La Experiencia De Lo Divino En Walt Whitman
JorgeCastillo15 de Septiembre de 2012
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En esta hora digo cosas secretas:
tal vez no se las diga a todos
pero a ti te las diré.
-WW
Introducción
Encontré una selección de poemas de Walt Whitman como por azar,[1] y decidí hacer mi trabajo sobre él porque me parece encontrar un sentido de religiosidad particular que recoge el deseo de vivir en lo real,[2] una visión de lo artístico bajo la perspectiva de su relación con lo divino, y una concepción algo distinta de lo divino mismo. En conjunto me parece interesante Walt Whitman porque parece sugerir una forma de religiosidad sin dogma ni ritos particulares, y que muestran cierta necesidad de lo humano por lo sagrado, y de cómo la forma en que esta necesidad debe renovarse para cumplirse.
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Eliade[3] insiste en que muchas de las formas primitivas de religiosidad tenían como característica la adoración de los templos o columnas como representaciones de la primera montaña que surgía de las aguas (el mito del diluvio común a muchas culturas) o la columna que sostenía al cielo; los ritos y mitos como la repetición en los hombres de lo que los dioses habían hecho para dar lugar al origen; en que aquellos lugares privilegiados eran la imago mundi de cada pueblo. Que entre más cerca se vivía del templo, más cerca se vivía de lo real, y que los pueblos construían sus viviendas en torno al templo porque deseaban vivir lo más cerca posible de lo real, de su lugar sagrado; mientras que no consideraban real lo que trascendía sus fronteras, y no se consideraban “hombres” a los extranjeros.
En Walt Whitman, lo que permanece claro es que se desea lo más real, como puede verse claramente en su poema “De la terrible duda de las apariencias”, aunque para él, y como es claro para nuestro contexto histórico, la forma en que somos seres religiosos adopta otros matices. Físicamente, ya no hay en general un espacio privilegiado. Nuestra forma de entender lo real corresponde a su dicotomía con “lo aparente”, heredado por nuestra tradición filosófico-religiosa.
De la terrible duda de las apariencias, / de la incertidumbre, finalmente, de haber sido engañados. Este verso se refiere tanto a lo que percibimos por los sentidos, cartesianamente, como a lo que nos revela nuestra percepción moral de las cosas. […] De que la posible confianza y la esperanza no sean, al fin, más que especulaciones. Así que nosotros tenemos esperanza, y esta esperanza es que nos estemos moviendo entre cosas reales. Pero como también lo concluyeron los filósofos, […] los cielos del día y de la noche, colores, densidades, formas, tal vez todo sea (tan dudosos como son) sólo apariencias. Lo real aún debe conocerse. Pero, ¿cuál es la manera en que habremos de conocer lo real? No sólo nos engañan nuestros sentidos; también nuestra percepción moral. […] (¡cuántas veces estas cosas se salen de sí mismas como para confundirme y burlarse de mí!/ ¡Cuántas veces pienso que hombre alguno ni yo sabemos nada de ellas!)[4] Muchas veces las cosas no son lo que creíamos de ellas. Para mí estas cosas y otras semejantes encuentran respuesta en mis amantes, queridos amigos/ […] el que ase mi mano me ha satisfecho por completo. (p. 71) Pero los amigos y los amantes nos han engañado. Entonces ¿cómo es que la respuesta se encuentra en ellos? No puede ser el sentimiento particular hacia un amigo o un amante lo que debemos entender como esta respuesta. Soy aquel a quien el amoroso deseo hiere; / ¿no gravita acaso la tierra? ¿Y toda la materia, herida, no atrae acaso a toda la materia?/Del mismo modo mi cuerpo atrae a todos aquellos a quienes encuentro o conozco. (p.53) El amor también nos lastima, pero esta comparación con la fuerza de gravedad sugiere que más bien la respuesta que buscábamos está en lo que une a las personas en general, no lo que nos une sólo a ti y a mí. ¿Has oído decir que es bueno ganar el día?/ Yo digo además que es bueno caer, las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se ganan. (p.45) Y eso que une a las personas en general es el espíritu o el sentido de la espiritualidad, lo que permanece a pesar de todo.
Y allí, detenido, se me ocurrió que aquello por lo que él cantaba no estaba sólo allí. / […] sino por algo sutil, clandestino, remoto, una orden transmitida y un oculto don para todos aquellos que nacían. (p.31) Entonces este sentido de la espiritualidad es lo común a todos, y lo tienen como un don todos los que nacen. La objetividad de las cosas internas reclama así tanta realidad como la reclaman las cosas externas; lo que nos une debe ser internamente común como las cosas externas son comunes a todos y todos las podemos ver. No es sólo para mí que canto, porque en el fondo canto por aquello que es común, que no es sólo mío y que no sólo me pertenece a mí; algo remoto a lo que nos queremos aproximar cantando. Es la fuente de la significatividad de nuestra expresión. La realidad que encontramos en Whitman es aquello por lo que lo que tiene sentido, lo tiene; de lo que participamos a cada manifestación de nuestra espiritualidad. Aquí espiritualidad, la traductora, lo abiertamente reconocido, / lo eternamente solícito, lo final de las formas visibles, / lo que satisface, tras larga espera (p.29) Lo real es lo invisible que hay detrás de lo visible, la traductora porque nos lleva de un plano al otro, y que es real porque es común y todos lo reconocemos.
Hablando en términos kantianos, la fundamentación de la objetividad de nuestra espiritualidad está en que esa es la única manera para nosotros de vivir, cuya condición de posibilidad es nuestra intuición pura de la espiritualidad, o fe. Cualquier forma de amor o de fe es ya una manifestación de nuestra espiritualidad y de lo que nos hace espirituales, aunque no tenga necesariamente un nombre específico. Ante la discordancia de la moda y la costumbre, ante el loco tumulto Babilónico, las ensordecedoras orgías/ […], (p.83) déjame, oh Dios, cantar la idea,/ déjame, deja a él o a ella, a los que amo, esta insaciable sed,/ en Tu conjunto niéganos todo menos la fe […] (p.85) Por esto a pesar del error eventual es que está garantizada la realidad espiritual, las cosas que unen a los hombres. ¡Otra vez, mira! El alma […], por ella lo parcial se hace permanente, por ella lo real tiende a lo ideal. (p.82) Es porque tenemos un alma que participamos de lo real, la que tiende “a lo ideal”, que quizá podamos interpretar platónicamente y decir que esto “ideal” es lo que fundamenta nuestra realidad en general, que depende de nuestro sentido espiritual. ¿Es un sueño? No, sólo la falta de ello [la fe] es un sueño, / y si falta, la ciencia y la riqueza de la vida es un sueño, / y un sueño el mundo entero. (p. 85)
Parece que hemos dado por supuestas muchas cosas, pero ahora voy a explicar por qué insisto en que lo espiritual da realidad a lo demás y une todas las cosas. Creo que Whitman es atinado en darse cuenta de que lo real no puede ser mi templo, porque también existen los templos de otros pueblos, y porque también sabemos que otros pueblos consideran que sus templos son el centro del universo y esto los lleva a la intolerancia entre ellos, que reclaman la realidad con el mismo derecho. La realidad entonces no puede pertenecer a unos y a otros no, la realidad no está en la imagen que yo tengo de un mundo que es sólo mío. Pero a la vez que la pluralidad de templos nos muestra que ninguno es más real, también nos muestra que tenemos algo en común. La poesía de Whitman me parece la depuración de las cosas comunes de los puntos arbitrarios en las varias formas de vida religiosa, para encontrar la religiosidad que pertenece al hombre como tal y no en cuanto tiene un credo específico o una nacionalidad específica. (Todas las vidas y las muertes, las del pasado, las del presente, las del futuro, / esta vasta similitud las abarca y siempre las ha abarcado. p.90) Lo real es, pues, lo que trasciende a todas las religiones de los distintos pueblos, pero que es inmanente a cada una en cuanto que están compuestas de hombres y cada hombre tiene la misma sed de realidad y tiene fe. Clara y dulce es mi alma, y claro y dulce es todo lo que no es mi alma. / Si uno falta, faltan ambos, y la prueba de lo visible es lo invisible, hasta que también lo invisible se hace visible y es probado a su vez (p.39) En cuanto cada hombre tiene un alma, y puede acceder al movimiento continuo de lo que aparece y de lo que se revela.
Mientras veo el brillo de las luminosas estrellas, pienso en la clave de los universos y el futuro (p. 89) Pero también para Whitman estas cosas que unen a los hombres, unen a las demás cosas. La realidad o espiritualidad de todas las cosas se da en relación con nosotros; ellas participan de lo espiritual por lo espiritual que hay en nosotros. Las demás cosas nos son imprescindibles igualmente, porque son ellas lo que despierta nuestra espiritualidad. O como diría Kandinski de Cézanne, “convirtió una taza de té en un ser animado o, mejor dicho, reconoció en esa taza un ser. Elevó la natura morte a una altura en que las cosas exteriores 'muertas' cobran vida. Trató a las cosas como a los seres humanos porque tenía el don de ver en todas partes la vida interior.” Esto es lo que considero la connotación estética de Whitman, la unión de los hombres y de las cosas consideradas en un mismo plano, porque la sed de realidad también envuelve a las cosas que no son humanas; la humanización del entorno. Somos la Naturaleza (p.55).
La realidad estaba, como nos cuenta Eliade, trazada por las fronteras de un pueblo
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