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La Ciudad Antigua Resumen

claudiaghdez8 de Agosto de 2012

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LA CIUDAD ANTIGUA

ESTUDIO SOBRE EL CULTO, EL DERECHO Y LAS INSTITUCIONES DE GRECIA Y ROMA

Obra mas conocida del gran sociólogo Fustel de Coulanges, publicada en 1864. Constituye una fuente amena y erudita para conocer los sistemas sociales de los pueblos antiguos de Roma y Grecia, así como de los problemas sociológicos derivados de la religión y el derecho.

El autor se propone mostrar bajo que principios y por qué reglas se gobernaron las sociedades griega y romana, asociadas por una misma raza, idiomas salidos de una misma lengua, instituciones comunes. También desea manifestar las diferencias radicales y esenciales que distinguen perdurablemente a estos pueblos antiguos de las sociedades modernas.

Felizmente el pasado nunca muere por completo para el hombre. Bien puede éste olvidarlo, pero siempre lo conserva en si, pues tal como se manifiesta en cada época, es el producto y resumen de todas las épocas procedentes. Si se adentra en si mismo podrá encontrar y distinguir esas diferentes épocas, según lo que cada una ha dejado en él.

LIBRO I

CREENCIAS ANTIGUAS

CAPITULO I

CREENCIAS SOBRE EL ALMA Y LA MUERTE

Hasta los últimos tiempos de la historia de Grecia y Roma se vio persistir entre el vulgo un conjunto de pensamientos, y usos, que indudablemente, procedían de una época remotísima. De ellos podemos inferir las opiniones que el hombre se formo al principio sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de su muerte. Las generaciones antiguas, mucho antes que hubiera filósofos, creyeron en una segunda existencia después dela actual, consideraron la muerte, no como una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.

Gracias a los pensamientos y a las costumbres que se conocen a cerca de Grecia y Roma en sus últimos tiempos, podemos conocer las ideas que tenía el hombre en un principio acerca del alma y de la muerte.

Ellos creían que después de esta vida existía una segunda debajo de la tierra, creían que el cuerpo y el alma seguían unidas en aquella otra vida, por lo cual enterraban a los muertos con ciertas pertenencias, ropas, animales, y hasta personas esclavas que creían podían necesitar en esa vida, porque les había sido de utilidad en ésta.

Debido a ciertas creencias, surgió la necesidad de dar sepultura y oraciones a los muertos, ya que creían que si un alma no tenía sepultura se convertiría en un alma errante y molestaría a los vivos por medio de apariciones, por lo que debían rendir ciertos ritos en los que daban ofrenda y depositaban comida, leche, vino, perfumes, etcétera, en honor al muerto y si alguien probaba de los alimentos que se les llevaba se creía que estaba condenado al hambre perpetua. Era costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo tierra; se escribía en la tumba que él reposaba allí. Jamás se prescindía de enterrar con el los objetos de que, según se suponía, tenia necesidad. De esta creencia primitiva se derivo la necesidad de la sepultura. Para que el alma permaneciera en esta morada subterránea, que le convenía para su segunda vida, era necesario a que el cuerpo al que estaba ligada quedase recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenia morada, vivía errante, se convertía pronto en malhechora.

La antigüedad entera estaba persuadida de que sin la sepultura el alma era miserable, y que por la sepultura adquiría la eterna felicidad. Las formulas de la ceremonia fúnebre, puesto que sin ellas las almas permanecían errantes y se aparecían a los vivos, es que por ellos se fijaban y encerraban en las tumbas, y así como habían formulas que poseían esta virtud, los antiguos tenían otra con la virtud contraria: la de evocar a las almas y hacerlas salir momentáneamente del sepulcro.

Se temía menos a la muerte que a la privación de la sepultura, ya que se trataba del reposo y la felicidad eterna. En las ciudades antiguas la ley infligía a los grandes culpables un castigo reputado como terrible: la privación de la sepultura. Hay que observar entre los antiguos se estableció otra opinión sobre la mansión de los muertos, se figuraron una región, también subterránea pero infinitamente mayor que la tumba, donde todas las almas lejos de su cuerpo, vivían juntas y donde se les aplicaban penas y recompensas. Se rodeaba a la tumba de grandes guirnaldas de hierba y flores, que se depositaban tortas, frutas, sal, se derramaba leche, vino, y a veces la sangre de alguna víctima.

CAPITULO II.

EL CULTO DE LOS MUERTOS

Debido a las creencias se establecieron reglas de conducta, los griegos debían satisfacer la necesidad de comer y beber de los muertos por lo que fue una obligación que proporcionaran alimentos y bebidas, así como cumplir con ciertas fórmulas u oraciones que expresaban buenaventura a los muertos.

Entre los griegos había entre cada tumba un emplazamiento destinado a la inmolación de las víctimas y a la cocción de su carne. La tumba romana también tenia su culina, especie de cocina de un género particular, y para el exclusivo uso de los muertos. Estas creencias dieron pronto a lugar las reglas de conducta. Puesto que el muerto tenia necesidad de alimento y bebida, se concibió un deber de los vivos satisfacer esta necesidad, fue obligatorio. Los muertos pasaban por seres sagrados, los antiguos les otorgaban los más respetuosos epítetos que podían encontrar: llamándoles bienaventurados, buenos, santos.

Se creía también, que una persona al estar muerta se convertía en un Dios, por lo que además de brindar el sraddha, que eran alimentos, debían a ofrecer sacrificios y libaciones, decían también, que a pesar de que una persona hubiese sido mala en vida, al morir se convertía en un dios bueno, pero cargando con todo lo malo que había hecho, en ese otro mundo, y si se descuidaba el sepulcro y los ritos de algún muerto, su alma se convertiría en una sombra errante.

Las almas errantes, decían, andaban en busca de un sepulcro para obtener la tranquilidad de los atributos divinos, de otra manera atormentarían a los vivos.

Los familiares pedían bondad y dones materiales a los muertos. Gracias a estas creencias, la muerte significó su primer misterio.

Para ellos tenían toda la veneración que el hombre pueda sentir por la divinidad que ama o teme; en su pensamiento cada muerto era un dios. No se daba distinción entre los muertos. Los griegos daban de buen grado el nombre de dioses subterráneos, los romanos les daban el nombre de dioses manes. Las tumbas eran los templos de estas divinidades. Si el muerto al que se olvidaba era un malhechor, aquel al que se honraba era un dios tutelar, que amaba a los que ofrecían el sustento. Estas almas humanas divinizadas por la muerte, eran lo que los griegos llamaban demonios o héroe, los romanos le dieron el nombre de lares y manes.

Esta religión de los muertos parece ser la mas antigua que haya existido entre esta raza de hombres.

CAPITULO III.

EL FUEGO SAGRADO

El griego y el romano debían tener en su casa un altar para los muertos en el que hubiera una llama de fuego que permaneciera prendida día y noche y si se llegase a consumir sería una casa en desgracia. El fuego más allá del significado físico, tenía un significado espiritual, ya que creían que la llama comía y bebía de las ofrendas que se le otorgaban, porque siempre que depositaban vinos, sangre, u otros alimentos, la llama se hacía más grande mostrando su presencia divina.

El fuego se tenía que mantener prendido con la leña de ciertas maderas, y se respetaba tanto como a un dios puesto que no podían hacer cosas ilícitas enfrente de éste, como la unión de los sexos.

Se llegó a ejemplifica a "Vesta", como le llamaban al fuego, con una figura de mujer, puesto que la palabra Vesta tenía origen del género femenino.

Al fuego se le pedían favores divinos y era costumbre rendirle culto siempre al principio y al final de cada comida.

Había un día especial en el que los familiares podían apagar el fuego, pero debían encender la llama inmediatamente con ramas y leña nueva de los árboles de los que está permitido.

El recuerdo de uno de estos muertos sagrados estaba ligado siempre al hogar. Adorando a uno no podía olvidarse al otro. Era costumbre muy antigua enterrar a los muertos en las casas. Se puede pensar que el hogar domestico solo fue, en su origen, el símbolo del culto de los muertos, que bajo la piedra del hogar descansaba un antepasado, que el fuego se encendía allí para honrarle y, que este fuego parecía conservar en el la vida o representaba a su alma siempre vigilante

CAPITULO IV.

LA RELIGIÓN DOMÉSTICA

Desde hace muchos años el hombre solo admite una doctrina religiosa mediante dos condiciones: que le anuncie un dios único, y que se dirigía a todos los hombres y a todos sea accesible sin rechazar sistemáticamente ninguna clase ni raza. En esta religión primitiva cada dios solo podía ser adorado por una familia. La religión era puramente domestica. Una de las reglas de aquel culto, era que cada familia solo podía rendir culto a los muertos que le pertenecían por la sangre, por eso la ley prohibía que un extranjero se acercase a una tumba, tocar con el pie, aun por descuido una sepultura era un acto impío.

Aquellas religiones primitivas ofrecían adoración a dioses específicos que podían haber pertenecido a su familia y era tradición que los hijos rindieran culto a sus padres después de muertos por medio del fuego en el altar, y ofreciendo comida fúnebres y oraciones.

No estaba permitido que ningún extraño por

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