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La Muerte Y El Toro

camilapjaller5 de Junio de 2012

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La Muerte y el Toro

La Tauromaquia es la expresión de la vida y de la muerte; actos gratuitos de muerte, como tirotear a un humano, ahorcarle, o siquiera matar a una res productora de carne en un matadero o en la industria, no pueden igualarse con el sentido y el fenómeno visual de la muerte en la Tauromaquia. Baste que el antitaurino abandone su prejuicio ramplón, y compare la muerte humana en la guerra, la muerte del toro en el ruedo o en el matadero: no pueden igualarse, y las dos últimas, que incumben al mismo animal, mucho menos pueden ser similares en la ejecución, las condiciones, la reacción del toro, el sentido, la disposición del ejecutante: quien diga que la Tauromaquia es un acto voluntario de asesinato, es un ignorante, pues nunca será idéntica la muerte en el ruedo a la muerte en el matadero, donde el animal indefenso, muchas veces disminuidos con cuerdas y alambres, es ultimado sin oportunidad de defensa. Eso es el asesinato. Pero como el estomago humano es un músculo moral, los mataderos para la producción cárnica se convirtieron para los antitaurinos en hospitales de beneficencia, y el ruedo de la plaza en un decadente varadero de sangre y masacre.

Quien pueda presenciar la muerte del toro en el ruedo y la muerte del toro en un matadero, puede entender lo dicho: una participa de un ritual, de una estética, de una lucha de iguales, de un sentido de creación, la otra, la del matadero, es anónima, dilecta, reemplaza las banderillas por las poleas y el peto de los caballos o el pecho del torero por las paredes grises de las industrias cárnicas.

Esto, a modo de introducción, puesto que la muerte del toro en el ruedo es el hecho siquiera moralmente más cuestionado de la Tauromaquia. El Toro es un laberinto, y la Tauromaquia tiene su grandeza puesto que es un fenómeno que no es entendible para quien no quiera iniciarse en el rito del toro. La Tauromaquia es una verdad, y como toda verdad es molesta: la Tauromaquia es la representación real de la existencia; está todo, la luz y la sombra, la gloria y la sangre, la vida y la muerte, la materia y el espíritu, el hombre y el toro, y como quiera que está llena de cualidades reales que representan a la realidad: negar a la Tauromaquia es negar a la realidad, y si de esconder la muerte se tratara, no basta con el estúpido prejuicio moral de los antitaurinos y la sociedad en general, de negarse a ver la muerte, no, sería además necesario clausurar los cementerios, las salas de los hospitales con los desahuciados, los batallones, las funerarias, y sería necesario prohibir que las personas se mueran, si se repugna que la Tauromaquia sea la presencia pública de la muerte, la del toro y la del hombre.

Con obviedad, que la muerte, en un rito preciso como el taurino, pueda y tenga que verse, no legitima de inmediato actos de real barbarie como el genocidio, el parricidio, el homicidio, etc. Volviendo a nuestro inicio, ni visual ni emotivamente una muerte es igual a otra. Hay, muertes mejores que otras. Propongo un ejemplo: la muerte del animalista, vegetariano y antitaurino dictador animal Adolf Hitler, que fue un suicidio, es una muerte moral y prácticamente más deseable y buena que la muerte de los 6 millones de muertos judíos en La Shoa. ¿Quién se atrevería a decir que no? Luego, la historia misma nos demuestra que las muertes no son iguales, hay unas justificadas y otras deseables, pero nos vuelve iguales a todos.

Por ello, la muerte es una realidad incluso más grande que la vida. Que la Tauromaquia sea una expresión de la muerte, es un hecho más sano o realista que vender la fantasía de la vida eterna o Disneylandia. El Toro debe enfrentarse a la muerte, como todos los mortales. Expresar el amor por el toro, y presenciar su muerte, no es en modo alguno una contradicción ingente, un modo inmundo de hipocresía moral, o una excusa. Son cosas reales en

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