LAS CENIZAS.
vazmonTrabajo12 de Diciembre de 2012
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SIINSAJO
PARTE I: LAS CENIZAS.
CAPITULO 1
Bajo la mirada hacia mis zapatos, observando mientras una fina capa de cenizas se asienta sobre el
gastado cuero. Aquí es donde estaba la cama que compartía con mi hermana, Prim. Allí estaba la mesa
de la cocina. Los ladrillos de la chimenea que colapsaron en una carbonizada pila, proveen un punto
de referencia para el resto de la casa. ¿De qué otra manera podría orientarme en este mar gris?
No queda casi nada del Distrito 12. Hace un mes, las bombas del Capitolio arrasaron con las pobres
casas de los mineros en la Veta, las tiendas de la ciudad, incluso con el Edificio de Justicia. La única
zona que escapó de la incineración fue la Aldea de los Vencedores. No sé exactamente por qué. Quizá
para que quien se vea obligado a venir aquí por asuntos del Capitolio, tenga un lugar decente para
quedarse. Los raros reporteros. Un comité evaluando la condición de las minas de carbón. Una
cuadrilla de agentes de la paz buscando refugiados que hayan vuelto.
Pero nadie ha vuelto excepto yo. Y es sólo para una breve visita. Las autoridades del Distrito 13
estaban en contra de mi regreso. Lo veían como un riesgo costoso y sin sentido, dado que al menos
una docena de aerodeslizadores invisibles están haciendo círculos arriba para mi protección, y no hay
inteligencia alguna por ganar. Sin embargo, tenía que verlo. Tanto, que lo convertí en una condición
para cooperar con cualquiera de sus planes.
Finalmente, Plutarch Heavensbeen, el líder organizador de los juegos, que había organizado a los
rebeldes en contra del Capitolio, alzó sus manos.
—Déjenla ir. Más vale desperdiciar un día que otro mes. Quizá un breve recorrido por el 12 es justo lo
que ella necesita para convencerse de que estamos del mismo lado.
El mismo lado. Un dolor apuñala mi sien izquierda y presiono mi mano contra ella. Justo en el lugar
donde Johanna Mason me golpeó con el rollo de cable. Los recuerdos giran en espiral mientras trato
de separar lo que es cierto y lo que es falso. ¿Qué serie de eventos me guiaron a estar de pie sobre las
ruinas de mi ciudad? Esto es difícil porque los efectos de la concusión que ella me provocó no se han
apaciguado y mis pensamientos aún tienen una tendencia a mezclarse. Además, las drogas que usan
para controlar mi dolor y mi humor, algunas veces me hacen ver cosas. Supongo. Aún no estoy
totalmente convencida de que estaba alucinando la noche en que el piso de mi habitación de hospital
se transformó en una alfombra de serpientes retorciéndose.
Uso una técnica que uno de los doctores sugirió. Comienzo con las cosas más simples que sé que son
ciertas y trabajo hacia las más complicadas. La lista comienza a rodar en mi cabeza…
Mi nombre es Katniss Everdeen. Tengo diecisiete años. Mi hogar es el distrito 12. Estuve en los juegos de
Hambre. Escapé. El Capitolio me odia. Peeta fue tomado prisionero. Se cree que está muerto. Muy posiblemente
esté muerto. Probablemente es mejor si lo está…
—Katniss. ¿Debería bajar? —La voz de mi mejor amigo Gale me alcanza a través del auricular que los
rebeldes insistieron en que usara. Él está arriba en un aerodeslizador, observándome cuidadosamente,
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listo para abalanzarse si algo va mal. Me doy cuenta que estoy agachada ahora, con los codos sobre
mis muslos, y mi cabeza apoyada entre mis manos. Debo verme como al borde de alguna clase de
colapso. Esto no sucederá. No cuando finalmente me están liberando de la medicación.
Me enderezo y rechazo su ofrecimiento.
—No, estoy bien. —Para reforzar esto, comienzo a alejarme de mi vieja casa y voy hacia el pueblo.
Gale pidió ser dejado en el Distrito 12 conmigo, pero no forzó la cuestión cuando rechacé su compañía.
Él entiende que no quiero a nadie conmigo hoy. Ni siquiera a él. Algunos paseos tienes que hacerlos
solo.
El verano está siendo abrazadoramente caliente y seco como un hueso. No ha habido casi nada de
lluvia que perturbe las pilas de cenizas dejadas atrás por el ataque. Se mueven aquí y allá, en reacción
a mis pasos. Sin brisa que las disperse. Mantengo mis ojos en lo que recuerdo como el camino, porque
cuando aterricé por primera vez en la Pradera, no fui cuidadosa y choqué justo con una roca. Sólo que
no era una roca, era el cráneo de alguien. Rodó y rodó y aterrizó boca arriba, y por un largo rato no
pude dejar de mirar los dientes, preguntándome de quién eran, pensando en cómo los míos
probablemente lucirían de la misma manera bajo circunstancias similares.
Me ciño al camino por hábito, pero es una mala elección, porque está lleno de restos de aquellos que
trataron de huir. Algunos están completamente incinerados. Pero otros, probablemente derrotados
por el humo, escaparon de lo peor de las llamas y ahora están tendidos apestando en varios estados de
descomposición, como carroña para los animales carroñeros, y cubiertos de moscas. Yo te maté, pienso
mientras paso una pila, Y a ti. Y a ti.
Porque lo hice. Fue mi flecha, apuntando hacia la grieta en el campo de fuerza rodeando la arena, lo
que trajo esta tormenta de fuego como castigo. Eso envió al país entero de Panem al caos.
En mi cabeza escucho las palabras del Presidente Snow, pronunciadas la mañana que yo iba a
empezar el Tour de la Victoria. “Katniss Everdeen, la chica en llamas, tú has proporcionado la chispa que, de
quedar desatendida, puede crecer en un infierno que destruya Panem”. Resulta que él no estaba exagerando
o simplemente tratando de asustarme. Él estaba, quizá, genuinamente intentando enlistar mi
contribución. Pero yo ya había puesto algo en movimiento que no tenía la habilidad de controlar.
Quemando. Aún quemando, pienso de manera entumecida. Las llamas en las minas de carbón arrojan
humo blanco en la distancia. Aunque no queda nadie para que las cuide. Más del noventa por ciento
de la población del distrito está muerta. Los restantes ochocientos o algo así están refugiados en el
Distrito 13, lo cual, en lo que a mí respecta, es lo mismo que estar sin hogar para siempre.
Sé que no debería pensar eso; sé que debería estar agradecida por la manera en que hemos sido
recibidos. Enfermos, heridos, muriéndonos de hambre, y con las manos vacías. Aún así, nunca puedo
superar el hecho de que el Distrito 13 fue una contribución en la destrucción del 12. Eso no me
absuelve de culpa (hay bastante culpa para circular). Pero sin ellos, yo no habría sido parte de un gran
complot para derrocar al Capitolio ni hubiera tenido los recursos para hacerlo.
Los ciudadanos del Distrito 12 no han organizado movimientos de resistencia por su cuenta. Por no
decir en algo de esto. Ellos sólo tienen el infortunio de tenerme. Aunque algunos sobrevivientes
piensan que es buena suerte, estar libres del Distrito 12 al fin. Haber escapado del hambre y la
opresión interminables, de las peligrosas minas, del látigo de nuestro último agente de la paz en jefe,
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Romulus Thread. Tener una nueva casa siquiera es visto como una maravilla ya que, hasta hace poco
tiempo, ni siquiera sabíamos que el Distrito 13 aún existía.
El crédito por el escape de los sobrevivientes ha caído firmemente sobre los hombros de Gale, aunque
él está reacio a aceptarlo. Tan pronto como el Quarter Quell había terminado (tan pronto como yo
había sido levantada de la arena), la electricidad en el distrito 12 fue cortada, las televisiones se
pusieron negras, y la Veta se quedó tan silenciosa; la gente podía escuchar los latidos de los demás.
Nadie hizo nada para protestar o celebrar lo que había sucedido en la arena. Aunque en los siguientes
quince minutos, el cielo estuvo lleno con aerodeslizadores y las bombas estaban lloviendo.
Fue Gale quien pensó en la Pradera, uno de los pocos lugares que no estaba lleno con viejas casas de
madera incrustadas con polvo de cenizas. Él reunió a los que pudo en su dirección, incluyendo a mi
madre y a Prim. Él formó el equipo que derribó la cerca (que es ahora sólo una inocua valla de
cadenas, con la electricidad apagada) y guió a las personas dentro del bosque. Los llevó al único lugar
en el que pudo pensar, el lago que mi padre me mostró cuando yo era pequeña. Y fue desde allí donde
observaron las distantes llamas devorando todo lo que conocían en el mundo.
Para el amanecer, los bombarderos se habían ido desde hacía mucho tiempo, las flamas estaban
muriendo, y los rezagados finales estaban acorralados. Mi madre y Prim habían instalado un área
médica para los heridos y estaban intentando tratarlos con lo que fuera que podían conseguir del
bosque. Gale tenía dos juegos de arco y flechas, un cuchillo de caza, una red de pesca, y más de
ochocientas personas aterrorizadas que alimentar. Con la ayuda de aquellos que eran físicamente
capaces, se las arreglaron por tres días. Y ahí fue cuando el aerodeslizador inesperadamente llegó para
evacuarlos a todos al Distrito 13, donde había más que suficientes compartimentos blancos y limpios
para vivir, montones
...