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La Verdad

mikapoper4 de Mayo de 2013

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I. Introducción.-

Definición de la verdad

Para empezar a hablar sobre la determinación de la verdad y el conocimiento de esta, departiremos por la definición de la verdad y como se la conoce históricamente. En occidente el problema de la verdad se ha planteado sobre la discusión entre realismo e idealismo, aunque cabe tener en cuenta que hay distintas variantes dentro de esta clasificación general. El problema se plantea a través de las propiedades trascendentales, es decir, Verdad, Realidad y Bondad, de donde la Bondad sería el valor primordial de la verdad.

La verdad es algo exterior al pensamiento y el hecho de que se cumpla no depende de nada que haga el hombre. El pensamiento y el ser tienen que tener una identidad común para no darse totalmente a espaldas de la verdad, por lo que en el fondo, pensamiento y ser tienen que coincidir.

La verdad puede tomarse de dos maneras:

• Como propiedad de enunciados

• Como contenido de conocimiento, es decir, el tema o asunto del que decimos verdad. Para Heidegger, el conocimiento es la verdad, y sólo aquél que conoce puede saber la verdad. Heidegger distingue la teoría de la verdad reaccionista y la presentacionista, haciéndose defensor de esta última. Para Heidegger, la verdad es aletheia –del griego, desvelar-, mientras que para Zubiri en realidad aletheia es retener, pues mientras se desvela se retiene el pasado.

Según Heidegger, si no hay conocimiento de la realidad no habrá verdad, puesto que la verdad es conocimiento de hechos. La esencia de la verdad es el sentido del conocimiento, y las verdades son las experiencias del sujeto cognoscente

Heidegger nos habla desde un punto más científico sobre la verdad, pero para adentrarnos en el ámbito comunicativo tenemos a Philippe Turchet quien, en su libro “El lenguaje del cuerpo” habla sobre el filtro sinergológico.

II. Desarrollo.-

En su nacimiento, el pequeño ser humano muestra con sus gritos que es sincero, espontáneo, natural. Esas tres cualidades son las del ser humano libre. El trabajo de la educación consiste en poner filtros a esas tres cualidades para hacer al adulto eficaz. Sera inútil entender por qué nuestros cuerpos están a veces tan a disgusto en relación con lo que hablamos, mientras no hayamos comprendido hasta qué punto son poderosos esos filtros.

El ser humano es la única especie viva en la Tierra que ha integrado el filtro de la mentira en el orden de sus necesidades cotidianas y que es capaz de mentir “naturalmente” tan a menudo como le sea necesario.

Cuando el ser humano disfraza la verdad, no se siente nunca plenamente a gusto. Pero sus manos, su cuerpo no han sufrido la disciplina retórica del tapujo. Han sido rápidamente excluidos de la educación. Las manos, el cuerpo no se han sometido al examen de la lógica; sin embargo, son el sub-texto de las palabras.

El lenguaje del cuerpo refuerza ordinariamente el peso de las palabras,

pero también sucede que el subtexto contradice al texto.

Es el ámbito de la sinergología

Sinergología

Los filtros del ser humano enmascaran su pensamiento, lo transforman sin saberlo los demás, la mayoría de las veces, e incluso sin caer él mismo en la cuenta. El ser humano se esconde falsificando su apariencia. Sin embargo, en su fuero interior, la realidad de sus deseos subsiste. Sus dudas y sus deseos se expresan totalmente en su cerebro. Más allá de sus condicionamientos, el ser del deseo oculto en el corazón de cada uno de nosotros expresa por todos los poros de su piel aquello en lo que pone tanto ingenio para enmascarar con las palabras.

Los “lapsus” descubiertos por Sigmund Freud no expresan nada más que nuestros deseos ocultos, surgidos, muy a pesar nuestro, detrás de una palabra que está mal controlada.

Nacida del desacuerdo que existe en el ser humano entre lo que es y lo querría ser o, mejor aún, entre lo que es y lo que muestra, la aproximación sensual que navega en los meandros del cuerpo que describe atentamente, para intentar encontrar la armonía deformada por el ser humano al utilizar una serie de filtros mentales. El sinergologo, los seres humanos no se hablan para “decir”, sino para proyectar al otro una imagen, en el que el parecer se sobrepone al ser, las palabras son el vector principal del engaño mediante la apariencia. Permiten proyectar una imagen eficaz de nosotros mismos; muchas veces es su principal interés.

Para el sinergologo, detrás de sus gestos, el interlocutor aparece traslúcido. Examina el cuerpo de éste para tratar de encontrar la limpieza de las emociones detrás de los gestos que las expresan.

Simples y simplemente observados, los gestos conducen al espíritu de su poseedor, porque nos hacen volver a la intimidad la relación neurológica.

Mentira y emociones

Ponerse una máscara es la mejor manera de ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte de él con la mano o lo aparta de la persona que habla dándose media vuelta, habitualmente eso dejará traslucir que está mintiendo.

La mejor máscara es una emoción falsa, que desconcierta y actúa como camuflaje. Es terriblemente arduo mantenerse frío o dejar las manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por dentro ocurre lo contrario, mucho más fácil es adoptar una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de acciones contrarias a aquellas que expresan los verdaderos sentimientos.

El juego de póker es otra de las situaciones en las que uno puede recurrir al enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más neutral, el propio de un jugador de póker. En caso de que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros, podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato: se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano.

Dicho sea de paso, las falsedades que sobrevienen en una partida de póker –los ocultamientos o los bluffs— no se ajustan a mi definición de lo que es una mentira: nadie espera que un jugador de póker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el juego en sí constituye una notificación previa de que los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.

En su estilo sobre los jugadores de póker, David Hayano describe otra de las estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales: “charlan animádamente a lo largo de toda la partida para poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina de cabaret en la danza del vientre’ “. (“Poker Lies and Tells”, Human Behavior, marzo 1979.)

Para ocultar una emoción cualquiera, puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más habitualmente utilizada la sonrisa. Actúa como lo contrario de todas las emociones creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele elegírsela porque para concretar muchos engaños el mensaje que se necesita es alguna variante de que uno está contento. El empleado desilusionado porque su jefe ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al jefe, no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amiga cruel adoptará la pose de bienintencionada descargando sus acerbas críticas con una sonrisa de sincera preocupación.

Otra razón por la cual se recurre tan a menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte de los saludos convencionales y suelen requerirla la mayoría de los intercambios sociales corteses. Aunque una persona se sienta muy mal, por lo común no debe demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase de intercambios corteses a la gente rara vez le importa lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables, todo el mundo está habituado a pasar por alto las mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar mentiras a estos actos, ya que entre las normas implícitas de tales intercambios sociales

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