreso

El autor señala que es probable que la primera enunciación completa y amplia de la idea de progreso haya sido la que expuso Turgot en diciembre de 1750 en la Sorbona, ante un público fervoroso, en un celebrado discurso titulado “Una revisión filosófica de los sucesivos avances de la mente humana”.

Turgot elimina a Dios de su Historia universal (había perdido la fe en 1751, cuando escribió esta obra) y reemplaza las “épocas” de Bossuet por “etapas”: etapas de progreso social y cultural, cada una de las cuales emerge de la anterior por causas más humanas que divinas. Pero a pesar de los cambios sufridos por Turgot, es poco probable que hubiera podido escribir su obra secular sobre el progreso sin la fuente inspiradora del obispo Bossuet y otros filósofos cristianos de la historia. Turgot es un epítome, en este sentido, de toda la historia de la idea moderna de progreso.

En Alemania, Inglaterra, Francia y en otros países surgieron muchas expresiones de la creencia en el progreso de la humanidad en el siglo XVIII, vale la pena mencionar a Emanuel Kant, uno de los más notables filósofos alemanes, conocido universalmente por sus obras Critica de la razón pura y Crítica de la razón práctica, aunque no se puede decir que la idea de progreso ocupe un lugar importante en alguna de ellas; Kant es también el autor de una brillante obra titulada “Idea de una historia universal desde un punto de vista cosmopolita”, cuya idea central es el progreso de la humanidad.

Adam Smith escribió el primer texto sistemático de economía, cuyo tema, el progreso natural de la humanidad, constituye la urdimbre de esta obra clásica. Resulta fundamental en este libro la declaración de Smith en el sentido de que hay un orden natural del progreso de las naciones, y que la razón de que Inglaterra y, en general, la Europa occidental se encuentren ahora económicamente afectadas y amenazadas de estancamiento es que leyes, edictos y costumbres desacertadas han interferido en los procesos del progreso natural de la riqueza, el trabajo, las habilidades, la renta y los beneficios.

Malthus asumió la progresista posición de que la humanidad estaba destinada a experimentar un real y fructífero progreso en un futuro lejano.

Marie Jean Caritat y Rousseau forma parte de los filósofos del progreso a pesar de que Rousseau es el autor del Primer Discurso, aquel que se ocupaba de las artes y las ciencias y de su pernicioso efecto sobre la moralidad humana. En esa obra Rousseau señala, como lo haría Marx un siglo después, las iniquidades del presente, pero, también como Marx, ubica esas iniquidades en un contexto evolucionista, un contexto que, cuando sea adecuadamente ayudado por la acción humana, conducirá a un futuro dorado.

La filosofía del progreso en Estados Unidos de Norteamérica durante el siglo XVII

La fe en la filosofía del progreso se puso de manifiesto con mucha fuerza en las colonias norteamericanas de las que nacería más tarde la nueva república con grandes personajes como Henry Steele Commager, Edward McNall y Thomas Jefferson Burns, dan mucha importancia a este punto de vista. Benjamín Franklin, en una carta dirigida

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