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LECTURA DE LA VIDA


Enviado por   •  30 de Agosto de 2014  •  851 Palabras (4 Páginas)  •  159 Visitas

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No sé si las experiencias, las vivencias de uno, y, cuando dijo uno, no sólo me refiero a mí, sino a todo ser humano que, por muy pobre que sea su memoria o por muy estrecha o esmirriada, siempre tiene algo que contar de sí mismo, siempre existirá una reserva de emociones, sensaciones, curiosidad de todas las cosas que ha vivido, no sé, digo, si les ocurre vivirlas con la misma magnitud e intensidad, pero, lo seguro es que hasta el menos despierto o avisado, experimenta asombros , tiene momentos en que se pregunta los cómo y los porqués de las cosas, y vive situaciones en que el dolor o el placer le despiertan una cierta intuición de lo que experimenta en el acontecer de sus días y de sus noches. Claro que, no a todos les acontece darse cuenta de lo que significa, ni valorar su importancia con el mismo ritmo de tiempo. Existen personas que tienen cierta capacidad para advertir la vivencia y su esplendor, si no en el instante preciso en que lo experimentan, al menos pueden hacerlo al cabo de meses o escasos años. Hay también quienes aprehenden o pueden captar el resplandor y la conciencia de su propia experiencia vital de manera simultánea, pero este don es algo raro o poco frecuente. Los que hemos tenido la suerte de desembocar en la poesía, hemos podido advertir- y esto mucho más tarde- que esta excepción, que esta tendencia a tener cuerpo, alma, memoria y sentidos para el portento, para el milagro que nos puede acontecer o manifestársenos, se potencia, cobra espesor y forma en la experiencia escrita, en la plenitud del poema. Entonces, la realidad se nos desnuda, como lograr con las palabras un cuerpo coherente por el que, lo vivido, adquiere la llama del sentido, es decir, el lugar donde manifiesta su máxima realización el qué, el cómo y el porqué de la sensibilidad, mejor dicho, de lo que hemos, estamos sintiendo, sufriendo o tratando de cohesionar, aquello que se nos escapaba, aquello que no podíamos explicar, aprehender, lo que nos maravillaba, estremecía, sacudía, con-movía, el mostrarse todos los pliegues y recovecos de nuestra alma y de nuestros sentidos, del hecho nimio o trascendente, ahora traducido en arte, en ámbito de permanencia, durabilidad, algo que al superarnos, trascendernos, revela nuestros movimientos y secretos a nuestros semejantes.

Cuando decíamos que todos experimentan la maravilla o el desgarramiento de lo real, y, cuando señalábamos eso, que a falta de otro nombre, llamamos, el don de sentir con mayor plenitud, de poder observar, contemplar lo imprevisto, lo inadvertido de la realidad que nos rodea, no me refiero a que haya personas aristocráticamente más sensibles o selectamente más avisadas, se trata de que, en la vida del hombre y de su vivencia del entorno, hay una jerarquía que no tiene que ver con títulos nobiliarios, ni con pedigrí de clase, pues es el contexto vital, familiar, cultural, educativo,- creo yo- el que ayuda a aumentar o reducir el tamaño de la intuición

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